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En defensa de la FIL

Jorge Zepeda Patterson

A mediados de semana un grupo de intelectuales firmó un desplegado para protestar por la intervención arbitraria de un grupo de simpatizantes de Cuba que impidieron en nombre de “la solidaridad”, un acto de presentación de la revista Letras Libres en el marco de la Feria Internacional del Libro. La indignación de los intelectuales era legítima. Los esbirros “revolucionarios” impidieron el diálogo entre el auditorio y los expositores, acusando a éstos de ser acólitos de la CIA por el simple hecho de presentar un número de la revista en el que abundan las críticas al régimen castrista. El lenguaje intransigente y las formas autoritarias con que irrumpieron expresan la peor variante del sectarismo seudo izquierdista de los años setenta. Lamentable y desafortunado.

Pero es más lamentable aún que el repudio a este vandalismo intelectual y político se lleve entre las patas a la propia FIL. El desplegado exige una especie de desagravio de parte de los organizadores de la FIL por vía de un “extrañamiento” a la delegación cubana. En una carta por separado, Enrique Krauze, director de Letras Libres, reprende a la FIL por haber perdido el control y por dejarse manipular, conciente o inconscientemente, por el gobierno cubano.

Andrés Oppenheimer, el prestigiado periodista del Miami Herald, lleva las cosas aún más lejos. En un artículo publicado el viernes pasado, afirma que llamó a Sari Bermúdez, directora de Conaculta, para preguntarle si el próximo año se mantendría la partida presupuestaria que el gobierno destina a la FIL. La pregunta ya es preocupante; la respuesta es de terror: “lo estamos pensando”, habría dicho la funcionaria.

Para decirlo en términos del marxismo clásico, en todo este asunto corremos el riesgo de tirar el agua sucia de la tina con todo y el niño. Poner en riesgo a la FIL por este incidente es sacar las cosas de proporción. Desde luego se trata de un episodio repudiable e inadmisible. Pero la Feria del Libro es mucho más que eso. Juzgue usted.

A lo largo de diez días 400,000 personas acuden a ver y comprar libros, a escuchar conciertos, a conocer artistas y literatos de nuestro tiempo. En ese lapso se realizan 180 presentaciones de libros (como en la que se suscitó el incidente), y se otorgan media docena de premios culturales internacionales (entre ellos el Juan Rulfo convertido ya en el más importante en América Latina). Durante dos fines de semana, la FIL de Guadalajara se convierte en la Meca editorial del mundo. Es más importante que la de Madrid y la de Buenos Aires por su vastedad y diversidad, pero sobre todo por la importancia de las transacciones de editores venidos de todo el orbe. La FIL constituye el suceso individual anual que más pasajes del extranjero suscita para nuestro país en este momento (dato ofrecido por las agencias de viajes).

En suma, la FIL es una historia feliz. Constituye un éxito sin precedentes en medio del páramo cultural. El prestigio internacional que ha adquirido es el resultado de un largo esfuerzo realizado a lo largo de 16 años. Por lo mismo, es algo que debemos cuidar e incluso emular en otros campos.

Desde luego esto no significa que no sea perfectible. Criticarla para mejorarla es parte de esa tarea. Pero en el caso que nos ocupa, la FIL es más víctima que culpable.

Cada año, como se sabe, la FIL distingue a un país para hacer un homenaje y difusión a la cultura en general y a la literatura en particular de una región del planeta (usualmente americano o hispano). A lo largo de sus 16 años han desfilado países como Brasil, España, Estados Unidos, Canadá y Puerto Rico, entre otros. En todos esos casos, ha sido invitado el ministerio de cultura (o equivalente) del país homenajeado para apoyar la convocatoria a los autores y artistas del país en cuestión. Pero también se invita, por separado, a individuos y asociaciones representativas del país “temático”. El gobierno del país invitado y sus asociaciones de editores instalan pabellones específicos para la exposición de su cultura y obras. Hoy no fue la excepción. Salvo que el gobierno cubano simple y sencillamente abusó. Aprovechando las mismas reglas con las que participa cada año el país elegido, Cuba convirtió la invitación en una especie de desafío al gobierno mexicano. Envió a una delegación de “intelectuales y artistas” de 600 personas, entre las que predominan los funcionarios e intentó impedir la participación de autores disidentes.

Los organizadores de la FIL invitaron extensivamente a escritores del exilio, pero el número no puede acercarse a la tropa de asalto que llegó de la Isla. Algunos intelectuales disidentes rehusaron la invitación por considerar que la desproporción era ofensiva.

Lo cierto es que los organizadores de la FIL fueron víctimas de la crisis en las relaciones entre los gobiernos de México y Cuba. Pero eso no había manera de predecirlo. La invitación se hizo hace dos años antes del deterioro de la relación, y los criterios para su participación fueron los mismos que se han empleado con el resto de los países. Desde luego, Cuba abusó. Pero no hay forma de que la FIL haga un “extrañamiento” por el incidente en la presentación de Letras Libres toda vez que, aunque se presuponga responsabilidad de autoridades cubanas, se requeriría una investigación policíaca que no compete a los organizadores.

Lo que verdaderamente preocupa es que en su ingenua torpeza algún alto funcionario de cultura del gobierno de Fox se tome en serio la acusación de que la FIL solapó a los cubanos en sus provocaciones. Tal interpretación podría provocar un “castigo” presupuestal en contra de la FIL. Y entonces sí, perderíamos todos.

(jzepeda52@aol.com)

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