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Entre el ruido y las nueces/Addenda

Gernán Froto y Madariaga

La sesión de la cámara de Diputados, convocada con la finalidad de elegir a la mesa directiva para el próximo año y cuyo presidente sería el encargado de contestar el segundo informe de gobierno de Vicente Fox, acaba de concluir sin que se llegara a un acuerdo.

Hoy sábado al filo del mediodía se habrá de reanudar esa sesión y si para ese momento cada una de las fracciones parlamentarias no han presentado una lista de legisladores de entre los cuáles el pleno pueda elegir a los integrantes de la mesa, la actual directiva se prorrogará hasta el día cinco de septiembre y en tal caso, sería la priísta Beatriz Paredes, quien por segunda vez consecutiva daría respuesta al informe presidencial.

Presencié por verdadera disciplina, la última parte del debate parlamentario del día de ayer y por lo visto y oído, fue la clásica sesión deliberadamente prolongada a sabiendas de que no se llegaría a ningún punto cierto, pues ninguna de las fracciones está dispuesta a cambiar sus posiciones originales con el fin de establecer un acuerdo mediante el cuál se configure la nueva mesa directiva.

Este tipo de situaciones tienen una explicación política. Pero dudo que el pueblo, el ciudadano común que por elemental civismo se siente frente al televisor a ver una sesión como la de ayer, la entienda.

Para cualquier observador ordinario, es la comprobación de que los diputados sólo van a la Cámara a discutir sin ton ni son; a echarse unas largas siestas y, obvio es, a cobrar substanciales dietas cada quincena.

Incluso algunos de ellos así lo reconocen implícitamente al señalar que en vez de estar discutiendo la integración de la mesa, sólo porque su presidente contestará el informe del Ejecutivo, deberían abocarse a analizar los proyectos de ley que tienen pendientes, pues éstos son muchos y el tiempo transcurre sin que del Congreso salgan productos legislativos de calidad e importancia para la vida de la ciudadanía.

En efecto, es una lástima ver cómo se desperdicia tanta energía tan sólo con la finalidad de lograr la presidencia del Congreso para ser quien le responda al Presidente o para impedir que algún miembro de una fracción contraria llegue a ese cargo.

Para el pueblo, ni antes ni ahora es importante quién le responda al Presidente, como tampoco lo es si el que lo haga lo alaba o lo critica. Eso sólo tiene trascendencia para las fracciones parlamentarias y los partidos políticos. Pero parece que en ello les fuera la vida a los legisladores.

¡Cómo cambian los tiempos! En el viejo ritual el presidente en turno era el que decía quién quería que le contestara el informe y esa contestación sólo tenía significado político para el elegido y exclusivamente entre un reducido grupo de iniciados en los vericuetos del simbolismo político.

En el nuevo ritual sólo sirve para medio cuidarle la espalda al Presidente y por lo regular sin mayor éxito. Porque puede ser respetuoso el que contesta, pero no faltan los diputados que desde sus curules dan rienda suelta a sus fobias.

Desde antes del dos de julio del dos mil, los papeles ya se habían invertido, pues para entonces el Congreso se había transformado en un desorden muy bien organizado.

Recordemos que desde los informes de Miguel de la Madrid, los legisladores opositores al presidente se solazaban gritándole consignas partidistas, desmintiéndolo a voz en cuello o exhibiendo pancartas con protestas y reclamos. Incluso en uno de ellos, Porfirio Muñoz Ledo intentó tomar la tribuna para hacerle alguna reclamación al presidente y al no lograr ese objetivo, optó por abandonar el recinto seguido de muchos legisladores del Partido de la Revolución Democrática.

En otra ocasión, pero esta vez durante un informe de Ernesto Zedillo, el diputado del PRD Marco Rascón, se plantó debajo de la tribuna, encubierto con una máscara de marrano y desde ahí estuvo mostrando cartelones que desmentían los datos que el presidente manejaba en su informe.

Ya casi al final de aquel informe, se armó la tremolina cuando el hoy senador Diego Fernández de Cevallos, violando el recinto parlamentario porque no era parte del Congreso, se encaminó por el pasillo central con la finalidad de sacar a Rascón presuntamente a golpes, lo que impidieron algunos diputados de su propio partido.

Pero lo que pudo parecer una defensa de Zedillo, se transformó en los hechos en un zipizape que deslució el informe y le restó atención de los medios de comunicación.

Y por sabida omitimos la actuación de Carlos Medina Plascencia, quien contestó el quinto informe de gobierno de Zedillo, a la que ya hemos hecho alusión y que ha sido también motivo de otros comentarios recientes en estas mismas páginas.

En el Congreso, como en el Ejecutivo, hay por ahora mucho ruido y pocas nueces, pues los legisladores se están perdiendo en lo insustancial y el presidente Vicente Fox se queja de que el “ruido” de los medios de comunicación impiden que el pueblo tenga clara noción de su obra de gobierno.

Sin embargo, tanto los legisladores como el Presidente parecen esforzarse en hacer mucho ruido, aunque se quejen de que por esas distorsiones el ciudadano no aprecia su trabajo.

Hay en ello un error de apreciación, porque el ruido, generado por ellos o por otros, siempre ha existido y sin embargo, cuando las hay, las obras lucen. Pero cuando no es así, el ruido de los medios (que sólo son reflejo del pueblo) ocupa los espacios que deberían ocupar las obras y de las leyes.

Sí, es cierto. Hay mucho ruido... pero porque son pocas las nueces.

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