La cultura ecológica se arraigó en nuestras sociedades hace apenas unas cuantas décadas, de manera que para cuando tomó carta de naturalización entre nosotros, ya se habían afectado millones de hectáreas de bosques, la mayaría de los ríos, el aire de las ciudades y alterado ecosistemas que se mantuvieron intactos a lo largo de siglos, sin que lo anterior signifique que el daño del hombre sobre su entorno natural ha concluido.
Quizá por ello y por el sentimiento común que tiende a evitar toda destrucción de ese entorno, a la gente le resulta difícil confiar en los estudios técnicos, las opiniones de las autoridades y los razonamientos científicos, colocándose en el extremo de la inactividad para evitar cualquier alteración o prestando más atención y dándole mayor credibilidad a las opiniones de quienes consideran que la simple destrucción de una piedra, es en sí un atentado a un determinado ecosistema.
Mencionamos lo anterior por la polémica nacional, que tiende a convertirse en mundial, sobre los trabajos de desmonte, la perforación de pozos y el cultivo de forrajes en el Valle de El Hundido, que es parte del municipio de Cuatrociénegas; polémica ésta sobre la cual la secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales elabora un estudio para determinar la factibilidad de los trabajos señalados y al que a priori algunos ambientalistas están cuestionando sin conocer aún su contenido.
El desarrollo social no está reñido con la protección al medio ambiente. Pero a su vez, éste no puede colocar a nuestras comunidades en una inmovilidad total. De ahí que lo saludable sea el establecimiento de un equilibro que nos permita avanzar, pero sin destruir el entorno natural, evitando colocarnos en extremos que, por un lado, todo lo permiten en aras de la modernidad y por otro, todo lo impiden so pretexto de que la naturaleza debe permanecer invariablemente intocada.