De acuerdo con un vocero de la Casa Blanca, la principal preocupación del presidente George W. Bush “reside en que Saddam Hussein podría fabricar armas biológicas de destrucción masiva”. Pero resulta que de acuerdo con la información dada a conocer por una revista norteamericana, el gobierno de los Estados Unidos entregó a Iraq en los años ochenta materiales y recursos para fabricar armas biológicas.
La amenaza del gobierno que encabeza el dictador iraquí y que acapara la atención y preocupación del gobierno norteamericano, es el resultado de su propia torpeza y de su forma reiterada de llevar al cabo su política exterior. Sin medir consecuencias y sólo atendiendo a las circunstancias del momento, los gobiernos de E.U. han apoyado a regímenes que a la vuelta de los años se convierten en amenazas para los pueblos del mundo, pero de manera especial, para sus propios intereses.
El gobierno de Bush busca ahora cubrir las formas legales para lanzar un nuevo ataque contra Iraq, como lo hiciera su padre a principios de los noventa cuando se desató la guerra del Golfo Pérsico. Pero lo que en realidad está tratando de hacer es lanzar un ataque definitivo que acabe con Hussein y si le es posible, como lo hizo en Afganistán, arrasar con todo cuanto pueda significar un peligro para sus intereses, sin importar si al hacerlo afecta a personas inocentes, porque para Bush todos son presuntamente culpables de terrorismo.
Lamentablemente, una vez que se rompió el llamado “equilibrio del terror”, prácticamente E.U. y sus aliados se han convertido en los amos del mundo y por tanto son ellos los que deciden qué gobiernos continúan ejerciendo poder y cuáles deben ser derrocados, pues al margen de las perversas intenciones de Hussein, debería ser la comunidad internacional la que ajustara cuentas con el dictador y no un sólo país, que hoy otorga apoyos de los que mañana se arrepiente, lo que se ha convertido en la eterna historia norteamericana.