Lentamente pero con paso firme, los factores de poder aparecen en la escena. Se les puede reprochar su irrupción, pero lo cierto es que no se sienten bien representados y, por lo visto, ponderan si conviene o no desplazar o despedir a los actores. Si, a fin de cuentas, los factores de poder son los dueños del circo no ven porqué seguir dependiendo de los payasos.
Semana a semana, la clase política recibe mensajes y señales muy precisas del lamentable espectáculo que están ofreciendo y, a pesar de ello, siguen practicando la política del desencuentro. Las dirigencias partidistas y las coordinaciones parlamentarias no consiguen encabezar a sus respectivas formaciones o fracciones, y ahí es donde se explica porqué se están dando rupturas dentro de sus propias organizaciones, porqué los sindicatos comienzan a ocupar la calle, porqué los gobernadores se están moviendo y porqué los grupos sociales hacen del servidor público el mejor rehén para exigir atención a sus reclamos. Y, junto con ellos, el gobierno sigue actuando como un conjunto de individuos que no integra un equipo.
Es una paradoja negra: la clase política que debería consolidar la democracia y fortalecer el Estado de Derecho es la primera en vulnerarla y debilitarlo.
*** Desde hace varias semanas, la degradación de la política es cada vez más notoria y llama la atención cómo la clase política se regocija en ello.
El Sindicato de los Electricistas ya salió a la calle en contra de la reforma eléctrica. El Sindicato de Petroleros vela armas ante los movimientos del contralor y el procurador de la República. El Sindicato del Metro en combinación con el Sindicato de la burocracia del Distrito Federal amenaza con paralizar a la capital de la República. La Central Campesina tricolor rompió con el dirigente de su partido. Un sector del magisterio está atento para salir en defensa de su lideresa, ante la embestida que en su contra emprenden algunos grupos y compañeros de su propio partido.
Los gobernadores, sobre todo los del PRI y el PRD, comienzan a cobrar conciencia de su peso y del rol determinante que podrán jugar en la elección del año entrante. Algunos de ellos tienen estilo, experiencia y conocimiento político y tratan de acomodar las piezas del ajedrez para jugar con elegancia la partida. Otros, nomás saben que tienen fuerza y peso y se mueven con la delicadeza de un rinoceronte enojado dentro de una oficina de gobierno. Sin embargo, todos saben que su voz y su poder cuentan y se acomodan.
Falta por ver qué harán otros factores de poder que, como los anteriores aunque en otros campos, tienen conciencia de su peso. Los empresarios guardan hasta ahora una cierta compostura o, al menos, una cierta discreción en su movimiento pero cuando se sienten en confianza dejan ver que, en breve, tendrán que poner sus cartas sobre la mesa y tomar acciones, públicas o privadas, mucho más definitivas.
A esos factores de poder informal se podrían añadir distintos grupos sociales que marginados del desarrollo, afectados en sus intereses y desatendidos en sus necesidades, reciben con ánimo “el triunfo” del movimiento de los ejidatarios de Atenco. No es gratuito que esos grupos comiencen a ver en el servidor público no a un funcionario sino una pieza canjeable, un rehén útil para devolverlo a cambio de la atención de sus demandas y reclamos. Marinos retenidos en Campeche, coordinadores federales secuestrados en Oaxaca, cobradores de Hacienda secuestrados en Hidalgo, autoridades municipales en cautiverio... Esos grupos movidos por la desesperación también se están activando.
Los factores de poder, las fuerzas reales están recuperando el espacio que habían concesionado a quienes deberían representarlos a través de los canales institucionales de participación y decisión, pero visto que los actores no logran representarse ni a sí mismos y, en razón de ello, se olvidan de las fuerzas, los sectores o los electores, el juego político se está descuadrando peligrosamente.
*** Ese cambio en la atmósfera política, primero, se expresó como una falta de solidez en la dirección de los partidos políticos, luego como una incapacidad de las dirigencias para darles cohesión y dirección a sus respectivas fuerzas y, ahora, aun cuando la clase política no lo quiera ver, comienza a expresarse por fuera de los canales políticos tradicionales y, por momentos, institucionales.
En esa descompostura de la clase política, hay algo curioso. Aun cuando las dirigencias de las tres principales fuerzas políticas fueron “democráticamente” electas directa o indirectamente, nunca se había visto tan poca solidez, congruencia y cohesión en la conducción del PRI, el PRD y el PAN y tampoco se había visto tan poco respaldo de los dirigidos a sus dirigentes. Absurdamente, cuando mayor legitimidad deberían tener las dirigencias menos la tienen. Sea porque, en el rejuego político, quienes buscaban encabezar a las fuerzas políticas pervirtieron el juego electoral o porque, en el carácter elitista de la elección, cerraron las puertas a una mayor participación, las tres dirigencias políticas se ven débiles y aprisionadas por los distintos grupos o corrientes en sus partidos.
En sus modos y estilos, las dirigencias que encarnan los priístas Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo, los perredistas Rosario Robles y Carlos Navarrete, los panistas Luis Felipe Bravo y Manuel Espino-Carlos Medina Plascencia frecuentemente se ven no como dirigencias derivadas de alianzas internas, sino como polos de un pleito irresuelto y, entonces, viven un absurdo.
Antes de encabezar al partido, esos dirigentes se interesan en ver cómo desplazar a su compañero de fórmula o de arreglo. Primero viene el pleito en y entre la dirigencia, luego el pleito entre la dirigencia y las distintas instancias de poder que acumulan los partidos -gobernadores, coordinadores parlamentarios y munícipes-, y más tarde los enredos entre los propios gobernadores, entre los coordinadores y sus fracciones. Cuando al final de esa larga fila de pleitos intestinos o particulares, aparecen los asuntos nacionales, gremiales o grupales de quienes supuestamente representa la clase política, lo que se encuentra es una madeja de problemas que no deja ver su punta para tratar de desenredarlo.
Si se mira con cuidado, en el PRI hay un juego para tratar de desplazar a Elba Esther Gordillo y, en medio de ese pleito, Roberto Madrazo vive como un huérfano político que a veces busca el amparo de Francisco Labastida para, luego, refugiarse en las faldas de la profesora. Pese a las chapuzas electorales con que Madrazo llegó a la presidencia, él cree por momentos que el liderazgo de Elba Esther en el magisterio, no es un peso real a tener en cuenta. No se reconoce él como un actor de poder, en la misma medida en que no reconoce en Gordillo un factor real de poder. Por eso, rebota entre los grupos en pugna y, por lo mismo, cuando no se encuentra seguro ni con Labastida ni con Gordillo, le pide a un grupo de gobernadores que le tiren el salvavidas.
El caso del PRD no es distinto. Esa fuerza, absurdamente, ha dejado de plantearse su existencia como una alternativa de poder y gobierno para arrinconarse en la postura de la oposición a ultranza. Esa pérdida de perspectiva, obedece -al menos, eso parece- a una idea dogmática: el partido es o no neocardenista y, entonces, se traza una raya entre los que están a favor o en contra de esa idea. El pleito interno se establece como prioridad entonces y los otros polos de poder -gobernadores o coordinadores parlamentarios- actúan según su leal entender o, peor aún, según su leal interés particular. Así, la fuerza del partido se diluye, se intensifican las pugnas internas y pierden campo de acción hacia fuera del partido. Ejemplo brutal de esa práctica política es que, justo cuando el PRI y el PAN buscan marginar al perredismo, éste lo que hace es automarginarse.
El caso más dramático de esa falta de solidez en las dirigencias partidistas se da en Acción Nacional. La mancuerna Luis Felipe Bravo-Manuel Espino figura como dirigente pero a nadie escapa que ellos anuncian o asumen decisiones o acciones que derivan de la tensión, el choque y los arreglos entre el grupo que encabeza Diego Fernández de Cevallos, el que representa Carlos Medina Plascencia y el temperamento de Felipe Calderón. Luis Felipe Bravo-Manuel Espino ocupan el nuevo edificio del PAN, pero tienen bien claro que no lo habitan.
A ese desastroso cuadro donde los dirigentes de los partidos no son líderes de los mismos, se agrega la compostura de los coordinadores parlamentarios. Sueltos, sin dirección política y sin liderazgo sólido en sus propias fracciones, juegan a sobrevivir y cuando pueden a anteponer sus intereses o a buscar, por fuera de su partido, arreglos o acuerdos que les den solidez para mantenerse en el puesto. Y, en ese nivel, el espectáculo alcanza el nivel de una mala rutina en un circo de carpa. Con voz engolada, la presidente de la Cámara de Diputados, Beatriz Paredes, llama a Beatriz Paredes para que la suceda en el puesto. Felipe Calderón aplaude con las manos ardidas el informe presidencial, porque nomás no pudo con la negociación de esa ceremonia. Y Martí Batres hace lo que puede y puede poco.
Los actores se ven rebasados por su papel y siguen sin darse cuenta de que los factores de poder se están hartando de ellos.
*** Al cuadro se suma el gobierno. El gabinetazo aplica la técnica de los equipos de volibol japonés, chocan las palmas de las manos entre ellos cuando pierden puntos nomás para no perder el entusiasmo. Aplicada esa terapia, regresan a la cancha a hacer lo que a cada uno de ellos se le ocurre. Que la política exterior se divorcie cada vez más de la política interior, se ve como asunto de diversidad en la actuación política. Que la política hacendaria fracase y, de paso, confronte al ciudadano como un posible evasor, se tiene como firme disciplina. Que la política de seguridad dependa del talante y humor de cada funcionario involucrado en ella, se ve como una muestra de la nueva pluralidad. Que un día se hable de construir mayorías y, al siguiente, de construir mayorías sin excluir minorías se incorpora al léxico político no como una contradicción, sino como un nuevo y valioso concepto. Que un día sea urgente construir un nuevo aeropuerto y, al siguiente, se diga que es perfectamente prescindible, como un asunto de plasticidad en la firmeza. Que se canjeen presos por funcionarios secuestrados, como un triunfo de la democracia y el Estado de Derecho...
*** Entretenida en sus propios problemas y enredos, la clase política se desentiende cada vez más de los problemas del país y se separa de la representación social.
La clase política ve a la Argentina como un asunto ajeno por completo y, bajo la consigna de que “Como México no hay dos”, ni por asomo toman providencias ni corrigen la conducta. Están convencidos de que Argentina está muy lejos y su situación es completamente distinta. Sin embargo, los factores de poder están saliendo a la calle, están emprendiendo acciones que escapan ya a los canales tradicionales del quehacer político...
De seguir así, cuando menos se lo imaginen, los actores políticos se verán desplazados de la escena por los dueños del circo. Los actores políticos serían, citando a Pirandello, personajes en busca de autor.