Hoy cinco de noviembre los estadounidenses tienen una cita con las urnas, pero también con la historia. Lo que pudiera parecer un asunto meramente local tiene un enorme significado internacional. George W. Bush llegó a la Casa Blanca con varias sombras sobre él. La primera y muy evidente la de una elección que desnudó una serie de irregularidades inconcebibles en la primera potencia del mundo y una de las naciones madre de la democracia. También caía sobre él la sospecha, más que fundada, sobre un provincialismo expreso en la anécdota de que el ex gobernador de Texas no conocía Europa. El hecho, por lo menos, habla de la dimensión de su curiosidad. La tercera sombra fue la figura paterna, presente en muchas de sus decisiones.
Desde el inicio de su gestión Bush ha mostrado una enorme necesidad de conquistar a sus ciudadanos, de consolidar su imagen, de superar la traumática reelección fallida de su padre. En esas estaba cuando ocurrió el horror del 11 de septiembre. A partir de ese momento Bush se transformó en un cruzado contra el terrorismo. No le falta razón, pero admitamos que el uso interno del asunto ha sido muy evidente. Recordemos la secuencia de los hechos. Primero fue la persona de Bin Laden quien escapa a la persecución. Para fines de opinión pública la imposibilidad de capturarlo y mostrarlo fue un fracaso no menor. Después vinieron los bombardeos de Afganistán convertida en el refugio simbólico de Al Qaeda. Pero tampoco hubo allí una presa que mostrar. Apareció entonces el discurso del “eje del mal” que le daba al presidente estadounidense una nueva agenda para su proyección. Las exigencias no tardaron en aparecer: o están con nosotros o están en contra de los Estados Unidos. El discurso identificó un nuevo gran enemigo: Sadam Hussein, la encarnación del mal.
En menos de un año la opinión pública internacional pasó de Bin Laden a Hussein. Pero claro en el horizonte aparecieron las elecciones de noviembre. Qué mejor escenario que una guerra para cohesionar al pueblo de Estados Unidos alrededor de su presidente. No hay nada nuevo, lo dijo Durkheim, uno de los padres de la sociología. Por eso la prisa. El escenario ideal del imaginario colectivo: un monstruo árabe como Hussein y una guerra para acabar con los armamentos de destrucción masiva. ¿Quién le negaría apoyo a un presidente en esa situación? Mientras tanto la economía de los Estados Unidos cruzaba por días aciagos que se agravaron con los escándalos contables de varias grandes empresas. La salida internacional le servía al presidente para hablar de cuestiones donde debía haber consenso nacional. La estrategia le funcionó hasta hace un par de semanas en que la opinión pública empezó a revertírsele al presidente Bush. A pesar de ello el apoyo popular frente a Hussein sigue siendo abrumador.
El problema es que no todo el mundo tiene la misma percepción. Tampoco la misma urgencia por perseguir demonios y Hussein lo es sin duda. Blair acompaña a Bush como incansable escudero. Aznar sigue ese mismo camino, pero ni Chirac, ni Schroeder, ni Putin entre otros vieron beneficios claros en desatar una guerra violentando las propias disposiciones de Naciones Unidas. Allí es donde entra México. Nadie puede negar que el presidente Fox personalmente haya hecho lo necesario, quizá incluso más, por llevar una buena relación con su homólogo del norte. Le falló su reacción después del 11, ello no cambia el juicio de su intención. Pero todo tiene un límite.
El presidente mexicano no podía apoyar a Bush extendiéndole un aval ciego para un ataque contra Irak cortado a la medida de sus ambiciones de popularidad. Hay una tradición de neutralidad y de independencia en la política exterior mexicana que debe ser respetada. Por eso tiene tanto significado la ratificación pública del presidente Fox del día de ayer sobre la postura de México, cercana a la francesa y rusa. Primero el Consejo de Seguridad exigirá a Irak la inspección. Si no se cumplieran las condiciones cambia el escenario. Si la inspección ratifica la existencia de los mentados armamentos, el asunto regresa al Consejo y allí, en una segunda ronda de decisión, se aprobaría un ataque. En esa segunda ronda el margen de maniobra de los miembros del Consejo de Seguridad se verá muy reducido. Si se comprueba la existencia de los arsenales, será evidente la violación de varios convenios internacionales al respecto. Hussein quedaría en una posición de evidente ilegalidad.
Collin Powell asegura que no hay fricciones con México. Pero el hecho concreto es que la prensa conservadora de ese país ha empezado a soltar algunas bombas de profundidad para presionar el gobierno mexicano. Quizá el error de este lado de la frontera haya radicado en hacerles creer que con la nueva gestión el vuelco en política externa iba a ser total. Sólo así se entendería que pensaran que Vicente Fox, presidente de un México con una relación compleja con nuestro socio del norte, iba a doblegarse para acceder a la estrategia de Bush. Lo mismo les ha ocurrido a varios de sus antecesores que llegaron buscando una relación tersa con el vecino del Norte y por diferentes motivos tuvieron enfrentamientos al cabo de no muchos años. Carlos Salinas con la invasión a Panamá, por ejemplo. La historia existe aunque con frecuencia la olvidemos. Mucho ha cambiado en el país, pero también es claro que, por fortuna, lentamente se muestra cierta continuidad en las posturas de Fox. La palabra continuidad debe irritar profundamente a más de un foxista, pero es real en muchas áreas de la gestión y que bueno que así sea. Es el caso. Esa es la lección para ellos.
Para nosotros la lección es otra en los beneficios de la neutralidad tiene límites. En buena medida por antiyanquis mantuvimos una posición neutral en la Segunda Guerra a pesar del horror que se vivía. Tuvo que llegar la agresión alemana para que declaráramos la guerra y definiéramos nuestra posición con los aliados. Llegamos tarde, aunque duela decirlo. No nos vaya a ocurrir lo mismo. Más allá de las estrategias electorales de Bush, la amenaza terrorista es real. Se trata, es cierto, de un enemigo común que igual ha tocado a Estados Unidos, a España, a Rusia o Indonesia. Nuestro antiyanquismo no puede justificar el menor coqueteo con otra postura que no sea la condena total. Pero hay formas que respetar, sobre todo para hacer la guerra.