Por primera vez en muchos meses Vicente Fox no está contra las cuerdas. Una y otra vez a lo largo de estos dos años lo hemos visto boxeando a la defensiva sea por circunstancias que le son ajenas (el 11 de septiembre, la depresión económica mundial, un Congreso de oposición) o por las trampas que él mismo se ha colocado (Cuba, cualquiera de las reformas fallidas, el escándalo de las toallas, el nuevo aeropuerto, etcétera).
Había saltado al ring con muchos bríos, una importante dosis de agresividad y un plan de batalla que entusiasmó a muchos. Si bien no todos los mexicanos votaron por él, ni siquiera la mayoría absoluta (ganó con casi 43% de los votos), luego de su triunfo el 2 de julio la posibilidad de un cambio de timón logró despertar el interés de muchos ciudadanos. Para el arranque de su gesta presidencial, cinco meses más tarde, francamente una buena parte de la nación estaba fascinada. El público deseaba un nuevo campeón.
Pero los acontecimientos pronto redujeron los arrestos del prometedor púgil. Durante la discusión del presupuesto en diciembre del 2000, en el mismo primer minuto de su gobierno, el Congreso le mostró que la contienda sería larga y sangrienta. Los dos siguientes años no han hecho más que confirmar ese primer pronóstico. No se necesita examinar las tarjetas de los jueces para adivinar que el Presidente perdió los primeros rounds de su sexenio. La reforma fiscal, la reforma indígena o la eléctrica, todas ellas puntales de su estrategia ni siquiera han tenido oportunidad de figurar en el escenario. No ha habido ni medidas espectaculares ni aciertos notables a ojos de la opinión pública. Las simpatías de las que todavía goza en una parte de la tribuna (cada vez más reducida) no obedece a los talentos exhibidos hasta ahora sino a la prolongación del entusiasmo inicial que todavía anida en el alma de algunos nobles aficionados.
Round a su favor
Y sin embargo, súbitamente, a punto de cumplir los primeros dos años, Fox logró un importante respiro con el saldo favorable que obtuvo luego del duro intercambio de golpes con el sindicato petrolero. Es la primera ocasión en que sale bien librado de un “cuerpo a cuerpo”. Por vez primera se queda solo en el centro del ring mientras sus adversarios reculan momentáneamente hacia las cuerdas.
Hace dos semanas en este mismo espacio me preguntaba si este triunfo parcial de Fox, en que por primera ocasión le vimos reflejos políticos y madera de buen “fajador”, significaría que por fin había “nacido” un presidente. Logró conjurar la huelga sin renunciar a sus posiciones (investigar a los líderes, solicitar el desafuero o excederse en el aumento salarial). Para ello cabildeó como nunca lo había hecho, venció resistencias (la cúpula del PRI), convenció a indecisos (López Obrador) y sumó aliados (visitas a los trabajadores petroleros, concitó apoyo de Bush). Incluso fue rudo cuando tuvo que serlo: difundió las canonjías absurdas de las que goza el sindicato y dio pie para que la disidencia sindical se expresara. Por eso afirmó que si Fox hubiera emprendido otras batallas con esa misma prestancia y haciendo gala de tal oficio, probablemente las palas mecánicas ya estarían aplanando las futuras pistas del nuevo aeropuerto.
Eso fue hace dos semanas. Desde entonces Fox no ha hecho nada para mantener la iniciativa e impedir que el desencanto y la abulia vuelvan a enseñorearse de su gobierno. Si no utiliza este pequeño respiro para tomar un impulso decidido y atacar con una andanada de proyectos e iniciativas, el paréntesis simplemente servirá para que sus adversarios reagrupen fuerzas y encuentren debilidades y nuevos flancos para embestir.
Resulta desalentador enterarse de que Fox ha dicho a sus subordinados que no habría cambios en el gabinete dentro de unas semanas cuando se cumplan dos años de gobierno. Es lo mismo que presumir que se seguirá con el mismo plan de ataque con el que le han tundido en los primeros rounds de la pelea. Lo peor es que lo afirma con orgullo y satisfacción. Supongo que es el único en todo el foro que cree que va ganando. No se trata de descalificar a su gabinete para encontrar culpables. Se trata de afinar un equipo de trabajo que ha tenido aciertos y desaciertos propios de los que por vez primera emprenden una tarea nueva. Perder puntos simplemente por el gusto de mantener su primeras decisiones hasta las últimas consecuencias no es un acto de lealtad sino de necedad. Sobre todo si se considera que es el país y no su rancho lo que está en juego. Eligió ese gabinete cuando él mismo no tenía la experiencia de ser presidente. Es comprensible que ahora tuviese elementos de juicio para hacer precisiones en la búsqueda del equipo idóneo. Salvo que no haya aprendido nada en dos años.
Pronto lo sabremos. Quedan cuatro años para invertir la baja puntuación de los primeros dos. Por unos minutos el Presidente ha retomado una iniciativa que había perdido desde el arranque de su sexenio. Ojalá la utilice para hacer cambios, promover reformas e imponer un ritmo acorde a las exigencias del respetable.
Ojalá lo aproveche para volver a convencernos que tiene madera para ser el campeón.