El estilo de Vicente Fox ha exasperado a buena parte del México organizado, y su gobierno ha estado sometido a una crítica constante, sistemática y corrosiva. Pese a ello, sus tasas de aprobación se mantienen altas y de mantenerse las tendencias, el próximo año luce promisorio para el Presidente, y para su partido.
Los aniversarios se utilizan para hacer balances. Y aprovechando que el 1ro de diciembre de hace dos años Vicente Fox tomó posesión como jefe del Ejecutivo, han aparecido los consensos que ha construido en los últimos dos años el México del Círculo Rojo (es decir, el que observa y critica). Es frecuente que los análisis realcen el antes y el después. Se recuerda la energía, la concentración y la audacia que desplegaron el candidato y su equipo a la hora de convencer y ganar votos; lo que llevó a la salida del viejo régimen de Los Pinos. El contraste vino a la hora de gobernar. En los últimos dos años tanto el dirigente como su equipo de gobierno han sido calificados de indecisos, dispersos, desorganizados e ingenuos. Es indispensable precisar que esta percepción es compartida por partidos políticos (incluidos, en ocasiones, integrantes de Acción Nacional), jerarquías eclesiásticas, cúpulas empresariales, gremios profesionales y un buen número de ciudadanas y ciudadanos.
Esta crítica metódica y sistemática no parece haber causado grandes daños estructurales. Dos de las encuestas de opinión más influyentes de periódicos capitalinos, informaron el domingo pasado que, en noviembre, Vicente Fox tenía una tasa de aprobación del 65 por ciento. Golpe que no mata, enaltece -o al menos eso platica Leo Zuckerman. A reserva de que más adelante regrese a las consecuencias que esta aprobación puede tener en las elecciones del próximo año, me detengo por ahora en una explicación de la popularidad que conserva Fox. Se debe a algunos éxitos gubernamentales, al carácter del Presidente, a la fragmentación del poder y al callado desmantelamiento del viejo régimen. El gobierno de Vicente Fox ha tenido algunos éxitos en estabilidad macroeconómica, política exterior, transparencia, seguridad y estabilidad (si no hay transformación tampoco hay retroceso). Hay, por otro lado, una creencia bastante extendida de que el Presidente es un hombre bien intencionado que ha enfrentado poderosísimos intereses y un contexto internacional particularmente difícil.
En ello ha sido determinante la sencillez que mantiene y que contrasta con aquella solemnidad que fácilmente se transformaba en arrogancia. Esta dimensión humana no es desdeñable cuando se recuerda la crisis de credibilidad que padecen instituciones y políticos. A Fox le hemos criticado su obsesiva búsqueda del consenso y los acuerdos con todas las fuerzas y la laxitud con que maneja su gabinete. Se argumenta, y creo que con bastante razón, que ello ha trabado las reformas a profundidad. Sin embargo, una consecuencia (tal vez no buscada) ha sido el aceleramiento en la fragmentación del poder, lo que abre ventanas de oportunidad de todo tipo. En otras palabras, al no ejercerse a plenitud los poderes presidenciales (tanto constitucionales como metaconstitucionales), se alimenta la esperanza entre actores de todo tipo de que podrán obtener satisfacción a sus demandas si se movilizan lo suficiente.
Una expresión de este fenómeno está en el creciente activismo de los gobernadores que hacen lo posible por fortalecer sus bases de poder lo que, desde otra perspectiva, reduce la fuerza de las dirigencias de los grandes partidos políticos. No deja de ser paradójico que aun cuando no parece haber existido una estrategia o plan central para desmantelar del viejo régimen, la degradación de éste no se ha detenido. En parte se debe a errores y tensiones propias del PRI, pero también están resultando determinantes las acciones de los titulares de cada dependencia que han actuado con ritmos y estilos claramente diferentes. Si en el 2001 tuvieron que someter cualquier ímpetu renovador al espejismo de que habría un entendimiento con el PRI que permitiría aprobar una reforma hacendaria, en el 2002 han recuperado su capacidad de maniobra lo que coincide con una mayor capacidad para domar a las burocracias y las redes de interés que operan al interior de cada dependencia (ya superaron la curva de aprendizaje inicial y empezaron a manejar los hilos del poder). El Pemexgate es el caso más espectacular, pero no el único. Los Delegados que las Secretarías tienen en las diferentes entidades siempre fueron una pieza clave en la arquitectura del poder.
Durante su primer año, el gobierno de Fox decidió preservar a los heredados del viejo régimen lo que fue un regalo inesperado para el PRI. Esta laxitud ha ido cambiando. En la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), por ejemplo, ya sólo queda un Delegado del viejo régimen (el de Querétaro). Además de ello, la Sedesol que dirige Josefina Vázquez Mota, ha seguido adelante con el desmantelamiento de las redes de interés corporativo que permitían controlar a los marginados (el programa Oportunidades es fundamental en este sentido). Se trata de peleas sordas que se libran en los corredores de la burocracia y en el que está resultando determinante la capacidad de maniobra que tiene el Gobierno Federal en los reglamentos y leyes existentes. La fuerza que va perdiendo el viejo régimen se redistribuye en formas y maneras que van dándole ese toque que distingue la transformación de las instituciones mexicanas. Este reacomodo aparece en las encuestas sobre preferencias electorales de los últimos días que muestran un repunte del PAN y una caída del PRI. De acuerdo al Grupo GEA, en noviembre el PAN tenía 45 por ciento, y el PRI 25 de intenciones de voto; según un diario capitalino el PAN llega a 43.9, y el PRI a 34.6. De mantenerse estas cifras, el PAN está muy cerca de obtener ese mágico 43 por ciento de la votación popular que, por la cláusula de gobernabilidad, lo llevaría a obtener una mayoría simple en la Cámara de Diputados. Entre otras cosas ello significa que podrían aprobar el presupuesto sin alianzas de ningún tipo y que se posicionarían muy bien para la competencia por la presidencia.
Faltan siete largos meses para las elecciones del próximo año, y la situación puede ir cambiando en las etapas que se vienen. Diciembre se consumirá en las difíciles negociaciones sobre el presupuesto, de enero a marzo veremos la rebatinga por las candidaturas que serán como etapa de calentamiento para una campaña en la que los votos serán disputados con ferocidad, inteligencia y pasión. Son tan extremadamente importantes estos comicios para la segunda parte del sexenio, que en los próximos meses veremos la reaparición de Fox en campaña. ¿Será tan efectivo como un trienio antes? Esa es una de las muchas preguntas en un año electoralmente apasionante, durante el cual tendrán que esperar las reformas estructurales que el país requiere. Por una razón o por otra, nuestro desplazamiento hacia la democracia no se caracteriza por ser una “ruptura pactada”. Está resultando ser, más bien, una “ruptura pausada”.
La Miscelánea
Aunque todavía no erradicamos la intolerancia de la vida nacional, alienta la forma en que la vamos domesticando. Por eso mismo es imposible guardar silencio ante esa mueca de odio hacia el que piensa diferente que se exhibió en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Cuando Roger Bartra, Julio Trujillo, Rafael Rojas, José Manuel Prieto y Christopher Domínguez Michael presentaban el último número de la revista Letras Libres, una turba de simpatizantes del gobierno cubano de Fidel Castro se dieron gusto agrediéndolos verbalmente. Si el exabrupto de intolerancia es inaceptable, resulta incomprensible que en el linchamiento participaran funcionarios e intelectuales cubanos. ¿Qué les pasa?
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