Estos dos monstruos, dotados por sus creadores con poderes sobrehumanos y, eventualmente, antisociales, están ahora representados en la vida nacional por los igualmente insaciables sindicatos de Pemex y de la Comisión Federal de Electricidad (CFE). Ahora sus creadores, en un principio tan ufanos de estos frutos del nacionalismo a ultranza, ya no saben qué hacer con ellos. Su bulimia no tiene lleno y excede ya con mucho a su productividad.
Hace ocho días hablé en este espacio sobre las ventajas operativas de los monopolios señalando a la vez sus lamentables tendencias a invadir las libertades individuales y los derechos humanos. En esa ocasión especulaba específicamente sobre el futuro de la reforma eléctrica: si ésta le daría entrada a la iniciativa privada en la producción y distribución de la luz, o si la reforma simplemente extendería el monopolio oficial. Mi sugerencia, entre tibia y salomónica, fue que se dejara el monopolio de la CFE en pie pero que la nueva producción quedara en manos de la iniciativa privada, la única con los recursos económicos para costear la expansión necesaria, aunque con los amarres legales bien apretados. La ventaja inmediata de tal arreglo sería como contrapeso para la CFE con sus tarifas extorsionistas. Ahora la prensa, a partir del pasado viernes 13, se ha puesto muy sombría con las amenazas de huelga en Pemex, en el Metro y ¡Dios nos libre! en el servicio de luz, porque los Frankensteines, esos monstruos creados por el hombre, invariablemente se vuelven contra su creador. Eso es lo que los define como monstruos: su enorme fuerza y su inconciencia social.
Según las noticias más recientes, el líder sindical del Metro, Fernando Espino, después de negociar 10 horas con el gobierno del DF, aceptó perdonarles la vida a los capitalinos y siempre no suspender labores el martes 17 de este mes. Yo estoy escribiendo estas líneas el día 15 y, no siendo zahorí, no puedo saber lo que vaya a suceder en esa fecha. Lo que sí les puedo asegurar a los lectores es que, para lograr ese desistimiento de la huelga, algún beneficio muy jugoso debe haberle concedido el gobierno de la ciudad al sindicato del Metro y su líder Espino. De ahí se infiere que este Frankenstein está más fuerte que nunca, cosa positiva a simple vista, pero con ribetes nefastos si consideramos que esta reforzada presencia suya le permite al sindicato operar más libremente en los linderos del Estado de Derecho. Y lo más probable es que esta cesión suya se vaya a manifestar de un día para otro en un aumento de tarifas.
Por su parte, el Sindicato de Trabajadores del Petróleo de la República Mexicana (STPRM), acorralado por los rumores del llamado Pemexgate, se está defendiendo con uñas y pezuñas. El presidente Fox y su secretario Creel le atribuyen a esa tirantez el fracaso de su comparecencia ante la Cámara de Diputados. El abandono de la Cámara por los priístas sólo puede entenderse como un apoyo incondicional de un sector importante del PRI al sindicato petrolero. Ese episodio fue un auténtico descontón para el gobierno de Fox. Los dos líderes sindicales miembros de la Cámara de Diputados (vestigios del corporativismo priísta), viendo sus curules en peligro, optan por apoyar la amenaza de una huelga en Pemex.
¿Que “el petróleo es nuestro”? No: es del STPRM. ¿Que “la luz es nuestra”? Tampoco: es del sindicato de la CFE. ¿En que se diferencian las arbitrariedades de estos sindicatos de las de los viejos caciques? En nada.