“Si piensas que la educación es costosa, prueba la ignorancia”.
Derek Bok
No es cuestión de cuánto se gasta sino de cómo se gasta. Pero esto es algo que no entienden los políticos mexicanos, acostumbrados a usar el dinero de los contribuyentes como instrumento de promoción personal.
Está ahí como ejemplo el proyecto de decreto impulsado este 21 de noviembre por todos los partidos de oposición en la Cámara de Diputados para obligar al gobierno de la República a elevar el gasto en educación al 8 por ciento del producto interno bruto en el año 2006.
Dejemos de lado de momento lo más obvio: los diputados de oposición exigen que el gobierno gaste más dinero, pero no señalan de dónde sacarán los recursos para cubrir ese nuevo gasto. Esta ya es una costumbre entre los políticos mexicanos: les gusta pararse el cuello repartiendo con generosidad el dinero de los contribuyentes, pero no quieren incurrir en el costo político de aumentar los impuestos o cobrar mejor los que ya existen.
El meollo del problema, sin embargo, es que las deficiencias de la educación en México no se arreglarán simplemente por arrojarle más dinero al sistema. Los diputados de oposición podrían elevar el porcentaje del PIB que el gobierno gasta en educación al 10 o al 20 por ciento, pero ni aun así mejorarán automáticamente la calidad de la educación en nuestro país.
Según un documento dado a conocer la semana pasada por la Secretaría de Educación Pública, el Estado mexicano gasta actualmente 5.5 por ciento del producto interno bruto (PIB) en educación. De este monto, 4.5 por ciento corresponde al Gobierno Federal, mientras que el otro 1 por ciento es aportado por los Gobiernos Estatales. Adicionalmente, la iniciativa privada gasta en educación una cantidad equivalente al 1.3 por ciento del PIB. Pero si comparamos lo que ocurre en otros países nos vamos a llevar una gran sorpresa.
Singapur, por ejemplo, tiene un gasto público en educación del 3 por ciento del PIB, Japón del 3.6 por ciento, Alemania del 4.8 por ciento y Estados Unidos del 5.4 por ciento. Estos son países que tienen sistemas educativos muy superiores al nuestro. En otras palabras, ya gastamos más en educación pública que otros países, cuando menos en términos del tamaño de nuestra economía, pero no por eso recibimos una educación de calidad.
El problema no se va a resolver por aumentar el gasto público en educación. De poco servirá el dinero si seguimos privilegiando el subsidio a la instrucción universitaria de las clases medias, mientras dejamos sin apoyo suficiente la primaria o la secundaria de los pobres. ¿Qué sentido tiene encauzar más fondos a la educación si mantenemos un sistema sin evaluaciones adecuadas del desempeño, por lo que no podemos distinguir dónde estamos teniendo éxito y dónde fracasamos? ¿Para qué queremos arrojarle más dinero a la educación, si insistimos en producir egresados universitarios en campos sin posibilidad de empleo? ¿Por qué despreciamos la instrucción de los técnicos que el país tanto necesita, y obligamos a quienes la quieren obtener a pagarse estudios en instituciones privadas? ¿Para qué seguimos gastando dinero público en educación, si seguimos permitiendo que los maestros de los estados más necesitados —como Oaxaca y Chiapas— dejen las aulas durante semanas o meses cada año con el fin de participar en actividades sindicales o políticas?
Me queda claro que la educación es la única llave para romper el círculo vicioso de la pobreza que tanto daño le ha hecho a nuestro país. Pero la llave es la educación de calidad y no el desperdicio del dinero de los contribuyentes.
Si nuestros diputados estuvieran realmente interesados en mejorar la educación, o las oportunidades de desarrollo de los mexicanos más pobres, no estarían tomando la infantil medida de simplemente exigir que el gobierno gaste más. Impulsarían una nueva legislación que permitiera que el Instituto de Evaluación Educativa opere con la capacidad técnica y la autonomía suficientes para medir adecuadamente la educación en nuestro país. Y tomarían medidas para lograr que los pocos recursos que tenemos no sólo se gasten en educación sino que se gasten bien.
Saber sumar
Los diputados de oposición quieren que el gobierno gaste el 8 por ciento del PIB en educación, pero nuestro gobierno sólo recauda el 11 por ciento del producto en impuestos. Estos mismos diputados rechazaron el año pasado la reforma fiscal y quieren liberar a Pemex y a la CFE de la obligación de entregar dinero a la federación. Además, desean aumentar los subsidios al campo y las transferencias de recursos públicos a los estados. Estos diputados son un ejemplo del fracaso del sistema educativo mexicano: nadie, al parecer, les ha enseñado a sumar.