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Habitantes de Galápagos quieren más del turismo

Reuters

Puerto Ayora, Islas Galápagos.- Sobre un lujoso buque de tres pisos, varios hombres y mujeres con ropa ligera y armados con cámaras de video y fotográficas se preparan mirando hacia las aguas color turquesa a iniciar la aventura de explorar las Islas Galápagos”.

Pero hay una vista que no llegan a observar, allá, en las también llamadas “Islas Encantadas”.

Es la de los residentes de Puerto Ayora, en la Isla Santa Cruz, centro económico y turístico de las islas, que abren sus tiendas con la esperanza de que algunos turistas queden lo bastante sedientes como para pedirles una bebida, y de paso compren alguna artesanía. Las Galápagos, hogar de especies animales únicas, generan a Ecuador cerca de 150 millones de dólares anuales por la visita de unos 80,000 turistas al año, constituyéndose en la principal atracción para visitantes externos del país.

En las islas viven 18,000 personas, bajo estrictas medidas de control migratorio. El 60 por ciento se beneficia directa o indirectamente del turismo, ya que otras actividades productivas están restringidas para defender el frágil equilibrio ambiental del archipiélago de origen volcánico.

Y los isleños exigen cada vez con mayor insistencia una porción mayor de la torta de ingresos por el turismo hacia las islas, que dicen les es negado por las grandes empresas navieras y agencias de viaje que planean las excursiones desde territorio continental.

Ahogados en el paraíso

El archipiélago, ubicado a 1,000 kilómetros de Ecuador sobre el Océano Pacífico, está compuesto por 40 islas de formación volcánica. Un tres por ciento de su superficie está habitado y su población se concentra entre las islas Santa Cruz, San Cristóbal, Isabela y Floreana.

El restante 97 por ciento es un parque nacional en el que se aplican políticas de conservación y desarrollo de su biodiversidad y de manejo turístico.

Los isleños se quejan que los paquetes turísticos pactados con las agencias radicadas en Quito y Guayaquil incluso permiten recorridos por las islas sin tener que desembarcar por largos períodos en los centros urbanos del archipiélago.

EL contacto de los residentes con los turistas se redujo tanto que pequeños negocios quedaron al borde del fracaso, y se concentró toda actividad comercial o de servicios en los barcos que surcan las aguas de las Galápagos.

“Vine aquí cuando tenía 18 años. Ahora estoy casado y tengo mi familia y me dedico a esto del taxi. Hay veces que hay trabajo, pero es poco, porque ya todo viene pactado desde allá (del continente)”, indicó Juan López de 38 años, quién explicó que la vida en las islas es más cara debido a que la mayoría de productos provienen del continente.

Una porción de los habitantes optó por la pesca artesanal, bajo la mirada atenta de los organismos de control ambiental, que en paralelo buscan frenar la pesca industrial ilegal por su impacto en el ecosistema.

No hay competencia con los grandes

Las islas albergan a cientos de especies endémicas, entre ellas tortugas gigantes, lobos marinos y aves que sirvieron de base para la teoría de selección natural de las especies del científico británico Charles Darwin en el siglo XIX.

La fama y la magia de las Galápagos, declaradas en 1978 Patrimonio Natural de la Humanidad por la UNESCO, son el punto de referencia de los visitantes que descubren otras regiones de Ecuador, por su afán de conocer las islas.

Más del 70 por ciento del turismo del archipiélago —que se desarrolla desde 1969— se realiza en barcos, lo objetan los isleños, quienes acusan a las cerca de 83 embarcaciones que recorren las islas de su “reducido” contacto comercial con los turistas.

“Gano más por las propinas. Una vez un chinito me dio 40 dólares de propina y así me las arreglo, porque los que más ganan son los que van en las embarcaciones grandes que por un día reciben hasta 50 dólares”, dijo Milton Mora, un guía de las Galápagos de 69 años.

Mora, que lucha para que el viento no despeine sus cabellos blancos que contrastan con su piel bronceada, comentó que hace algún tiempo desistió de abrir un pequeño local de artesanías debido a que la mayoría de los turistas tienen la posibilidad de adquirirlas en las embarcaciones.

Mientras el descontento de la población por el reparto de los réditos turísticos crece, las autoridades preparan planes para diversificar el turismo aprovechando la infraestructura existente en tierra con el fin de beneficiar directamente a la población, pero sin especificarlos.

“Estamos conscientes de que existe una iniquidad en la distribución de los beneficios generados por el turismo, y estamos apuntando a atenuar el desequilibrio”, dijo, Edgar Pita, consultor en gestión ambiental del Ministerio de Ambiente.

Pita dijo que si bien el grueso de los recursos del turismo se concentra en las grandes operadoras, sus habitantes reciben un importante excedente que se refleja en que su nivel de vida sea superior en comparación con otras provincias del país.

En el Ecuador continental las tasas de desempleo abierto bordean el 12 por ciento y en Galápagos apenas el 3 por ciento, según el Ministerio de Ambiente.

Las edificaciones en las islas en su mayoría son de cemento, a diferencia de pequeñas casas de madera o caña que se construyen en el Ecuador continental, donde la pobreza agobia a más del 60 por ciento de la población.

Conservación, una prioridad

Ambientalistas consideran que existen las condiciones necesarias para solventar la demanda de los pobladores en las Galápagos, que tiene una capacidad para 100,000 visitantes anuales por la débil estructura ambiental, pero advierten que la conservación debe ser el eje principal de planificación en las islas.

“Es necesario que las grandes empresas turísticas también permitan que el operador local, se beneficie. Una de esas maneras es redefinir la política de cupos, permitir que en las islas pobladas se acceda a programas de pequeña escala”, dijo el ambientalista Fabián Espinosa.

Las alternativas incluirían proyectos de conservación aprovechando los lugares de hospedaje y comidas.

Los expertos sostienen que los programas no pueden enfocarse a la recepción de más visitas ya que eso sugiere mayor consumo, desechos y la posibilidad de nuevos riesgos ecológicos.

Derrame de petróleo

El año pasado el buque cisterna “Jessica” encalló y derramó al frente de la costa de la Isla San Cristóbal parte de casi un millón de litros de combustible que transportaba, lo que alarmó a la comunidad internacional por la lentitud con la que operó el gobierno para mitigarlo.

Este año un derrame de cerca de 8,000 litros de diesel, debido a las malas condiciones climáticas, puso nuevamente en debate los planes de regulación, control y distribución de hidrocarburos en las islas.

Al igual que el caso del Jessica —que según un reciente informe internacional provocó la muerte del 62 por ciento de las iguanas de la isla Santa Fe— los biólogos estiman que los efectos de este segundo incidente se observarán a largo plazo.

Tras el derrame del 2001, el gobierno ha enfrentado la presión de organismos internacionales para que endurezca sus controles sobre las actividades que se realizan en las islas a fin de precautelar su biodiversidad y dé muestras de un real compromiso con su preservación.

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