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Hora cero/Ciudades, progreso y cultura...

Roberto Orozco Melo

Los coahuilenses estamos conscientes y orgullosos del desarrollo económico que han logrado nuestras mayores ciudades: Saltillo, Torreón, Monclova, Piedras Negras. ¿Podremos convertirlo igualmente en felicidad humana?...

Calles, bulevares, avenidas y periféricos estrechan su anchura ante el incremento de la circulación de automotores. La vialidad se torna problemática, nacen semáforos aquí, allá y acullá, los automóviles, los camiones materialistas, los gigantescos tractores que arrastran tráilers voluminosos y los irrefrenables autobuses urbanos se adueñan de la vía pública, en tanto que las áreas disponibles para el estacionamiento se limitan y restringen por la concesión de exclusividades. Disminuidos por la plétora de artilugios mecánicos y la ausencia de señales viales para su protección en los cruceros, los peatones de todo género y edades se juegan la vida en el intento de cruzar las calles.

Es lo que llaman progreso. Si madrugáramos en días laborables podríamos testimoniar el acelerado trajín de autobuses que transportan obreros a las factorías donde prestan sus servicios. Más tarde veríamos que los grandes y modernos almacenes abren sus puertas a una numerosa clientela, generalmente femenina, que baja de sus automóviles en parques de estacionamiento insuficientes. Por accesos de servicio entran y salen recurrentemente los camiones que abastecen sus bodegas. El comercio, una de las actividades productivas más antiguas de la humanidad, sigue siendo pivote y evidencia del desarrollo económico...

Al transitar por rutas de costumbre nos sorprende un camellón que hace poco no estaba, han nacido chipotes entre acera y acera, diagonales para jorobar al automovilista y sacudirle el aparato digestivo, aparecen boyas arraigadas al piso, tan cerca unas de otras que hacen temblar nuestra humanidad en sincronía al vehículo que conducimos y también ­­¡cómo no!­­ constatamos la flagrante aparición de varios baches sobre lo que antes era un pulido pavimento. Más expedito que el progreso, el deterioro ha hecho de las suyas, por la falta de un drenaje pluvial.

Tras las aceras advertimos obras nuevas en construcción, consecuentes con el desarrollo económico. Edificaciones que definen sus dignas características arquitectónicas y muchas otras que pertenecen al “ái se va”, meramente utilitarias, apenas rectángulos techados, cuyas paredes de block y rudo concreto se abren, con desenfado, para la ventanería de los galerones y un par de puertas de deleznable aglomerado. Las banquetas son tan estrechas que sólo permitirían el paso de una persona o varias en “fila india”.

La curiosidad desvía nuestra ruta para conocer la nueva zona residencial de lujo, anunciada en los diarios. Nos deslumbra la amplitud de los bulevares por donde transitamos, pero al pasear por sus calles y ver algunas casas en construcción, agoniza la luz de nuestro optimismo. Se repite el fenómeno de espacios diminutos para la circulación peatonal, hay albañilerías que se aprecian magnificentes, de dos pisos con una apabullante geometría de techos que parecen echársenos encima. Destaca, a tramos, un descuido arquitectural estético, tan evidente que desde ahora las vislumbramos decoradas con un color chillante, ostentoso y definitivamente payo. El dinero grita, sin embargo, en la presencia de algunos materiales. Retomamos la ruta principal, que tiene el tono optimista del progreso: hay restaurantes, discotecas, farmacias, tiendas de conveniencia, boutiques, lotes de autos usados, infinidad de anuncios espectaculares y una proliferación abominable de anglicismos en los letreros comerciales. Algún camellón impone pretensiones citadinas al conjunto, aunque los cruceros enseñen hundimientos peligrosos, debido a la mala calidad del material asfáltico y a las aguas celestes...

Los coahuilenses sabemos que nuestras ciudades son bellas, pero si conducimos a un visitante para que las conozca, se nos caerá la cara de pena, pues muchas de sus calles no lo demuestran. El mal estado de las vías públicas secundarias, la antiestética urbana, el deterioro de cordones y banquetas, el atropellado circular del servicio público de transporte, la anarquía del tránsito vial, no se compadecen con los importantísimos avances de su industria, de su comercio y de algunos contados sectores urbanos. Acerba aceituna en el cóctel de este dispar progreso son los predios baldíos que devalúan las zonas residenciales de primera clase, de clase media y de interés social. Áreas nocivas que no resultan útiles para nadie, pagan mínimos impuestos prediales, se convierten en refugio de borrachines y desdoran el paisaje urbano, igual que algunas vetustas fachadas del centro histórico que enseñan sus adobes meados, cuartos en solera, puertas y ventanas ruinosas, sin que los propietarios procuren mejorarlas...

¿Por qué no hacer un esfuerzo entre autoridades, iniciativa privada, propietarios inmobiliarios y ciudadanos en pro de la cultura urbana de nuestras principales ciudades? Imponer seguridad y fluidez de tránsito, a las vialidades; armonía, dignidad y estética a la arquitectura pública y privada y promover valores de convivencia y bienestar en la vida comunitaria, es una tarea prioritaria para los coahuilenses, traducible en felicidad...

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