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Hora cero/Don Miguel y sus aprecios...

Roberto Orozco Melo

La semana pasada fue don Miguel de La Madrid, ex presidente de México, a una reunión del Partido Revolucionario Institucional. En el evento estuvieron presentes, con un halo de felicidad sobre sus testas, la mayor parte de los políticos que brillaron en el sexenio que corrió del primero de diciembre de 1982 al 30 de noviembre de 1988. La verdad, daba grima contemplar el paso inexorable del tiempo sobre sus arrugados rostros, sus encorvadas espaldas y sus lánguidas, evocadoras miradas.

No estamos hablando de gente de ayer, sino de personajes que lucieron en los salones hace más de 20 años. Los que entonces eran cuarentones, ahora pertenecían vergonzantemente a la tercera edad; pero además sus presencias trascendían humores o esencias de otros estilos de ser, de otras formas de actuar. Muchos procedían de un echeverrismo populista, otros del lacrimoso lopezportillismo, algotros del grisáceo delamadridismo y uno sólo ­Joseph Marie Córdoba Montoya­­ venía del inmoral salinismo, más algunas caras azoradas del reciente zedillismo.

El acto político en cuestión fue presidido por Roberto Madrazo Pintado, el enjundioso líder nacional del PRI, y me pareció inexplicable. ¿Cómo y para qué fin reunir aquel apacentado hato? ¿Cómo extraer algo más que nostalgia de aquellos seres de rostro inflamados por el yantar y el beber consuetudinario, o por el uso de corticoides para la reuma, el ácido úrico o algún otro tipo de enfermedad propio de la vejez?

Parodiando a La Bruyére diremos que además había, en aquellos circunstantes, una falsa modestia que era vanidad; una falsa gloria que era ligereza; una falsa grandeza que era pequeñez; una falsa virtud que era hipocresía; una falsa discreción que era gazmoñería. Un paneo de la cámara de televisión los mostró tales cuales. Daban la impresión de no haber quebrado un plato en sus largas existencias, e puore... Mientras Madrazo decía su rollo partidista el caponero mayor de aquella fauna inconmensurable, Miguel de la Madrid, despistaba un corto sueño. Cuando un reportero le preguntó si se había dormido, lo negó. “No, lo que pasó es que me molestaba la luz de un reflector sobre mis ojos y los cerré, pero estaba escuchando”.

Me acordé entonces del contrabajista del grupo de jazz de Tino Contreras, que tocaba espléndidamente en el viejo Riguz Bar de la avenida de los Insurgentes, con la cabeza ligeramente reclinada sobre el diapasón de su instrumento y los ojos cerrados. Lo vio Tino y le gritó; “Despierta, negro, no te duermas”, causando expectación en el público que disfrutaba de la música muy cerca del foro. El contrabajista abrió un ojo, miró brevemente al director del conjunto y le contestó: “Que no etoy dumiendo, chico, que me etoy viendo por dentro”. Y pensé razonablemente: “Si De la Madrid se viera por dentro no tendría cara para asistir a los actos del PRI”.

¿Cómo pudo hacerlo, entonces? Fue seguramente por no recordar que su gobierno marcó el principio del fin para el Partido Revolucionario Institucional, ya que durante aquel sexenio el PRI sufrió la imposición, desde Los Pinos, de los peores candidatos y las más tibias dirigencias registradas en sus 71 años de existencia política. La irresponsable memoria es el primer síntoma que aqueja a un político con larga cola de errores y culpas. ¿Evocaría don Miguel, entre sueños, cómo disminuyó su imagen pública el 19 de septiembre de 1985, después del terremoto que devastó a la capital de la República? ¿O quizás haría memoria de su reverencial actitud ante el gobierno de los Estados Unidos al convenir la transición de los propósitos del suyo propio, desde aquella justicia social procurada por el PRI y los anteriores gobiernos, para ceder al paso arrebatador de los neoliberales, la globalización y el libre comercio mundial?

Sin embargo, allí estaba, o parecía que estaba. Lo cierto es que, más tarde, saldría al encuentro de los periodistas para comentar una opinión del presidente Fox al expresar su deseo de ser sucedido en la Presidencia de la República por una mujer; y los analistas pensaron que tenía en mente a doña Marta Sahagún de Fox.

“Yo tengo gran aprecio por Beatriz Paredes, por María de los Ángeles Moreno, por Dulce María Sauri y por las hermanas Lajous”, dijo posteriormente De la Madrid, y de alguna manera las sugirió como competidoras en la carrera por la Presidencia de la República.

Mire, pues qué bueno. Yo también tengo un gran aprecio por Thalía, por Salma Hayek, por Paulina Rubio y por las hermanas Laura Zapata y Ernestina Sodi, y no obstante creo recordar que desde el 2 de julio del 2000 se acabaron aquellos tiempos felices para los presidentes, quienes podían recomendar a quien bien quisieran para cualquier cargo público.

¿Lo recordará don Miguel?... Claro que no, pero el pueblo sí recuerda a don Miguel, y no muy bien que digamos...

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