Hace un año el agua era un punto de fricción entre los mexicanos y los estadounidenses. La sequía, embravecida al sur y al norte de la frontera de los dos países, erizaba los ánimos de los rancheros. Y los nervios de los gobernadores de los estados, pues quien más, quien menos, en Estados Unidos sacaban la cuenta de la falta agua de río, que México usaba fuera de convenios, para exigir que les fuera pagada puntualmente. Más puesto que un calcetín, pues así reacciona cuando le habla su homólogo Bush, el presidente de la República Vicente Fox Quesada, se puso en posición de firmes, reconoció la deuda y ofreció pagarla con agua de los estados norteños Baja California Norte, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Tamaulipas y Nuevo León, cuyos gobernadores salvo uno, el nuestro no tenían maldita idea del costo que significaría respaldar los ilógicos compromisos del Jefe del Ejecutivo Federal; así que el de Coahuila dijo “con agua de mi estado no cuenten: ni para un buche”...
Hoy día eso ha quedado en el olvido. Vinieron las aguas del cielo en mayo, luego en julio, después en agosto, siguen en septiembre y amenazan prolongarse durante todo el Otoño. Con seguridad vamos a tener también un invierno húmedo, frío y bienhechor. En Texas llueve que es un gusto y en Coahuila no se diga, las presas recuperan sus niveles y se mira en el campo que la gente regresa en fin de semana, apresta los instrumentos de trabajo y preparan la tierra para invertir en algún cultivo de invierno; quién quite y puedan echarse una garrita encima, ellos y sus “güercos”, en la Navidad.
Ni quién se acuerde ahora de que nos andábamos peleando por la deuda del agua. Ya quisieran los texanos darse abasto con el quehacer, y no andar cobrando lo incobrable. Ahí cuando vuelvan los años de las vacas flacas a la mejor les vuelve la memoria, pero por lo pronto Diosito nos echó la mano.
De iguales prodigios requerirán los líderes del sindicato petrolero para salvarse del desafuero constitucional y la consecuente consignación penal en el caso de los préstamos millonarios de Pemex. El gobierno foxista ha hecho asunto de honor con este caso, después de tantos traspiés, actos fallidos y vacua publicidad. Se le apronta a su diestra, en oficiosa actitud, la famosa Quina, líder defenestrado del poder sindical de la industria petrolera nacionalizada, quien ve la oportunidad de pescar a río revuelto y retornar al paraíso terrenal en que vivió durante tantos y tantos años. Sin embargo, los actuales líderes petroleros ya enseñan las uñas y “pelan” el diente con la amenaza de una huelga general, para la cual dicen tener causas sólidas: los salarios congelados, las prestaciones incumplidas, la privatización de la petroquímica y la constante amenaza de desnacionalizar la industria. Habría qué ver de cuál cuero saldrán más correas. El gobierno federal aduce propósitos institucionales en su terca lucha contra la corrupción, lo cual sería plausible si fundamentara sus acciones en evidencias incontestables, por una parte, y tuviera por otra, la decisión firme de seguirle las causas a los líderes venales, oponiendo la firmeza de la ley, y de quienes están obligados a hacerla respetar, sin caer en la tentación de ceder mediante transacciones indebidas con los líderes petroleros.
Lo primero que se ocurre, en tal propósito, es la requisa de la industria petrolera, bien decidida en los órganos jurisdiccionales competentes y debidamente respaldada por los cuerpos coactivos del orden federal; pero hay en ello varios riesgos fundamentales. A nadie conviene un enfrentamiento entre las fuerzas de la ley y los cientos de miles de trabajadores petroleros. Y no valdría la pena, tampoco, saldar con violencia y chipotes un asunto que tiene cauces de conciliación, legales, pacíficos y responsables.
El conflicto preocupa justificadamente a todos los mexicanos, pues hemos visto a lo largo de dos años de administración panista que las medidas tomadas por el Jefe del Ejecutivo Federal han sido nerviosas, imperitas y negativas en resultados. A lo que el pueblo mexicano teme es que el gobierno y los petroleros disputen sobre el terreno móvil, lodoso e inconsistente de las pasiones, donde todo puede suceder y lo más grave resulte inevitable; y se lleguen a adoptar posiciones enconadas e intransigentes, defendiendo cada cuál su causa y olvidando la causa de todos, que es México.
Este asunto no es como el regateo internacional del agua, que resolvieron Dios o la madre naturaleza. Aquí los milagros no operan, ni se pueden ofrecer misas por la solución del problema. Es un asunto de inteligencia, pericia y responsabilidad pública de las partes en pugna, cuyo primerísimo deber es alcanzar una solución que no arriesgue nuestra estabilidad económica y mucho menos nuestra estabilidad social y política. Si en medio de este conflicto hay un interés nacional en riesgo, éste debe ser protegido, por su carácter de valor mayor y prioritario. Ya habrá tiempo y circunstancias para todo lo demás...