Hoy se quejan los gobernadores y los alcaldes de que en sus erarios no hay harina y de todo se les vuelve muina. Pero el llanto no es nuevo, ni siquiera reciente. Ya en 1890, durante el mes de enero, el presidente municipal de Saltillo, don Hilario de los Reyes, se dolía de no tener “chenchos” en la escarcela oficial para pagar la mínima soldada que devengaban los empleados del Cabildo en la ciudad del Saltillo.
Al fin de resolver el peliagudo caso de la insolvencia municipal el señor alcalde De los Reyes se aplicó a la elaboración de un plan de arbitrios que regiría durante aquel año y en el cual quedarían establecidos los nuevos impuestos, contribuciones o gabelas que la fértil imaginación de don Hilario se proponía crear.
Para fortuna de las generaciones sobrevinientes, en el Archivo Municipal de Saltillo se conservaron los antecedentes del plan de ingresos y el plan mismo, de modo que podemos darnos cuenta perfectamente de lo que don Hilario propuso al Congreso, y éste dispuso. Han de saber los lectores que antes, igual que ahora, los municipios carecían de “potestad tributaria” lo cual quiere decir que no pueden, por sí mismos, decidir cuáles impuestos, derechos, productos y aprovechamientos van a aprobar como cobro obligado a los sufridos ciudadanos.
He aquí algunos ejemplos de la proposición del mentado don Hilario: “Los vendedores ambulantes de pulque pagarían doce y medio centavos diarios. Por degüello de carneros, castrados y cabras serían ocho centavos. Por licencia para bailes de máscaras en parajes públicos se cobrarían cinco pesos. Por licencia para baile o tertulias en casas particulares, un peso hasta la diez de la noche. Por corridas de toros de veinte a cincuenta pesos; por función de acróbatas tres pesos y por zarzuela 4 pesos”.
Se cobraría, también, “por tener vacas, por vender granos, por andar en carro o carreta, por fabricar harina, por tener una carpintería” y por decenas de motivos más. La desesperación del Alcalde de los Reyes no tenía límite, ni tampoco su fértil inventiva. Se le ocurrió, seguramente, cobrar por los agujeros de las agujas para ensartar hilo de coser; un centavo por braguetas con botones y sus respectivos ojales; por el recién inventado cierre de zipper; por aplaudir en los espectáculos y por ver la luna en el cielo a través de un telescopio. Según esto, el tesorero municipal podría cobrar a los incautos ciudadanos hasta por reírse.
Desde antes de empezar, los diputados locales se cansaron de reflexionar en el plan de arbitrios propuesto por el señor De los Reyes. Y para sacudirse la modorra cambiaron de onda y se pusieron a analizar el presupuesto de egresos. Uno de los diputados tomó la palabra para impugnarlo, y dijo: “Esto viene a ser lo mismo que el de ingresos, sólo que al revés, porque el dinero que por uno entra por el otro sale. Entonces ambos deben estar compautados. Es decir que no sea uno más que otro, porque si los ingresos son mayores que lo egresos van a sobrar y podría entrar la garruña; pero si lo que entra es menor que lo que sale, entonces no se va a completar y quedamos en las mismas”.
Los ciudadanos deberían, entonces, conocer perfectamente cómo anda la limpieza, si la policía cuida el buen orden en la población, si la escuela oficial recibe el suficiente apoyo de la autoridad municipal, si las calles son barridas a diario, cuántas están empedradas, si las acequias están limpias y el agua para las casas no se ensucia, etc. Por ello, insistió el señor diputado, es que se justifican los impuestos y los ciudadanos deben pagarlos.
El plan de egresos, para desgracia de los causantes, explicaba a dónde iría a dar el dinero que sacarían de sus bolsas y lo hacía con más transparencia que la translúcida ley propuesta por los diputados del PAN para la actualidad. El jefe político ganaría mil ochocientos pesos, el secretario del Ayuntamiento 720, un escribiente 480, un archivista (¡ay!) 300 pesos. Todos los sueldos dichos serían anuales. Un gendarme 75 centavos diarios y un maestro dos pesos al día. El salario del tesorero municipal 1.50 pesos diarios, aunque éste podría apropiarse el 2.5 % de lo que recaude.
Resulta seductor asomarse al pasado, aunque sea para constatar que todo es igual, que nada cambia y que en materia de contribuciones y gasto público, todo ha sido aumentar ceros a la derecha de las cantidades. Aunque en aquellos tiempos, había una ventaja: los diputados eran unos cuántos y trabajaban abnegadamente. Ahora, en cambio....