¡Viva México! ¡Vivan los héroes que nos dieron independencia! ¿Independencia? Somos buenos para los gritos, cohetes y brindis festivos pero no para actuar en consecuencia. La independencia absoluta, hoy, simplemente no existe. En todo caso se trata de independencia relativa, de poder tomar ciertas decisiones dentro de las condiciones que el mundo nos impone.
Décima economía del mundo, una de las principales naciones exportadoras, nos llenamos la boca con esas expresiones. Sin duda son grandes logros. Pero seamos realistas, algo no marcha demasiado bien, si no cómo explicar los 54 millones de pobres certificados. La independencia en este agitado inicio de siglo habla, es cierto, de nuestras relaciones con las otras 200 naciones del orbe. En la segunda mitad del siglo XX el número se multiplicó por tres. Los grandes imperios se fraccionaron. Las colonias se independizaron. Las definiciones étnicas, raciales, religiosas, dieron vida a nuevas entidades políticas de muy cuestionable viabilidad económica en la vieja visión autarquía e independencia. La globalización siguió adelante. El siglo pasado vio el nacimiento de alrededor de 140 nuevos estados nación y, por supuesto, todos claman independencia.
Pero más allá de la retórica, la realidad es muy diferente. Los viejos equilibrios están rotos. La independencia hoy sólo cobra sentido como una estrategia mínima frente al nuevo mundo. Veamos algunas de las novedades. De entrada los actores son hoy otros. Hace un siglo la expresión independencia remitía a la relación frente a otros países. Pero en este inicio de siglo sólo 25 economías nacionales son más grandes que el poderío de las grandes corporaciones. Nadie dudaría un instante sobre quién ejerce más poder entre el presidente de un pequeño país africano o el directivo de General Motors.
La independencia hoy implica tratar de mantener cierto grado de maniobra frente a los grandes monstruos de la economía. Otro cambio central es que el tamaño de los estados nación, territorio, riquezas naturales y población, no necesariamente explican su fortaleza o debilidad. David Landes nos ha entregado una excelente aportación al respecto en La Riqueza y la Pobreza de las Naciones. ¿Qué nación es más fuerte, Suiza o Nigeria, Venezuela o Singapur? Hoy compiten las que serían pequeñas naciones en la lectura tradicional y que sin embargo son ejemplo de gran fortaleza, con gigantes que sangran, Argentina por ejemplo. Lo que no está en duda es que una economía sólida da mayor independencia. Pero, ¿qué es una economía sólida en este mundo marcado por los mercados globales? Si bien es cierto que nadie escapa a las redes de los fenómenos globales, también lo es que a algunos les va mejor en la feria.
A pesar del 11 de septiembre, a pesar del quebranto económico mundial y del colapso de varias grandes firmas hay países, Chile es un ejemplo, que hoy están creciendo. Tener un sector exportador fuerte y navegar en los azarosos mares de la apertura comercial son sólo una parte de los nuevos riesgos que se nos imponen. Pero una economía que sólo marche cuando los vientos de los mercados externos le son favorables habla de una terrible debilidad, de una clara dependencia. Eso le está ocurriendo a México. El año pasado no crecimos, este año el crecimiento será magro. La explicación está, en buena medida, en lo que ha ocurrido en la economía estadounidense. Pero para un país que requiere alrededor de un millón y cuarto de nuevos empleos al año, generar menos de 500 mil es una tragedia. Nada indica que la recuperación de la economía estadounidense vaya a conducir a un nuevo período de crecimiento estable.
¡Que añoranza de la era Clinton! Nadie sabe a ciencia cierta las consecuencias de un enfrentamiento con Iraq. Esos son los tiempos que le tocaron a Vicente Fox. Pero aún en los años en que hubo un fuerte crecimiento en los Estados Unidos, México no pudo mantener un buen paso. Debemos regresar la mirada al interior. Dos piezas claves saltan de inmediato. La primera es pugnar por eliminar a como dé lugar el déficit y de preferencia lograr un superávit. Sólo así se puede impulsar una política anticíclica, Chile es de nuevo un buen ejemplo. La reforma fiscal es imprescindible. La segunda es revisar el papel de la banca como eje del crecimiento. Me apoyo en esto en el excelente ensayo de Arturo Fernández “El Mercado Crediticio Mexicano” (ESTE PAIS, septiembre 2002) La tesis del Rector del ITAM es tan sencilla como demoledora. Basado en un estudio de Ross Levine, Arturo Fernández calcula el costo que ha traído a México que la banca esté imposibilitada de cumplir el papel que debiera.
El encadenamiento pernicioso es más o menos el siguiente. La inseguridad jurídica, medida entre otros por la duración de los procedimientos y la eficacia en la ejecución de las sentencias, sangra a la banca. La probabilidad de no recuperación del principal equivale al 12.2% del total. Ello repercute en que el margen de intermediación, que todos de alguna forma pagamos, sea muy alto, 16.3% cuando en otros países comparables al nuestro es de 4 por ciento. Ello hace que el crédito en México sea muy restringido, alrededor del 24% del PIB, cuando en otros países oscila en 70% o más. Resultado, la economía no crece, lo podría. Pero, ¿qué tanto es tantito? Arturo Fernández le pone números: alrededor de dos puntos porcentuales del PIB al año. El acumulado en un período histórico prolongado es aterrador: del 1973 a 1976 nuestro PIB pudo haber crecido 40% más. Es cuestión de números. México podría ser otro. Para los trasnochados que piensan que defender a la banca es reaccionario por tratarse de los dineros de los ricos, allí está un dato: 90% de los activos bancarios son de los ahorradores. Invertir hoy en la administración de justicia es un acto estratégico para que México crezca más.
¡Que viva México! Está muy bien la gritería. Pero valdría la pena que cada vez salgamos con nuestro ritual patriota nos acordemos de otros asuntos, si queremos que el número de mexicanos hundidos en la miseria disminuya, si de verdad deseamos circular por el mundo con mayor dignidad, si como gritamos a los cuatro vientos amamos nuestra independencia, más vale que nos sentemos a arreglar algunos pendientes francamente vergonzosos. Por inseguridad jurídica, por una débil administración de la justicia, millones de mexicanos están condenados a vivir en la miseria.