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Informe inútil

SERGIO AGUAYO QUEZADA

El Informe que cada año rinde el presidente es un ritual fracturado por las contradicciones. El pasado domingo se exaltaron en los discursos las virtudes de la democracia y el cambio, pero el mensaje desmereció porque el guión y la escenografía despedían una fuerte fragancia a naftalina.

La Constitución le impone al presidente la obligación de que el primero de septiembre de cada año presente “un informe por escrito, en el que manifieste el estado general de la administración pública federal”. La ambigüedad del mandato es tal, que teóricamente bastaría una frase diciéndonos que las cosas andan bien, mal o regular. Por supuesto que el folklore político nunca ha llegado a tanto, pero cada presidente ha interpretado el mandato a su manera. Algunos sienten que el llamado es para que hilvanen un listado interminable de cifras donde se van intercalando frases emotivas, de ésas que serpentean en busca del aplauso. Los presidentes convencidos de tener el don de filósofos acuñaron rebuscadas oraciones para, de esa manera, presumir la sofisticación teórica. No ha faltado, por supuesto, el mandatario republicano que asentó sus palabras sobre la mesura y la sobriedad.

Los informes tampoco sirven para consolidar la cultura democrática. En lugar de un intercambio de opiniones entre adversarios tenemos que atragantarnos con una docena de monólogos disociados entre sí. Antes del arribo presidencial, los representantes de los partidos sueltan emocionados rollos, mientras la mayoría del respetable se concentra en la grilla, la contemplación o la lectura. El acto central consiste en que el jefe del Ejecutivo llega y habla frente a un auditorio que oscila entre el respetuoso silencio y la imprecación irritada. Después se apodera del micrófono un legislador o legisladora que, por desconocer lo que el presidente va a decir, se dedica a lucir sus dotes oratorias. En síntesis, el informe no responde a las necesidades que tenemos los mexicanos. No es, por supuesto, totalmente inútil. Es un barómetro que permite medir cómo anda el país y sus fuerzas políticas, además de permitir un interesante ejercicio de comparaciones. Cuando el presidencialismo envolvía al país, los legisladores se comportaban como mansos corderitos (por el machismo entonces imperante las corderas eran bastante escasas). Cuando el país se despertó electoralmente en 1988 se inició la época dorada de las interpelaciones que llevaron a frases memorables (¿cómo olvidar aquel “Porfirio valiente/ callaste al presidente” con que se evocaba el borlote que armó Muñoz Ledo cuanto interrumpió a Miguel De la Madrid en su último informe). Ahora que estamos metidos en una cierta normalización democrática, se ven fuera de lugar las protestas que escenificó el domingo pasado la bancada del Partido de la Revolución Democrática; lo que de ninguna manera quiere decir que el PRD no tuviera razón en enojarse por el comportamiento del PRI y el PAN.

Por otro lado, todos los informes tienen una veta de espectáculo. En el Segundo Informe de Vicente Fox resultó fascinante comprobar la vibra que tiene la tradición. Abundaron las crónicas sobre los conciliábulos y divertimentos de quienes se reunieron en el gigantesco salón. Llegada la hora del Presidente fue notable la cirugía que estrenó el comportamiento de Vicente Fox. Gesticuló poco y leyó su texto sin apartarse para nada del guión que llevaba preparado y que busca obtener esa mayoría que le permitirá sacar adelante algunas de sus reformas. Se mantuvo sereno cuando surgieron las interpelaciones, tampoco se equivocó o improvisó y si no entusiasmó, tampoco ofendió. ¿Durará Vicente Fox en ésta su faceta moderada? ¿Logrará con esta estrategia obtener la mayoría indispensable para aprobar las reformas? Esta última es, sin duda alguna, la pregunta más importante. Para dar una respuesta es menester recordar que en el 2003 habrá elecciones legislativas. Una de las razones por las que Fox quiere tener éxitos es para recuperar su popularidad y credibilidad y, por ese camino, incrementar el caudal de votos que necesita su partido, Acción Nacional, para ser mayoría en la próxima legislatura. Una de las fallas del planteamiento es que el acercamiento al PRI terminará de alejarle a ese electorado de centro izquierda que le dio la victoria en el 2000 con la tesis del “voto útil”. Otra dimensión está en la complicada interacción entre el Ejecutivo y los partidos opositores. ¿Cederán los partidos opositores a las exigencias presidenciales? Es altamente posible por el alud de críticas que la sociedad le ha lanzado al Congreso por su ineficiencia. Es previsible que los partidos representados en el Congreso se sientan obligados a demostrar a los electores que cuando quieren son eficaces. Pero sí hacen demasiadas concesiones fortalecerán al Presidente de la República que presumirá sus éxitos cuando haga campaña a favor de Acción Nacional. En esta situación, lo más probable es que el Congreso haga concesiones y que eso permita algunos avances en lo que resta del año, para volverse a endurecer durante el primer semestre del 2003 cuando se desplegarán las estrategias de campaña. Lo anterior me lleva a pensar que en los cuatro meses que se vienen habrá una oleada de cambios sin precedentes en los últimos dos años. Sería deseable que entre las transformaciones estuviera la ceremonia del informe. Una modificación tendría que ser en la fecha. Es absurdo que el Presidente se aparezca el 1ro de septiembre frente al Congreso cuando todavía le quedan cuatro largos meses al año fiscal. Lo más lógico es que el informe se rinda entre enero y marzo, cuando ya terminó el año fiscal anterior.

La transformación más importante debe darse en la estructura del documento mismo. Actualmente, el informe se queda en un limbo ubicado el un intento de presentar una visión de largo alcance, y el detallado texto del presidente del consejo de administración de una importante cadena de tlapalerías. Las cifras y los hechos deben enviarse a una presentación posterior ligada a las comparecencias de los responsables de las secretarías de Estado. El tiempo que actualmente tiene el informe debería dedicarse a un mensaje integral y coherente que permita tener una visión razonable de los grandes lineamientos estratégicos del gobierno enmarcados en los retos y oportunidades que enfrenta la nación. El contenido de lo que ahora recibimos es a todas luces insuficiente. Por ejemplo, el mundo atraviesa por una etapa particularmente extraña y confusa. Todos sabemos que hay una profunda transición pero nadie tiene claro a dónde va y cuáles pueden ser los desenlaces. Pese a esto, el presidente Fox se contentó con decirnos que, en lo internacional, “afianzaremos nuestras asociaciones estratégicas; diversificaremos nuestras relaciones internacionales y ampliaremos la presencia de nuestro país en los foros multilaterales”. Ah. Hubiera sido infinitamente más útil que abundara sobre el impacto que tuvieron los acontecimientos del 11 de septiembre en nuestra seguridad, economía y política para de ahí brincar a una reflexión más amplia sobre la influencia de lo externo en nuestra vida.

Un último cambio tiene que ver con el diálogo entre adversarios. En el futuro, los informes deben entregarse con tiempo suficiente para que los partidos opositores preparen un comentario respetuosamente crítico que enriquezca la reflexión y el diálogo democrático. Lo que tenemos ahora satisface a muy pocos. Una democracia requiere espacios, foros, en los que se encuentren los representantes de la nación a formular, y comentar las grandes definiciones. El ritual del informe puede ser un momento ideal para demostrar que la democracia no tiene por qué ser tan aburrida.

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