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Iraq: la guerra que viene

Adolfo Sánchez Rebolledo

Gracias a la resolución del Consejo de Seguridad, la guerra se ha tomado un respiro o, para decirlo con las palabras del Canciller mexicano, “la paz recibió una oportunidad”, acaso la última para evitar un nuevo conflicto bélico en el Golfo Pérsico, aunque el Parlamento iraquí aún no parece dispuesto a aceptar los términos de la propuesta elaborada pacientemente por Francia y Rusia, con el apoyo activo de México, cuyo papel en la negociación es digno de reconocimiento.

Estados Unidos, que había peleado por endurecer la postura de la comunidad internacional, pese a sus esfuerzos no alcanzó todos sus objetivos, sobre todo el que permitía, en caso de resistencia iraquí a la inspección de la ONU, pasar automáticamente de los dichos a las armas. El Consejo de Seguridad aseguró que cada paso sea decidido en su seno, sin precipitaciones, evaluando la situación en su conjunto. El resultado de la intensa y compleja negociación hizo decir a un eufórico Castañeda: “todos hemos ganado con esta decisión. El Consejo de Seguridad gana, Naciones Unidas gana, el consenso gana, la comunidad internacional gana, México gana. Se mantuvo la unidad del Consejo a través de este voto unánime y contundente y México logró hacer que su voz y sus posiciones jugasen un papel importante en la negociación de la resolución.”

Opinión en la que coinciden otros especialistas, plenamente satisfechos por esta repentina revalorización de la ONU, sus mecanismos y procedimientos, para fungir como árbitro en las disputas internacionales. Lamentablemente el gusto podría durar muy poco, a juzgar por los preparativos de guerra que siguen a las belicosas declaraciones del presidente Bush, repentinamente fortalecido por el triunfo electoral del Partido Republicano en las elecciones de la semana pasada.

Todo indica que la Casa Blanca no confía en lo absoluto en la solución negociada al diferendo con Iraq y parece impaciente por lanzar a sus fuerzas a una segunda edición de la Tormenta del Desierto que, en su momento, comandara el padre del actual mandatario. Revelaciones filtradas a los medios por el Pentágono dan cuenta de que mientras los políticos hablan de paz, el alto mando se prepara para una conflagración que, a la luz de las propaganda estadounidense contra el terrorismo, parece un típica profecía autocumplida. Sin embargo, mientras suenan los tambores de guerra en Washington y Londres, en las principales capitales europeas comienza a expandirse un amplio movimiento por la paz que se conecta a través de infinitos vasos capilares con la resistencia a los efectos perversos de la globalización, al malestar de importantes capas de la sociedad que no saben qué les deparará el día siguiente... si hay día siguiente.

Ese movimiento tiende a crecer en la medida que se va confirmando que en la lucha necesaria contra el terrorismo, Estados Unidos defiende un conjunto de intereses particulares que no son obligatoriamente compartidos por el resto de la humanidad. Preocupa la intención de asociar el combate al llamado “Eje del mal” a una estrategia de afirmación universal de la hegemonía norteamericana sustentada en su indiscutible poderío militar.

Pocos discuten, por ejemplo, el apetito por las riquezas petroleras de Iraq como uno de los grandes estímulos que se ofrecen a Estados Unidos para emprender esta nueva aventura, lo cual, dicho sea de paso, concierne a otros países productores, como México y, en general, a la maltrecha economía del mundo que trata de escapar a la inminente recesión.

El gran problema es que a estas alturas de la globalización ningún Estado puede conseguir por la fuerza sus objetivos, aun si éstos fueran moralmente válidos. Sería un error imperdonable suponer que los verdaderos terroristas van a deponer su actitud sin ejercer algún tipo de violencia contra ellos, pero no hay ley que autorice a un país a convertirse en gendarme y juez universal, menos aún cuando se ponen en riesgo la vida de inocentes, la seguridad de los Estados y, en definitiva, la convivencia civilizada entre las naciones. Por desgracia, a pesar de la resolución del Consejo de seguridad, todo indica que Washington se prepara para aprovechar el menor titubeo de Iraq para iniciar las hostilidades, con o sin el consentimiento de las Naciones Unidas, como repetidamente lo ha declarado el presidente Bush. El problema es sí, a estas alturas, la humanidad podrá resistir a los nuevos cruzados y sus bombas inteligentes.

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