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Irracionalidad

Federico Reyes Heroles

Todo gobierno debe buscar racionalidad en sus actos. Es decir obtener ciertos objetivos de la forma más eficiente, con los menores costos posibles. La lista de retos de la gestión de Vicente Fox es muy conocida. Nada hay nuevo. Lo que si es novedad y quizá sea hoy la fuente de mayor molestia, es la falta de disciplina política para arribar a esos puertos. La gestión se opaca. La desilusión merodea. Provocar una reacción pendular, una petición de eficacia a cualquier precio sería la peor condena histórica para Fox y un incentivo perverso para la democracia mexicana. ¿Qué se le reclama con justeza? ¿Dónde las críticas se acercan al ataque? Fox no es responsable de la caída de la economía arrastrada por la sacudida mundial.

Si lo es de no estar leyendo con frialdad, con profesionalismo, lo severo de la situación. Esperanzado en que “el país marcha y marcha bien, a paso firme” está dejando pasar tiempos valiosísimos. No es astuto hacerlo. La tormenta económica va a seguir, sin embargo el gobierno cree y pretende vender los días claros que ya están en el horizonte. La imagen de una administración bloqueada ante la realidad, atrapada por un discurso de autopromoción, empieza a ser caricaturesca.

Fox no es responsable de que la estrategia económica centrada en el sector exportador pareciera ya no tener el brío para arrastrar el tren. Si lo es de no estar proponiendo medidas alternas serias que permitan mayor crecimiento apoyados en nosotros mismos. ¿Por qué no lo hace? Lo racional sería hacerlo.

Vicente Fox no es responsable de la composición del Congreso, enemigo público número uno en el discurso oficial. Si lo es de una pésima relación con sus opositores. La estrategia inicial, tan apasionada como equivocada, fue acabar con el PRI. No fue astuta, racional, tampoco producto de un cálculo realista. Fue más bien resultado de la pasión partidaria.

Hoy, en su tercer año de gobierno, las descortesías políticas, los abiertos ataques, las fanfarronadas, el mal gusto y los insultos conforman una larga lista de agravios. El problema es que los agraviados son la primera fuerza política del país. De eso él y su equipo si son responsables. La gestión apuesta ya a un giro dramático en la elección del 2003. Así, piensan, obtendrán el respaldo legislativo que requieren. La principal carta en la campaña pudiera ser el propio presidente que es excelente en eso. Sin embargo, de nuevo, no es racional hacerlo. Aun suponiendo que la Cámara de Diputados quedara en manos del PAN, que no es un escenario fácil, los equilibrios con la oposición no cambiarán esencialmente.

Los riesgos para el presidente son en cambio muy altos: convertirse en parte de la controversia y degradar aun más su nivel de diálogo con los opositores, el más evidente. ¿Y si gana la oposición? Pensar en un presidente desgastado y peleado con su principal interlocutor político por tres años más es un infierno. Por qué no mejor mantenerse distante y suavizar las cosas con la próxima camada de legisladores. Eso sería lo conveniente.

Nada indica que tomarán esa opción. ¿Por qué? Vicente Fox no es responsable de la cultura presidencialista, ni de los sensibles ojos de los mexicanos frente a ciertos temas: relaciones con la Iglesia Católica, rígida solemnidad, rechazo a los protagonismos familiares, etc. Permitir o provocar este tipo de situaciones no es una estrategia racional. El crucifijo, el beso en Roma, la boda el día de la visita del Presidente Aznar, la omnipresencia de “Vamos México”, las múltiples declaraciones sobre cuestiones privadas, las botas donde no vienen al caso, el beso al anillo papal, el uso del rancho para cuestiones públicas, etc., de ese infinito anecdotario que tanto le ha costado al régimen, de ese alguien es responsable.

Que el presidente le entre a todas las discusiones públicas no es una estrategia racional para ningún gobierno. Es curioso ver metido a Vicente Fox en casi todos los debates de primera línea, al centro de los reflectores, sin que los responsables de las diferentes áreas sufran el menor pellizco. ¿Por qué esa tozuda mecánica? Fox no es responsable del muy desigual comportamiento de sus colaboradores. Ningún presidente sabe a ciencia cierta cómo se desenvolverán. Si lo es en cambio de la percepción de desorden. Decir que no haría cambios no fue una estrategia racional.

A partir de ese momento cualquier substitución juega en su contra y no del funcionario de que se trate. Además inyectó a su equipo una confianza excesiva en vez de presión. Han confundido la verdadera fortaleza política con la permanencia y la persistencia. La actitud se hace evidente en la lectura del acontecer mundial. Fox no es responsable del cisma estadounidense, de la guerra contra el terrorismo, de la economía alemana o japonesa, si lo es de repetir la misma propuesta de hace dos años. La astucia política indicaría que ha llegado el momento de cambiar de propuestas, de renovar su agenda. ¿Por qué no lo hacen? Son demasiadas preguntas sin una respuesta lógica.

Cualquier gobernante lo haría para salirse del arrinconamiento, es una lógica de supervivencia. ¿Qué pasa? Mucho me temo que el problema central del régimen es una cierta embriaguez de campaña que los ha llevado a pelearse con la racionalidad. Lo hicieron tan bien como opositores, derrotar al famoso monstruo fue una victoria tan sonada, que no vieron un mayor reto en gobernar a un país de 100 millones. A dos años y en un mundo convulsionado lo que más se extraña es un cierto profesionalismo en la conducción. No es un problema exclusivo de una persona sino de un grupo. No reconocen sus debilidades. Eso es soberbia. El régimen adolece de varias. El presidente y su equipo deberían guiar sus pasos ceñidos a una mínima racionalidad política. Pero la desprecian. Con la capacidad de comunicación que tiene el presidente, con su innegable arrastre, la conducción profesional le allanaría muchos de los problemas innecesarios que hoy enfrenta.

Se argumentará que la popularidad presidencial es alta, que los velámenes están llenos. Es cierto, pero la opinión pública no es un vigía de futuro. Hay actitudes y acciones que hoy le pueden estar reportando popularidad y que mañana serán facturas. El pleito con el PRI e inflar las expectativas de los “peces gordos” son ejemplos clarísimos. Nada indica que los cuatro años que le restan a Fox vayan a ser bonanza. Buscar nuevas fórmulas de crecimiento es su principal obligación. Todo puede encontrar una salida, siempre y cuando asuman una actitud menos vanidosa frente a las limitaciones del ejercicio real del poder, frente a los imperativos de la racionalidad de gobierno.

La irracionalidad es suicidio, colectivo en este caso, y eso subleva.

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