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Izquierda con corbata

Jorge Zepeda Patterson

Hoy Lula da Silva ganará las elecciones en Brasil. Y si no lo logra hoy lo hará en una segunda vuelta dentro de tres semanas, el 27 de octubre, justo en su cumpleaños. Convertirse en presidente electo el día de su aniversario no es la única coincidencia que podría compartir con Vicente Fox. En ambos casos son candidatos de oposición que llegan al poder gracias a la exigencia de un cambio radical por parte de la sociedad. Ahí terminan las similitudes. En teoría, la llegada de Fox constituye el relevo de un gobierno de centro izquierda (PRI) por uno de centro derecha (PAN). El triunfo de Lula seguiría la dirección opuesta pues representa el triunfo del partido de los trabajadores. Pero en el fondo ambos se enfrentan al mismo mandato popular: provocar un cambio sustancial en sus países ¿Podrán hacerlo?

Conservadores de mezclilla (y botas)

En los últimos años los gobiernos de centro izquierda de Portugal, Noruega, Francia, Italia, Holanda y Dinamarca fueron derrotados por la derecha. El triunfo de George Bush en Estados Unidos parecía confirmar una tendencia inexorable del siglo 21 hacia gobiernos conservadores. Las elecciones en Alemania el mes pasado parecían condenadas a concluir de igual manera debido a la ventaja que Stoiber, el candidato de la derecha, llevaba sobre Gerhard Schroder, mandatario social demócrata que intentaba reelegirse. Sorpresivamente el candidato opositor tuvo un ataque a lo “Diego Fernández de Cevallos” y se desplomó en las encuestas por una serie de errores en vísperas de la elección (entre otros, continuar sus vacaciones a pesar de la inundación que anegó algunas ciudades alemanas.) Gracias a su sorpresivo triunfo Schroder seguirá dirigiendo al pueblo teutón durante varios años rodeado por países con gobiernos conservadores. Aunque no parece que será por mucho tiempo.

El análisis de las políticas públicas revela que el margen de operación de los gobiernos está sumamente maniatado por los procesos de globalización, las restricciones de la economía, el peso de los parlamentos y la opinión pública. El laborista Tony Blair conquistó el gobierno de Inglaterra convenciendo al electorado de incursionar por la “Tercera Vía” (ni capitalismo salvaje ni comunismo) pero su administración se ha deslindado muy poco de las políticas públicas que caracterizaron al gobierno conservador de Margaret Tatcher. En sentido opuesto es el mismo caso del millonario conservador Silvio Berlusconi que se convirtió en mandatario de Italia pero ha sido incapaz de desmontar la poderosa maquinaria sindical que atosiga la economía azurra, establecida durante lustros de gobiernos socialistas.

Y para no ir más lejos, difícilmente puede decirse que Vicente Fox haya dado un golpe de timón en la sociedad mexicana. En materia económica tampoco hemos experimentado un giro hacia la derecha (en todo caso no se ha acentuado con respecto a lo que ya existía). En estricto sentido si comparamos los dos primeros años de Carlos Salinas con los dos que lleva Fox, el primero habría sido mucho más congruente con una plataforma económica acorde al PAN que el segundo (privatizaciones, apertura comercial, debilitamiento sindical, etcétera). Aunque para ser justos habría que reconocer que resulta difícil precisar si Fox no lo ha podido hacer por falta de ganas o simplemente porque no ha podido. Lo cual nos regresa al tema de las restricciones estructurales. Los gobiernos de derecha y de izquierda exhiben muy pocas diferencias de fondo en todo el mundo, particularmente en materia económica. En la forma pueden disentir, pero su margen de maniobra parece ser cada vez más escaso. Los políticos de derecha pueden ser radicales en su oposición a la emigración, y los políticos de izquierda pueden obsesionarse con asuntos de ecología (en Europa) o pobreza (en América Latina), pero los intereses económicos terminan saliéndose con la suya: el aparato productivo de los países del primer mundo sigue necesitando la mano de obra del tercer mundo (por fortuna) y las “necesidades” del crecimiento generan contaminación y terminan con los bosques por más green peaces que se resistan (por desgracia). Y de la desigualdad social mejor ni hablamos. La estadística demuestra que la brecha entre pobres y ricos se ha acentuado en los países latinoamericanos independientemente de que sean conducidos por gobiernos populistas o conservadores. Quizá por ello los votantes quedan condenados a definir su voto por dos dimensiones que tienen que ver muy poco con las plataformas políticas. Por un lado, por aspectos meramente carismáticos de los candidatos (con lo cual quedamos rehenes del marketing). Por otro, por la lógica del péndulo: hay descontento y por consiguiente se vota por el partido opuesto al que está gobernando.

Nada ilustra mejor esta confusión que el caso brasileño. Ahora terminan ocho años de gobierno de Fernando Enrique Cardoso, un “marxista neoliberal” donde los haya. Un académico elegante y exitoso con ideología de izquierda pero lanzado a la política por sectores conservadores, resultó un presidente ambivalente que deja a Brasil sumido en una crisis política y social. El pueblo elegirá a Lula porque desea el cambio, porque ya no quiere más de lo mismo, porque está desesperado. ¿Terminará Lula encerrado en la castrante camisa de fuerza en la que han caído Fox y Tony Blair? O por el contrario, ¿cabe aún la esperanza de que alguien, en algún lado, comience a romper este terrible círculo vicioso que nos impone una realidad opuesta a los deseos de cambio que expresan nuestros pueblos? (jzepeda52@aol.com)

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