“Carezco de memoria, por eso soy
historiador. Tengo memoria,
por eso soy profeta.”
Edmundo O’Gorman
WASHINGTON, D.C.- Eran apenas las 8:30 de la mañana cuando Brian Mulroney, el ex primer ministro canadiense, bajó al recibidor del elegante hotel Willard, en el centro de esta ciudad, como si buscara a alguien. Nadie lo reconoció. Me sorprendió verlo solo: sin escoltas ni acompañantes. Un ex primer ministro de una de las siete economías más importantes del mundo perdido en un hotel de la capital de la mayor potencia del mundo.
Carlos Salinas de Gortari bajó después, acompañado de su esposa Ana Paula —por lo que los rumores del divorcio no eran ciertos— y de otros miembros de su familia. Había muchos mexicanos en el recibidor del hotel y el ex presidente saludó a varios efusivamente.
George H. W. Bush no estaba hospedado en el hotel. Seguramente había pasado la noche en la residencia de su hijo, el ahora presidente de los Estados Unidos, a unas cuantas cuadras de distancia.
Los tres se reunieron en el sótano del Instituto Woodrow Wilson en la calle Pennsylvania a eso de las 9:30 de la mañana para inaugurar la conferencia “Nafta at diez” (“El TLCAN a los diez años”).
Era un panel privilegiado para una celebración excéntricamente fuera de lugar. Si bien es verdad que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte se firmó en diciembre de 1992, sólo entró en vigor el primero de enero de 1994. Habría que esperar todavía un año más para el festejo formal. Pero era importante hacer la celebración ahora. Después de todo, en diciembre de 1992 Bush padre ya había sido derrotado electoralmente por Bill Clinton y se preparaba a entregar el poder. Si se quería un festejo que involucrara a Bush, uno de los reales padres del TLCAN, había que hacerlo ahora.
Pero si bien la celebración del Woodrow Wilson debía ser un festejo norteamericano, terminó siendo en buena medida una fiesta mexicana. La mayor parte de los asistentes eran mexicanos o especialistas en temas de nuestro país. A pesar del tiempo transcurrido, el morbo que sigue generando cualquier aparición de Salinas es mayúsculo. Los medios estadounidenses estaban mucho más interesados en cubrir la toma de protesta del nuevo secretario del Tesoro, John Snow, que en una conferencia con los tres ex mandatarios del TLCAN.
El canadiense Brian Mulroney ofreció, a mi juicio, el mejor discurso de los tres: el más redondeado, el más fino. Subrayó los problemas políticos que tuvo para convencer a un pueblo canadiense adoctrinado en el nacionalismo sobre las ventajas de firmar un acuerdo de libre comercio con su poderoso vecino del sur. Y aprovechó el discurso para cuestionar los 300 mil millones de dólares en subsidios al campo que gastan anualmente los países poderosos golpeando con ellos a las naciones más pobres.
El mexicano Salinas leyó un discurso recortado de un texto que había distribuido previamente. Previsiblemente señalaba los beneficios económicos que ha generado el TLCAN y citaba al economista Joseph Stieglitz, ganador del Premio Nobel, en su afirmación de que el TLCAN había sido la tabla de salvación de la economía mexicana tras la crisis del 95. Salinas pidió que los beneficios del libre comercio se apliquen a toda América y a las naciones del Caribe, y afirmó que deben “acabarse todos los embargos” en la región, en clara referencia al boicot comercial de Estados Unidos contra Cuba.
Bush ofreció un discurso populachero y anecdótico, muy a la usanza de los políticos estadounidenses. Habló con términos de cercana amistad sobre los dos ex mandatarios que compartían el panel con él. Pero en respuesta a la referencia a Cuba de Salinas, dijo que él viviría para ver el momento en que todos los países del hemisferio vivieran en regímenes democráticos y comprometidos con el libre comercio.
Al final las ausencias fueron más importantes que las presencias. En el Instituto Woodrow Wilson estaba el ex ministro canadiense de comercio Michael Wilson y el ex secretario de comercio estadounidense Robert Musbacher, pero no Jaime Serra Puche, el ex secretario de comercio de México. Estaba el ex secretario de hacienda Pedro Aspe, pero no Herminio Blanco ni Carla Hills, la dura negociadora estadounidense.
Algunas de estas ausencias son indicativas de pleitos posteriores. Serra Puche, por ejemplo, se ha distanciado de Salinas por las críticas de éste al “error de diciembre”. Pero de lo que no cabe duda es de que el TLCAN que entre todos construyeron gestó las bases de un impresionante aumento en el comercio entre los tres países que ha tenido al final beneficios para todos.
Bush y Clinton
George Bush padre agradeció en su discurso el respaldo que su sucesor Bill Clinton le dio al TLCAN. Y señaló que le había prometido a Clinton nunca criticarlo en público, cosa que cumplió.