“Todas las cosas deben pasar”.
George Harrison
Hace ya un año que te perdimos, George, pero el tiempo no ha suavizado la ausencia. Parece que en este año he pensado en ti muchas más veces que en los últimos 20 años. La ausencia definitiva, la que proporciona la muerte, tiene formas de convertirse en una presencia persistente. Y de alguna manera hoy, que ya no estás aquí, estás más presente que nunca.
Sin duda ha ayudado mucho a mantener esta presencia la gira que realizó Paul por Norteamérica y por México. Su concierto en el Palacio de los Deportes se convirtió, como había que esperar, en una gran fiesta de nostalgia en que viejos y jóvenes cantaron, con los ojos llenos de lágrimas, las familiares canciones del pasado Beatle y escucharon con respeto las desconocidas melodías más recientes de Paul.
Siempre un caballero, Paul recordó en el concierto a John, su amigo de tantas batallas, pero también a ti, el bebé del grupo que, como John, tampoco llegó a cumplir los 64 años. Tú en el 2003 habrías llegado apenas a los 60, George.
Me doy cuenta de que la muerte violenta de John, asesinado el 8 de diciembre de 1980, ayudó a construirle una fama especial. Tú decidiste irte de manera más discreta. No es lo mismo ser asesinado a las puertas de tu casa a los 41 que fallecer lentamente de cáncer a los 58, escondido de los medios de comunicación en la casa de un amigo. Pero me pregunto qué habría pasado si Olivia, tu esposa de origen mexicano, no te hubiera rescatado de ese loco que en 1999 te apuñaló. ¿Habría sido diferente tu imagen póstuma? No lo sé. Me consta que nunca quisiste ser un héroe o un mártir. Lo importante es que, desde el principio, siempre fuiste el más discreto, el más tímido de los Beatles.
En este año que ha transcurrido desde tu partida, George, he aprendido a apreciarte más que nunca. Me doy cuenta de que no tuviste la pasión creativa o el entusiasmo de John, ni el carisma y el encanto personal de Paul, ni la simpatía natural de Ringo. Aun en los tiempos en que los Beatles empezaban a gozar de una fama inesperada, tú te mostrabas retraído, incómodo ante las exigencias de un público enloquecido. Alguna vez dijiste que las dos mejores cosas que te habían pasado en la vida habían sido convertirte en un Beatle y después dejar de ser un Beatle. Afirmaste también que ser un Beatle había sido un verdadero horror.
Pero la música, esa esencia de ser Beatle, nunca la abandonaste. Desde el principio, cuando alcanzaste la fama con el grupo antes incluso de cumplir los 20 años, ya eras considerado como el mejor músico del grupo. Desde “Love Me Do” las notas de tu guitarra de requinto ya eran hábiles y juguetonas. Tú mismo, quizá por timidez, te relegaste durante mucho tiempo de la composición de canciones. Pero cuando empezaste a entregar al público tus creaciones te revelaste como un compositor tan capaz como cualquiera. ¿Quién puede ahora soslayar la importancia de “If I Needed Someone”, “Taxman”, “While My Guitar Gently Weeps”, “Here Comes the Sun”, “Something” y “My Sweet Lord”?
Cuando el grupo se deshizo en 1970, y Paul y John se pelearon públicamente, tú parecías aliviado. Tu álbum de tres discos, “All Things Must Pass”, era no sólo una tour de force de toda la música que se te había quedado en el cajón en los tiempos en que John y Paul se peleaban por colocar sus composiciones en los discos de los Beatles, sino que además era un reflejo de tu filosofía ante el rompimiento del supergrupo: “Todas la cosas deben pasar.”
Con el concierto para Bangladesh de 1971, del que tú fuiste motor principal, demostraste que había espacio para presentaciones públicas —ésas mismas que tanto aborrecías en los años Beatles— sin compromisos posteriores y para causas importantes. Utilizaste el dinero que habías ganado como Beatle para muchas causas, pero entre ellas para la producción de películas independientes como la polémica Vida de Brian de Monty Pitón.
Después te fuiste encerrando. La muerte violenta de John te impulsó a guarecerte del mundo en tu campirana hacienda inglesa o en tu retiro hawaiano dedicado a la reflexión, a tu familia y a la jardinería. Y al final la muerte te llegó como vendrá a todos nosotros. Te fuiste apagando poco a poco. Todos sabíamos que el desenlace era inevitable. Pero cuando vino el 29 de noviembre del 2001 no fue posible evitar las lágrimas.
A un año de distancia estoy seguro de que me dirías: “Todo tiene que pasar”: la vida y la muerte son engranes de un mismo ciclo. Pero eso no significa, George, que no te eche de menos.
Póstumamente
El disco póstumo de George Harrison se llama Brainwashed (Lavado de cerebro). Es una obra que vale la pena escuchar: no sólo como un homenaje al amigo perdido sino como un trabajo musical de valor intrínseco.