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Jaque mate/La muerte

Sergio Sarmiento

“Si la muerte pisa mi huerto, quién firmará que he muerto de muerte natural”.

Joan Manuel Serrat

Los antiguos egipcios lo tenían muy claro. Dedicaban toda la vida a morir y trataban de hacerlo de la manera más adecuada a su religión. Esto les daba confianza y seguridad. Lo mismo ocurre en nuestros días. Muchos hombres y mujeres de fe tienen tal certeza sobre lo que ocurrirá después de la muerte, que viven y mueren tranquilos en la confianza de la gracia de Dios.

“¿Quién lo voceará en mi pueblo, quién pondrá un lazo negro al entreabierto portal?” Para quienes no tenemos más certeza que la duda la situación es distinta. Vivimos arrancándole momentos de felicidad al tiempo: un juego divertido, un triunfo inesperado, un momento de amor apasionado, una caricia de amor o la sonrisa de un hijo. Ante la muerte, en cambio, preferimos fingir indiferencia. Es la única manera de escapar al miedo natural de lo desconocido.

“¿Quién será ese buen amigo que morirá conmigo aunque sea un tanto así? Los velorios son el momento de reunión de familiares y amigos perdidos. Siempre nos lamentamos de no haber visto más al difunto. Pero nunca hacemos el esfuerzo de hacerlo cuando vive. Esa es la real tristeza de los velorios.

“¿Quién mentirá un padre nuestro y a rey muerto rey puesto pensará para sí?” La muerte es el gran igualador. Al final ricos y pobres llegamos a ella con los mismos dolores, en la misma condición. Nadie puede obtener una prórroga. Y quienes la buscan, invirtiendo grandes recursos financieros y los amplios poderes de la ciencia moderna en la preservación de una vida que se extingue, terminan sufriendo una tortura que avergonzaría al peor villano medieval.

“¿Quién cuidará de mi perro, quien pagará mi entierro y una cruz de metal?” A veces la muerte no espanta por lo desconocido. Aterra no saber qué pasará con los hijos o con la pareja: dejar compromisos incumplidos a quienes no tienen por qué resolverlos.

“¿Cuál de todos mis amores ha de comprar las flores para mi funeral?” La esposa legítima no dejó que la amante, la mujer que había sido la real compañera del difunto, se aproximara al féretro. Los presentes la apoyaron sin dudar. ¿Cómo se atrevía esa mujerzuela a querer acompañar en el último momento al hombre que había amado?

“¿Quién vaciará mis bolsillos, quién liquidará mis deudas, a saber?” Todas las culturas hemos jugado con la muerte. Los mexicanos lo hacemos con nuestras ofrendas de flores y alimentos. De esta manera invitamos a los muertos a pasar un momento más con nosotros. Pero también lo hacen los estadounidenses con su Halloween -esa fiesta infantil y juvenil tan absurdamente odiada por los tradicionalistas mexicanos- que no es más que el juego con aquello que nos ocasiona temor.

“¿Quién rezará a mi memoria, Dios lo tenga en su gloria y brindará a mi salud? La antigua Iglesia trató durante siglos de imponer su disciplina entre los fieles fomentando el miedo a la muerte. Nos decía que había en el fondo de la tierra un infierno que esperaba a aquéllos que se comportaran mal, que se abandonaran al amor no santificado, que no aceptaran las órdenes del párroco o del obispo, que no contribuyeran con su diezmo al sostenimiento de la casa de Pedro o que tuvieran la desgracia de no haber conocido la palabra de Dios.

“¿Quién hará pan de mi trigo, quién se pondrá mi abrigo en el próximo diciembre?” Hoy la Iglesia ha abandonado el concepto tradicional del infierno: éste es más bien una metáfora de la ausencia de Dios. Quizá. Pero cuando las verdades inmutables cambian tan fácilmente, es difícil pensar que se trate de verdades inmutables.

¿Quién será el nuevo dueño de mi casa y mis sueños y mi sillón de mimbre?” Yo ya sé quién llorará ante mi cuerpo yerto. En vida sabe uno quién lo quiere y quién simplemente lo necesita o lo utiliza. Pero se acostumbra uno a todo.

“¿Quién se acostará en mi cama, se pondrá mi pijama y gozará a mi mujer?” La peor tortura para muchos es pensar que, a la llegada de la muerte, su pareja encontrará la felicidad al lado de otro. Son víctimas de un amor egoísta: no buscan la felicidad del ser querido, sino la simple propiedad del ser humano.

“¿Y me traerá un crisantemo el primero de noviembre, a saber? Lo peor de todo es que ni siquiera al final entendemos que la muerte puede ser ocasión para acercarnos y recordar a quienes queremos.

“¿Quien pondrá fin a mi diario al caer la última hoja en mi calendario?”

Contra la guerra

La opinión de los mexicanos es inequívoca. Una encuesta telefónica de la televisora del Ajusco revela que un 73 por ciento de los mexicanos considera que México debe votar en las Naciones Unidas en contra de un ataque a Iraq. Sólo el 6 por ciento dice que hay que votar a favor. Un 21 por ciento no sabe o no responde.

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