“Para problemas que demandaban una voluntad de hierro y una estrategia casi militar, como la guerra contra el crimen, pocos estaban más preparados que él.” Clyde
Haberman del New York Times
sobre Rudolf Giuliani
El pasado miércoles debía yo tomar un vuelo a las nueve de la noche en la ciudad de México. Pero las lluvias inundaron las pistas, como ocurrió varias veces la semana pasada, y a final de cuentas el avión sólo empezó a ser abordado a las cuatro de la mañana.
Cuando, agotado, me disponía a entrar al avión, se me acercó un hombre de unos 55 ó 60 años de edad. Me comentó que había tenido un día muy malo y yo le respondí, automáticamente, que yo también: es increíble que tengamos un aeropuerto que se inunda con tanta facilidad, le respondí. El me dijo sí y añadió que había llegado de Guadalajara esa mañana.
“Pero me secuestraron al salir del aeropuerto. Me pasearon durante horas, me hicieron sacar todo el dinero que pudieron de los cajeros automáticos y después me soltaron en la salida de la carretera a Puebla.” Cuando por fin estuvo en libertad, el hombre fue a la oficina de su empresa en la ciudad de México, obtuvo dinero y decidió regresarse directamente a Guadalajara.
En el aeropuerto, como miles de otros viajeros, quedó varado durante horas. El domingo, ya de regreso en la ciudad de México, recordé el caso de este tapatío, cuyo nombre ni siquiera pregunté, al leer en internet una nota periodística sobre un comunicado de prensa del presidente del PRI en el Distrito Federal, Jorge Schaffino. En respuesta a la decisión del jefe de gobierno capitalino, Andrés Manuel López Obrador, de contratar al ex alcalde de Nueva York, Rudolf Giuliani, como asesor en materia de seguridad pública, Schaffino afirmó que, antes que un programa de “cero tolerancia”, lo que necesita el gobierno capitalino es darle cursos de capacitación a la policía.
Si no fuera tan dramática la situación de inseguridad en la ciudad de México y en otros lugares del país, este tipo de opiniones serían meramente risibles. Lo que inquieta, sin embargo, es que en un momento en que el gobierno de López Obrador está mostrando por fin un interés de combatir el principal problema de la capital del país, el partido que gobernó la ciudad de México con anterioridad, y bajo cuyo mando la inseguridad alcanzó los más altos niveles de la historia, muestre tal superficialidad.
La razón fundamental de la explosión criminal que ha vivido nuestro país en los últimos años es la impunidad. Incluso las siempre cuestionadas cifras oficiales señalan que en México apenas un 6 por ciento de los delitos cometidos llevan a una consignación ante un juez. Si consideramos los delitos no reportados y los casos aparentemente numerosos en que los consignados son inocentes, la impunidad se eleva seguramente a entre un 96 y un 98 por ciento de los delitos cometidos. Si añadimos el número de aquellos consignados que son liberados antes de cumplir una condena realmente disuasiva, encontraremos que la impunidad se eleva en realidad a un 99 por ciento.
En estas circunstancias la comisión de crímenes en nuestro país es una acción absolutamente racional. Si las opciones que tiene una persona son trabajar por un sueldo de entre 2,500 y 3,500 pesos al mes —que es lo que pagan la mayoría de los empleos en México— o dedicarse al crimen y ganar 10 veces más esa cantidad con una posibilidad de sólo un 1 por ciento de recibir un castigo realmente disuasorio, la elección más lógica debe ser dedicarse al crimen. Lo sorprendente, de hecho, es que ante esta contundencia no haya todavía más crimen en el país.
El darle cursos a los policías no hará que desaparezcan los delitos. Tampoco lo conseguirá un programa de “readaptación” de criminales en las cárceles de nuestro país. La única manera realmente eficaz de detener el crimen es haciendo sentir al criminal que corre un verdadero riesgo de ser castigado por sus delitos.
Yo no sé si sea necesario traer a Rudolf Giuliani a México, y pagarle cuatro millones de dólares, para entender eso. Pero si eso es lo que necesitan nuestros gobiernos para entender la necesidad de reducir la tasa de impunidad en el país, bienvenido sea el esfuerzo. En tal caso esos cuatro millones de dólares estarán bien invertidos.
El problema es que mientras tengamos políticos que insistan que el problema de la inseguridad puede corregirse con simples cursos de capacitación a la policía, el crimen seguirá agobiando a nuestra sociedad.
Derechos Humanos
Dicen que no hay que aceptar la filosofía de “tolerancia cero” ante el crimen porque podría haber violaciones a los derechos humanos. Pienso que más bien habría que aplicar esa tolerancia cero a todos los crímenes, incluidos los que se cometan contra los derechos humanos.