Seguramente usted ha escuchado o leído en las últimas semanas una serie de predicciones agoreras sobre lo que le va a pasar al sector agropecuario de nuestro país cuando el 1 de enero del 2003 se inicie el último tramo de apertura del TLC. Pues déjeme decirle que la mayor parte de lo que ha escuchado es una abierta y desvergonzada mentira.
No es verdad que la apertura que falta sea tan radical como se afirma. No es cierto que el sector agropecuario mexicano esté en peligro de extinción. Es falso que los subsidios al agro en Estados Unidos —que sin duda son cuestionables— sean mayores que los mexicanos en comparación con el tamaño de las dos economías. No es verdad que los problemas del sector primario mexicano sean consecuencia del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
La enorme mayoría de los productos del campo ya pagan únicamente un arancel del 2 por ciento en el TLC. Para el 90 por ciento de los productos agropecuarios, el 2003 sólo implicará la eliminación de este mínimo arancel. Los productos mexicanos que están en posición de competir lo seguirán haciendo. El gran escándalo está fundamentado en una gran mentira.
El propio Gobierno de la República ha ayudado a la difusión de esta mentira con su programa de “blindaje” agropecuario. Es verdad que el aumento de los subsidios al campo en Estados Unidos es una medida preocupante de un gobierno hipócrita: que afirma defender el libre comercio pero asume posiciones populistas. Pero no ha llegado el momento de proteger a nuestras vacas y gallinas con armaduras medievales.
Igualmente absurdo es el intento del Gobierno mexicano de vincular el tema de la migración con el proteccionismo y los subsidios al campo mexicano. En el vano afán de impulsar una causa válida pero extraordinariamente compleja, México parece dispuesto a dispararse en el pie.
Es claro que los subsidios estadounidenses al campo son enormes e injustos. Recientemente el presidente estadounidense George W. Bush aprobó una iniciativa agrícola que aumentó en 180,000 millones de dólares —a lo largo de 10 años— los ya generosos subsidios de su país.
Estados Unidos está entregando subsidios con valor de más de 90,000 millones de dólares al año a sus agricultores y ganaderos. México, en cambio, otorga unos 7,000 millones de dólares anuales. El problema es que si queremos competir con Washington a fuerza de subsidios al campo, pronto toda la economía mexicana tendrá que trabajar y pagar impuestos solamente para generar subsidios... y aun así no podremos competir.
Pero quienes insisten en que el Gobierno mexicano se está quedando atrás en el juego perverso de los subsidios olvidan un elemento fundamental: el sector agropecuario estadounidense es 25 veces mayor que el mexicano. En términos relativos al tamaño de nuestras economías, el subsidio mexicano es ya mayor al estadounidense.
Si los subsidios fueran el camino a la prosperidad, el campo mexicano sería rico desde hace mucho tiempo. Pero no es así. En un país pobre, nuestro campo es realmente miserable. El 42 por ciento de los campesinos mexicanos viven en pobreza extrema contra el 13 por ciento de los habitantes de las ciudades mexicanas. La extensión de la miseria campesina es una vergüenza para el país. Las siete décadas de reforma agraria, fragmentación de la tierra, invasiones de predios, adopción del sistema ejidal y subsidios sólo han hundido al campo mexicano en la peor de las pobrezas.
Quizá el producto mexicano que más problemas puede enfrentar a partir del 1 de enero es el pollo. Éste ha sido especialmente protegido con aranceles superiores al 40 por ciento, por lo que los productores avícolas mexicanos han montado una campaña para que se preserven sus privilegios. En particular hay temor a la apertura a la pierna y el muslo, que tienen un precio más bajo en Estados Unidos que la apreciada pechuga.
Pero lo que no dicen los productores avícolas mexicanos es que ya la pierna y el muslo estadounidenses han tenido acceso abierto al mercado de la frontera norte de nuestro país y no han desplazado a nuestro pollo. Además, hay otro punto que callan: la apertura agrícola que falta en el TLC permitirá que las familias mexicanas puedan comprar pollo y otros alimentos a un precio menor y servirlo en su mesa. Y eso es un avance extraordinario en lo que debería ser la prioridad nacional: darle a los más pobres un nivel de vida más digno.
Aumentos en el TLC
Entre 1993 y el 2001 las exportaciones agropecuarias mexicanas a Estados Unidos han aumentado 224 por ciento en valor. La producción nacional de carne de ave ha pasado de 1 millón a 1.8 millones de toneladas. No parece que el TLC nos haya tratado tan mal.