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La joya de la corona

Gilberto Serna

Allá por los años cincuentas del siglo XX aun prevalecía la creencia de que nadie podría derrocar al PRI como dueño de los puestos públicos de elección “popular” empezando por el del Presidente de la República, siguiendo con los gobernadores y terminando con los alcaldes, aun en los más remotos municipios. Los partidos de oposición hacían un descomunal esfuerzo para que a sus candidatos les fuera reconocido el triunfo abriéndose paso con enormes sacrificios hasta el final en que una pesada maquinaria electoral aplastaba sus esfuerzos. La ciudadanía se daba cuenta de lo que estaba sucediendo demostrando su disconformidad manteniéndose alejada de las urnas electorales en las que los encargados de recibir la votación se aburrían de lo lindo haciéndose patente la frase aquella de que en esos lugares, sanctasanctórum del quehacer cívico, no se paraban ni las moscas.

A pesar de lo anterior las ánforas, ante el estupor de políticos poco avezados en estos menesteres, aparecían repletas de boletas electorales. La gente alegaba, para justificar su ausencia, con un gran sentido filosófico, que al fin y al cabo, con y sin sus votos, de todas maneras ganaban los de siempre. En efecto, las autoridades que tomarían las riendas de los municipios lo hacían a pesar de las turbias elecciones en las que nadie se tragaba aquello de que el gobierno en turno se hubiera mantenido a distancia. Había constancia de que los operadores, mejor conocidos como mapaches, habían hecho su deleznable labor. El gobierno se vio obligado, ante una opinión pública cada vez menos conformista, a darles cabida a los candidatos de los partidos de oposición en las dos cámaras de que se compone el Congreso de la Unión.

Poco a poco se fue desgranando la mazorca cuando fueron reconocidos por los órganos electorales candidatos que no postulaba el partido oficial para ocupar primero alcaldías y después gubernaturas en las entidades federativas. Para ese momento ya había legisladores de la oposición. Los coahuilenses hemos sido testigos en estos días de que es posible contrarrestar los esfuerzos de quienes pueden pensar que la ciudadanía se conforma con recibir a manera de dádiva, unas cuantas monedas, para en respuesta traicionar sus convicciones. De los municipios que constituían el paradigma de lo que puede suceder dentro de tres años el de Torreón era de los dos más importantes. Las fuerzas más poderosas se movían con antelación donde operadores hacían el trabajo sucio corriendo el dinero a manos llenas.

Lo peor para la actual camada de priístas es que los lanistas han demostrado que sí saben gobernar y que sin tantos aspavientos, alharacas o estrépitos, cuando tuvieron oportunidad de hacerlo, le dieron una nueva cara a sus comunidades. Por qué se alza con la victoria un candidato: ¿por sus ofrecimientos en que promete el oro y el moro? Puede ser. Desde hace rato la ciudadanía le estaba diciendo al PRI que encendiera los focos rojos. Hay que cambiar lo que tenga que cambiarse. No es posible fracasar sin que se tengan que pagar las consecuencias. Hace buen rato que las cosas no se hacen bien por lo que procede dejar en la siguiente estación a los que no han sabido responder a la confianza que se depositó en sus espaldas. En fin, la joya de la corona se ha perdido y alguien tiene que sufrir el descalabro. El político puede equivocarse, no cabe la menor duda, sin embargo no debe hacerlo cuando se está jugando un futuro promisorio.

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