El verdadero debate sobre la reforma fiscal aún no se ha dado. El mensaje más claro que nos deja esta, una vez más decepcionante, ?reforma? fiscal es que la vieja forma de hacer las cosas sigue sin cambiar. El ejecutivo presenta una propuesta en base a lo que espera que ocurra el próximo año ?que por lo regular nunca sucede-, los diputados hacen como que la analizan, los senadores hacen como que la revisan y a fin de cuentas todos ellos se felicitan por aprobar una supuesta reforma que lejos de contribuir al crecimiento del país se constituye en un freno más a la consecución del mismo. Y cuando menos lo esperamos los principios que deben sustentar una política fiscal razonable son ignorados, el monstruo es publicado y, desgraciada e irremediablemente, el daño está hecho. Y sí, efectivamente, aquí también aplica aquello de que el gobierno puede seguir siendo irracional por más tiempo que el que cualquier ciudadano puede seguir siendo solvente.
Está es la última colaboración del año e invadido por los espíritus de la época, permítanme exponer una idea que si bien nunca se verá materializada nos puede servir para reflexionar, o soñar quizá, en lo que pudiera suceder en el momento en el que el sentido común no estuviera tan escaso y que por lo mismo se estuviera desbordando de los recintos legislativos de nuestro país. ¿Qué le parece si tratamos de terminar con la pobreza?, ¡Ah ese tema tan socorrido en cada campaña!, ¿Qué se puede hacer? Ya sé que es un asunto complicado, pero lo sería menos si se entendiera que la mejor manera de poner más dinero en los bolsillos de los mexicanos es, en primer lugar, ¡dejarlo ahí! No me refiero a eliminar los impuestos ?que acá entre nos no estaría nada mal- sino a hacerlos accesibles a todo el mundo, es decir que los impuestos no sean ruinosos.
Los impuestos, aquí en México, tienen como finalidad castigar el consumo; pudiera pensarse que su intención es estimular el ahorro pero nos equivocamos rotundamente ya que el ingreso que llega a las masas (profesionistas, obreros y empleados en general) es fuertemente mermado por el impuesto sobre la renta, luego entonces ¿qué ahorras? Y por si fuera poco el ahorro de aquellos que lo pueden hacer también será castigado. Pero no sólo el consumo está castigado, también lo está la generación de empleos porque ¡ah como cuesta tener empleados! La ?seguridad? social es muy pero muy cara.
No se trata de satanizar a los impuestos, se trata de hacer cambios profundos tales como reducciones en los impuestos al consumo y en el impuesto sobre la renta; reducciones que incrementen la recaudación, la historia ?tan ignorada en nuestro país- está llena de ejemplos en ese sentido. La historia ha demostrado, por lo menos en otros países, que la mejor manera de poner más dinero en los bolsillos de los ciudadanos es, por principio de cuentas, dejarlo ahí. Después de todo si usted tiene más dinero del que ganó, tiene más incentivos para producir y ganar más. En la medida que su ingreso crece, usted gasta y ahorra más. Y eso, ni más ni menos, hace que la economía crezca y se abata la pobreza. Pero desgraciadamente está elemental lógica parece no estar al alcance de nuestros representantes. Está visto que los sueños, sueños son y que seguramente las futuras generaciones seguirán siendo víctimas de la irracionalidad de unos cuantos que seguirán imponiéndose a pesar de los pesares. Mientras tanto, y para aliviar un poco la frustración que nos provoca todo eso, recuerde que usted y yo sí sabemos que los impuestos más altos de lo necesario perjudican la economía, y que algún día ?en algunos siglos más- el sentido común se impondrá.
Por lo pronto le deseo que pase la mejor de las navidades y que el próximo año, simple y sencillamente, sea más próspero que los anteriores.