Si algo exaspera al régimen del presidente Fox es el señalamiento de continuidad. Es lo mismo, afirma con frecuencia la gente. La boda de un hijo del Presidente, de nuevo, se convierte en material de crítica y sorna. La incansable actuación de la Señora del Presidente dando instrucciones para atender a los damnificados de la tragedia en la península de Yucatán, provoca críticas severas.
Las investigaciones sobre la remodelación alrededor del rancho de la familia presidencial, no son demasiado diferentes de otros casos previos muy sonados. El uso de un avión oficial por parte del secretario de Gobernación para asistir a una reunión partidaria, arroja a la memoria decenas de denuncias hechas por la oposición al PRI en su momento. ¡No es lo mismo argumentan, desde adentro, este es un régimen democrático! ¡Es lo mismo!, se reclama desde fuera. ¿Cuál es la diferencia?
El fantasma de lo mismo, insaciable, se alimenta de asuntos en apariencia menores. Los deglute y, al instante, ya está a la espera del próximo bocado. La memoria no deja pasar inadvertido el hecho de que en el pasado “asuntitos menores”, anécdotas, terminaron convirtiéndose en auténticas sangrías de la credibilidad de regímenes como los de Echeverría, López Portillo, Salinas, principalmente.
Terrible, pero la gente termina recordando esas andanzas y no las políticas de fondo. Es que hoy la prensa, los medios, son mucho más quisquillosos, se argumenta desde adentro. Se están metiendo en asuntos privados, contraatacan. Por supuesto que hoy la crítica es mucho más abierta y sonora. Qué bueno que así sea. Pero la cerrazón del pasado no impedía que los entonces opositores se enteraran de esos “asuntos” y los ventilaran en la plaza pública. ¿Quién se encargaba de filtrarlos, de hacerlos saber? La respuesta es una: los múltiples testigos, miembros inconformes de la sociedad que dejaban saber de los excesos en los ranchos del señor gobernador, de los usos privados de los avioncitos, de las fiestas pagadas por el erario. Es ese mismo ciudadano, el que antes era visto por sus denuncias como aliado y casi héroe, el que hoy es criticado como traidor. Apoltronado en su escepticismo dice con enfado y algo de flojera: es lo mismo. El fantasma saborea el bocado.
En ese sentido es cierto, no hay nada nuevo, lo mismo que irritaba en el pasado irrita hoy. Lo cual habla de consistencia, por lo menos en los motivos de irritación. Ni siquiera hemos entrado a los asuntos de fondo: es bueno o malo, correcto o incorrecto el protagonismo de los cónyuges presidenciales; ¿cómo evitar tajantemente que los traslados públicos se conviertan en privados? Tiene o no tiene derecho un jefe de Estado a organizar una fiesta familiar en su residencia, ¿de verdad es un exceso una comida para noventa invitados pagados por el propio Vicente Fox? Finalmente, ¿por qué se le da tanta importancia a esos asuntos? Podríamos discutir largo cada caso pero es innecesario. Lo que sí sabemos con certeza es aquello que irritó en el pasado y que irrita en el presente. Poca atención pusieron los medios de comunicación durante la tragedia de Yucatán sobre los apoyos a los damnificados por parte de las secretarías de Estado, Sedesol, SEP, Salud, etc., por ejemplo, porque las notas sabrosas andaban por otra parte. ¿Se equivocan los medios, como afirma el régimen? No, los medios saben de qué se alimenta la opinión pública. Lo que no tiene explicación es que el régimen reincida en los motivos de irritación. Es torpe hacerlo. A nadie beneficia. El fantasma de lo mismo se fortalece.
Lo mismo tiene otra lectura que también enoja al régimen, o por lo menos le cuesta trabajo digerirla. Hay una parte positiva de lo mismo que es negada en el discurso oficial. La tragedia asoló a la península e igual tomó fuera de guardia a un gobernador panista que a los priístas. Lo mismo. El desconcierto inicial de algunos gobernantes, no a la alcaldesa de Mérida por cierto, lleva concluir que, frente a estas tragedias, da lo mismo qué partido esté en el poder. Poco se puede hacer. Unos gobernantes se crecen con el reto, a otros los aplasta. Lo mismo fue válido, por fortuna, para la reacción profesional del Ejército. La ciudadanía se los reconoce hoy, como en muchas otras ocasiones. Bien por lo mismo. La CFE apareció con capacidad técnica y organización. Lo mismo que antes. Pero a pesar de todos los esfuerzos, el gobierno federal pudo sólo atender una parte de las dolorosas carencias. Lo mismo que antes. También hubo pillos y miserables que se aprovecharon. Lo mismo. La sociedad, como en otras ocasiones, incluido el 85, desesperada, buscó sus caminos.
Lo mismo. El ejemplo más notorio de esta casa fueron los “Hércules” encabezados por Germán Dehesa. De nuevo, como siempre, fueron los más desprotegidos, los más pobres, los que más sufrieron y sufren. Como siempre la recuperación se llevará años.
Lo mismo
Pero si de verdad es tanta la desesperación del régimen por acabar con el fantasma de lo mismo, que tome la oportunidad que se le atraviesa. En un inusual documento firmado por todos los consejeros electorales del IFE y su presidente, esa institución nos explica a los ciudadanos por qué ha agotado sus posibilidades jurídicas para continuar con las investigaciones del caso “Amigos de Fox”. La novedad de la materia de fondo -la fiscalización de los gastos de campañas y precampañas, la confrontación entre el secreto bancario y el derecho electoral- el cruce de ámbitos jurídicos y facultades entre el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, los jueces federales y el propio IFE, todo mezclado, deja a la institución maniatada.
Lo grave es que frente a la opinión pública la sospecha fundada sobre el caso Pemexgate se extiende a “Amigos de Fox”.
Por qué no, si es lo mismo, dice la gente. Los funcionarios del IFE, apoyados en el derecho comparado, en las fórmulas que se han encontrado en otros países -Estados Unidos, Argentina, Brasil- proponen que ante una inconformidad, sea la Suprema Corte la que atraiga el caso y resuelva en última instancia. Es una alternativa. Pero esa posible acción no se contrapone ni inhabilita al presidente Fox y a su partido de dar un paso al frente y encarar las dudas sobre el financiamiento de su campaña en el 2000. La credibilidad en nuestro sistema electoral, que tanto trabajo costó construir, la credibilidad en su gobierno y el anhelo generalizado de enterrar un pasado de corrupción e ilegalidad se los exige. Eso sí sería una novedad. Ya nadie más podría alegar, da lo mismo. Veremos.