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La rebelión de los gobernadores

Jorge Zepeda Patterson

De los priistas se podrán decir mil cosas, pero nadie podría acusarlos de falta de ingenio a la hora de buscar opciones políticas para alargar su ejercicio en el poder. En los últimos meses han encontrado que los gobernadores pueden ser una extraordinaria fuente de influencia política. Todo comenzó como meras pláticas entre colegas para ventilar temas comunes. Pronto derivó en una especie de club de presión para gestionar mejores condiciones en sus relaciones con el centro, particularmente en lo relativo al presupuesto y los recursos fiscales. Agrupados en la Conago los gobernadores de oposición (PRI y PRD) van en camino de convertirse en un verdadero eje de fuerza, en momentos en que experimentamos un desmoronamiento de los liderazgos tradicionales (mayormente la presidencia y las corporaciones laborales).

La defensa de los intereses regionales frente al centro es una constante en la historia de México y ha tenido muchos usos políticos. Es curioso que el priismo se haya apropiado del discurso regionalista, porque durante décadas los gobiernos priistas buscaron una centralización a raja tabla que convirtió a los gobernadores en virreyes enviados desde el centro, en hombres de la presidencia, para borrar todo vestigio de poder regional que pusiera en riesgo los designios del centro. Ahora resulta que el PRI es regionalista.

En realidad el PAN creció en gran medida gracias a ese discurso. Antes de conquistar la presidencia, el panismo manejó el “antichilanguismo” para ganar elecciones en muchos estados como una manera de sacudirse el dominio de la Capital. Recordemos que los primeros gobernadores de oposición lograron ganar muchas veces porque compitieron contra un priista que en realidad era un funcionario de la Ciudad de México que simplemente había nacido en la entidad.

En el principio Dios creó el centro

El regionalismo o la animadversión hacia el centro es un poderoso motor de la historia nacional. Quizá porque en México el centro político nació antes que su territorio. La formación de las regiones es producto de la historia nacional y no al revés. A diferencia de los casos europeos en que las regiones plenamente conformadas preexistían a la Nación y al Estado (Francia. Alemania, Italia), acá la ciudad de México preexiste a su territorio. Los españoles fundaron la capital sobre la antigua Tenochtitlan, que era una ciudad Nación. Desde ahí se organizó el territorio de tributación, administración y explotación. El profundo centralismo de la sociedad mexicana deriva en parte de este hecho. La preeminencia de la ciudad de México ha sido una constante desde el principio.

Poco a poco las regiones tomaron forma gracias a la lejanía geográfica y al mosaico de diferencias territoriales y culturales. La manera de ser cada región se configuró no sólo por sus diferencias locales, sino también por la forma en que sus élites encararon este centralismo atosigante. Por lo general ha sido una relación difícil.

La historia nacional se ha ido tejiendo como un movimiento de tensión y distensión entre la región y el centro. Entre la necesidad de unidad y sometimiento dictada desde México y las exigencias específicas de cada región. En cierta forma los grandes momentos de crisis históricas son resultado de la irrupción de la provincia en la historia nacional. La Independencia, la Reforma y la Revolución son procesos en que grupos sociales de la provincia ensayaron maneras de sacudirse la hegemonía de la élite del centro. Los escenarios de estas gestas y sus personajes proceden del interior del país (El Bajío y El Occidente en caso de la Independencia y la Reforma, incluyendo a Oaxaca en esta última; el norte y Morelos en el caso de la Revolución). ¿Cuántos héroes del panteón nacional puede usted recordar que sean originarios de la Ciudad de México? ¿No es extraño en un país tan centralista?

En resumen. La contradicción entre las regiones y el centro es un proceso de largo aliento. No nació ayer ni terminará mañana. Son temas estructurales sobre los que se montan intereses políticos del momento. Hace unos años la aprovecharon los panistas como respuesta al centralismo priista. Ahora, con una oportuna amnesia, el priismo lo enarbola para ampliar los pequeños espacios de poder que le restan.

No es una mala idea un club de gobernadores para contrabalancear el peso de la Federación. La “falla” estructural de la que he hablado, esta tensión histórica entre centro y región, requiere válvulas de escape que permitan aligerar la presión y eviten estallidos mayores. Lo malo es que se trata de una iniciativa esencialmente partidista (no incluye a los gobernadores del PAN). Sería muy sano que todos los gobernadores, con independencia de su militancia, participaran en esta redefinición de las reglas entre el Estado y la Federación. Los gobernadores del PAN deberán tener el valor de confrontar al Gobierno Federal para lograr mejores condiciones para sus regiones; a su vez, los gobernadores de oposición deberían tener el valor de incluirlos en sus gestiones. Mientras no lo hagan la Conago será un membrete para el oportunismo político y no sobrevivirá a las rencillas entre gobernadores de cara a la carrera presidencial. Lo cual sería lamentable, porque muchas de sus reivindicaciones y banderas son legítimas y necesarias. (jzepeda52@aol.com)

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