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La senda de la transición es ardua

Juan de la Borbolla

Con la lectura que hizo Vicente Fox de su segundo informe de gobierno se cumple el primer tercio de un sexenio que ha sido planteado como el del cambio o el de la transición democrática.

La senda de la transición política siempre es ardua, y en este caso no hay excepción puesto que por vez primera a nivel nacional se dio una alternancia de partido en el gobierno, tras de más de setenta años en el que uno de ellos (que por cierto sigue activamente trabajando en la oposición manteniendo mayorías en la Cámara de Senadores, en la de Diputados federal, en buena parte de las legislaturas de los estados, en buena parte de los poderes ejecutivos estatales y en casi todo el aparato judicial), fue el partido hegemónico, por no decir el único que determinó la vida política de este país.

Dos años son realmente muy pocos como para conseguir que inercias mantenidas durante décadas sean revertidas en tan breve plazo.

Cuando contemplamos las experiencias de los procesos democratizadores en países como España y Chile, podemos constatar que su senda a la transición política fue en los dos primeros años, mucho más difícil de lo que está siendo la nuestra, aun a pesar de todos los pesares que podamos ponerle al gobierno de Vicente Fox.

España y Chile con ciudadanías más homogéneas que las que puede tener en estos momentos México, en lo que a cultura y socialización política se refiere, discurrieron durante los dos primeros años de su tránsito de un gobierno autoritario a otro democrático, por problemas de mucho mayor envergadura.

No podemos olvidar que más de cinco años después de la muerte de Francisco Franco hubo inclusive una intentona de golpe de mano en España, en la que connotados generales quisieron hacer una reversión al proceso; momento en el cual el rey Juan Carlos se encumbró a grandes alturas de la historia de aquel país, frustrando dicha intentona y consolidando definitivamente un proceso democratizador.

que hasta ese momento se manifestaba errático y en el que la hoy respetabilísima figura de Adolfo Suárez se había convertido sin embargo, en la primera víctima del intento de democratización española, considerándose en su momento que no había estado a la altura de las circunstancias.

Hemos tenido dos años muy difíciles, y sin embargo, a pesar de tantos retos planteados por el “gobierno del cambio” y tantas promesas de campaña por supuesto no cumplidas en lo que va del sexenio, podemos considerarnos en muchos sentidos altamente privilegiados, simplemente comparándonos con la situación que viven en este momento la gran mayoría de nuestros hermanos en Sudamérica, o comparándonos con los momentos equivalentes del inicio del sexenio inmediato anterior, el presidido por Ernesto Zedillo, el cual a lo largo de todo el primer año de gobierno tuvo que enfrentar esa especie de quiniela popular que especulaba, si podría terminar siquiera el primer año, o bien en el mejor de los casos podría arribar al inicio del tercer año de gobierno.

México enfrenta grandes carencias económicas, subsiste un clima de dificultad política para construir los consensos mínimos que exige la función gubernamental, no se han logrado las promesas bienestaristas de la campaña foxista, sin embargo hemos sorteado ya el primer tercio del sexenio de la transición y no tan mal como muchos agoreros vaticinaron.

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