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La violencia sin razón

Yamil Darwich

En el año 610 d.C., el Oriente Medio era una zona del planeta que estaba envuelta en luchas fraticidas. La Meca era una ciudad en donde se acentuaban las diferencias sociales; los ricos eran más ricos y los pobres cada vez más pobres y se había abandonado toda la filosofía de vida basada en la solidaridad de los poderosos ante los desvalidos, cayendo en el consumismo, la búsqueda del dinero y su atesoramiento.

Los árabes de ese tiempo no contaban con una enseñanza mesiánica, ciertamente algunos ya habían oído hablar de Jesús, el Dios de los cristianos, sin embargo por ser analfabetas la mayoría de ellos, pastores nómadas agrupados en pequeños clanes, no tenían muchas opciones de escuchar enseñanzas religiosas y tampoco aspirar a mejores formas de vida. Los ricos, los reyes y los nobles, buscaban formar clanes cada vez más fuertes, que en base a las relaciones familiares e intereses económicos pudieran darles mayores extensiones de propiedades y ganados, lo que les hacía más ricos y poderosos, aportándoles mayor seguridad.

Mohamad ibn Abadía era sobrino de un rico comerciante y él mismo buscaba construir su propio patrimonio y de vez en vez se retiraba a las cuevas de las orillas de la ciudad a reflexionar; fue ahí donde se le apareció un ángel que cambió para siempre su percepción del mundo, haciendo que ese mismo universo conocido diera un vuelco definitivo, para escribir un capítulo que hoy en día continúa siendo de los más importantes de nuestra historia.

Los dioses que hasta entonces eran adorados, tales como Manat, Al lat y Al Uzza, poco a poco fueron abandonados por la reverencia a Alá, Dios importado por los árabes, copiado del pueblo judío y del cristiano, que a su vez lo habían tomado de los pueblos primitivos, principalmente el babilónico.

Nos referimos al período que los autores de la historia del mundo conocen como “Época axial (700 a 1,200 d.C.)”, que a decir de Karem Armstrong, fueron los tiempos en que el mundo estableció las bases de las diferentes creencias religiosas, tales como el Hinduismo o el Confucianismo y desde luego las Mesiánicas: La Judía, la Cristiana y la Islámica.

Esta nueva religión hablaba de las enseñanzas dictadas por un ángel del Dios Al-Lla que exigía: La entrega de primicias o limosnas a los pobres (Zakat); ayunar durante el Ramadán en recuerdo del hambre que padecían los menesterosos; constituir sociedades con sentido de igualdad y justicia, a las que llamaban Ummas; hacer un verdadero esfuerzo por vivir acorde a las enseñanzas de Dios, lucha constante que llamaban Yihad y peregrinar (Hach), al menos una vez en la vida a la Ciudad Santa, La Meca, donde adoraban con un ritual especial (Umra) a una piedra negra, la Kaaba, probablemente un meteorito caído del cielo.

Este líder religioso logró reunir en torno a sus enseñanzas a todos los clanes del desierto, a las familias de poderosos y a los demás grupos aislados, dando origen al Imperio Árabe que llegó a dominar al mundo.

Curiosamente nunca obligaron a sus conquistados a abrazar su fe, mucho menos a romper con sus usos y costumbres sociales; en realidad fue la más nueva de las religiones mesiánicas que pregonó y defendió el amor al prójimo y el respeto a sus creencias e intimidad familiar y religiosa.

Nada que ver con los locos radicales, que basados en las enseñanzas distorsionadas de Mahoma (nombre con el que conocemos al predicador musulmán) han dado pie a ser utilizados como punta de lanza mercadotécnica en el descrédito de los países del Oriente Medio y el desprestigio de las personas que se oponen a los intereses de una fracción del primer mundo, la más poderosa (económicamente hablando).

He querido recordar con Ustedes parte de la historia de la humanidad, a sabiendas de que George W. Bush no la conoce, o trata de olvidarla y confundirnos, o no ha sido asesorado por los expertos en historia, dando pie a que se cumpla la conocida sentencia de que: “Quien no conoce la historia está condenado a repetirla”.

Hoy día, el Presidente más poderoso del mundo se ha apoderado de la poca resistencia que pudiera haber tenido en los Estados Unidos de Norteamérica. Con la mayoría de votos en la Cámara de Senadores y de Representantes de su país, indudablemente tratará de maniobrar conforme a sus intereses muy particulares y exponernos a todos los demás habitantes del planeta a una guerra mundial.

De nada han valido las reacciones del mundo, donde países como Turquía han reaccionado contra el occidentalismo experimentado y han elegido al Partido Justicia y Desarrollo (AKP) para que ocupe el poder, grupo sustentado en la religión; ha facilitado que amigos de los talibanes entren en el Parlamento paquistaní; despertando el clamor público y protestas masivas en Europa, ante la amenaza de una guerra y sigue estimulando al odio, recibiendo como respuesta los actos terroristas salvajes y violentos contra todo el mundo.

De nuevo el presidente Bush enfáticamente declara, por propia voz y a través de sus voceros, que no cederá en sus pretensiones de derrocar a Saddam Hussein y desarmar a Iraq.

¿Cree usted que se puede contrarrestar el fanatismo con más fanatismo? Yo espero que se pueda retornar al uso de la razón por encima de la emoción y que se sobreponga el interés general al particular.

¿Comparte Usted la esperanza? ydarwich@ual.mx

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