La izquierda latinoamericana inicia en Brasil otro capítulo. Esta frase recorre el hemisferio apoyándose en la victoria que Lula y el Partido del Trabajo (PT) brasileño tuvieron en la primera ronda de las elecciones para presidente brasileño. En la mayoría de los análisis el acento se pone en el candidato presidencial, en Lula, cuando el protagonismo también corresponde a la evolución, métodos y experiencias del partido.
Sería una pretenciosa osadía aventurar aquí un resumen de la inmensidad de historias e ideas que se capturan con cualquier referencia a “las izquierdas”. El término evoca a las incontables personas y organizaciones que, abanderando a los desposeídos, han buscado modificar el orden existente en busca de una equidad que acabe con las disparidades económicas y políticas y que, en fechas más recientes, ha incorporado causas nuevas (la defensa del medio ambiente, la diversidad y los derechos humanos). Metas comunes que encierran diferencias enormes en esa familia extendida donde hay una riña permanente sobre cuestiones de teoría y práctica.
Entre los puntos sujetos a debate ha estado el método del cambio, ¿deben transformarse las instituciones gradualmente o es indispensable una revolución violenta?; el sujeto de la transformación, ¿vanguardia ilustrada que impone el nuevo régimen desde arriba o construcción “desde abajo”?; naturaleza del partido, ¿debe ser un gendarme que impone una disciplina de acero sin tolerar divergencias o desviaciones o un recinto de tolerancia abierto a las divergencias y respetuoso de la pluralidad?; tipo de economía, ¿planificada centralmente por el Estado o aceptación de que el motor de la actividad económica es la libre empresa? Cada país o región del mundo, cada etapa, tiene sus historias con héroes y villanos, éxitos y fracasos, que han ido renovándose y mutando mientras se desgranan las estaciones y se cae y retoña un follaje teñido con las biografías individuales y las crónicas grupales.
En consecuencia, para dimensionar la victoria del PT brasileño hay que dar una ojeada a la historia latinoamericana y elegir un punto en la historia. Por ejemplo, 1979, cuando se inauguró una década convulsa para América Central y se fundó el PT brasileño. En 1979 el Frente Sandinista de Liberación Nacional tomó el poder en Nicaragua prometiendo redimir un pasado de dictaduras unipersonales, pobreza y dominación estadounidense. Legiones de revolucionarios renovaron su fe en la lucha armada y el ejemplo cundió y el istmo centroamericano se sacudió por las insurrecciones y/o la guerra popular prolongada, mientras la potencia estadounidense lanzaba una contraofensiva aliándose a los sectores más conservadores y enfrentaba la resistencia de muchos países en un conflicto internacionalizado. Terminó ese auge de la vía armada, y en los saldos habría que mencionar que el Sandinismo logró resistir los embates de la contrarrevolución y de Washington, pero terminó derrumbándose por la fragilidad de su fibra ética.
Hay pocas cosas más patéticas y lamentables que un revolucionario corrompido por el ejercicio del poder. Como una consecuencia, en la década de los noventa avanzó la derecha en el hemisferio y el mundo y la izquierda se arrinconó. También en 1979, un grupo de intelectuales, activistas de la sociedad civil y sindicalistas brasileños decidieron fundar el Partido del Trabajo adoptando la vía pacífica a la transformación. El PT fue similar a otras formaciones de izquierda por su pretensión de representar políticamente los intereses de trabajadores y pobres. Su originalidad, su novedad, estuvo en la determinación de construir una institución profundamente democrática en su vida interna y decidida a ser una oposición que enarbolaría principios y gobernaría con eficacia. Propósito notable si se recuerda que las izquierdas latinoamericanas (incluida, por supuesto, la mexicana) han sido capaces de gestas heroicas que incluyen sacar a la calle a decenas (tal vez centenares) de miles de manifestantes, pero que luego se paralizan y/o corrompen cuando ganan posiciones de poder.
En los últimos 23 años el PT brasileño ha librado diversas batallas de manera simultánea. En el plano de la cultura política combatió el autoritarismo patrimonialista, excluyente y clientelar. No se trató solamente del discurso. Lo más importante fue su práctica de experimentar con formas directas de participación, deliberación y toma de decisión que fueron implementándose en gobiernos locales sobre los cuales construyeron bases sociales de una extraordinaria consistencia. Gradualmente trascendieron las fronteras del Partido de los Trabajadores y de los más pobres (de los “Sin Tierra”). Adquirieron presencia y prestigio entre clases medias (sobre todo empleados públicos), para luego conquistar a votantes cada vez mejor educados.
Finalmente, y en fecha reciente, vencieron las resistencias de amplias franjas del empresariado. Una de las metodologías que los ha hecho famosos es la de los “presupuestos participativos” que es uno de los mecanismos para lograr esa democracia participativa que complementa la electoral. El ejercicio consiste en lograr que la población conozca, se involucre y decida sobre la forma en que se distribuirá el presupuesto anual a partir de una serie de encuentros organizados regional y temáticamente. Inicialmente eran temas convencionales; luego fueron incorporando las causas impulsadas por la izquierda social agrupada en Organismos No Gubernamentales. Cada proceso anual se inicia en marzo cuando el gobierno municipal rinde cuentas sobre la forma en que hizo el gasto del año anterior para, con esa base, proponer el plan de inversiones de la siguiente anualidad. Durante varios meses se realizan encuentros que involucran a toda la comunidad (el sector privado tiene un lugar permanente) que va entregando sus prioridades. Las preferencias que obtienen más puntos se transforman de un plan de gobierno en una práctica notable por su transparencia. Los resultados han sido altamente exitosos y han llevado a que en algunas ciudades el PT conserve el poder, elección tras elección. Si el PT ganó en las elecciones del pasado domingo fue por ese trabajo de base.
Sin embargo, también influyó el creciente rechazo a la devastación social que han provocado en la región las políticas de ajuste estructural impuestas acríticamente por los organismos financieros multilaterales (el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo) y Washington. Y es precisamente en el exterior donde se ubican las limitaciones más severas al programa de gobierno que desea impulsar Lula (en caso, por supuesto, de que culminen con éxito las tres semanas letales de la segunda vuelta).
La situación de Lula no es excepcional. Todos los políticos latinoamericanos hacen campaña prometiendo reformas profundas, imposibles de realizar por el corsé, el cerco, impuesto por los jinetes del “neoliberalismo”. Pero eso corresponde al futuro. Por ahora, la victoria del PT en las elecciones del domingo pasado está siendo vista como el relanzamiento de la izquierda latinoamericana. Los avances del Partido de la Revolución Democrática (principal partido de la izquierda mexicana) en las elecciones de Guerrero están siendo ubicadas en este contexto. Es indudable que México tiene las condiciones para una mayor presencia de la izquierda. Para que esto suceda es necesario que los partidos mexicanos entiendan la profundidad que tuvieron las experimentaciones sociales y políticas de un partido, el PT brasileño, cuyo principal mérito estuvo en tomar el riesgo de innovar y mantenerse leal a los principios que llevaron a su nacimiento. Cuando uno piensa en México, lo notable del PT brasileño es que evitaron el mareo que causa el pararse sobre el ladrillo de poder local.
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