Lo encontré dobladito en la manija de mi coche. De momento pensé que era un recado personal, que algún conocido había dejado. Pero no. Se trataba del ofrecimiento de un servicio poco usual. Claro, sabía de su existencia subterránea, pero nunca tan descarada. ¿Cómo es posible —pensé— que en un simple anuncio se concretice un problema gigantesco, mayúsculo, con múltiples aristas?: la falta de sentido que la educación tiene hoy para muchos jóvenes mexicanos. El papel indicaba lo siguiente: “¿No tienes tiempo de hacer tus tareas o trabajos finales? No te preocupes, nosotros lo hacemos por ti” y luego se añadía las características del trabajo ofrecido: “conocemos la estructura que quiere ver un maestro”, “personal altamente calificado”, “costos accesibles a tu presupuesto”, “cuidamos tu ortografía y redacción” (irónicamente había una falta de ortografía en el pequeño papel) y para acabar, se estipulaba la especialización: “sólo materias de rollo”.
Ustedes saben lo que se entiende por materias de rollo: aquéllas donde se tiene que leer y redactar un trabajo, un ensayo, expresar ideas propias. ¿Por qué un alumno preferirá pagar entre 120 y 170 pesos por un trabajo de diez cuartillas? ¿Por qué no tiene tiempo de sentarse unas dos horas a leer y otras dos a desarrollar algunas ideas sobre un tema en particular?
Me temo que no podemos culpar del todo a los estudiantes, aunque sobre ellos pesa una gran responsabilidad. El sistema educativo, aunado a nuestra cultura y valores que hemos construido, los lleva a faltar a la ética personal y pagar por la elaboración de un trabajo. Intentaré esbozar algunos elementos que pueden explicar la problemática.
1.- El gran fracaso de la educación en México, según Felipe Garrido, es la formación de lectores. El autor del libro “El buen lector se hace, no nace”, señala que en la escuela sólo se alfabetiza poniendo demasiado énfasis en la forma (postura, voz, que no confunda unas palabras por otras) soslayando el fondo: la comprensión. Por años —añade— los niños y jóvenes “simulan que leen” y van pasando de año hasta llegar a la universidad. Ya ahí, ¿podrán escribir un trabajo?
2.- Otro problema, tan grave como la lectura, es la falta de adecuación del sistema educativo a los requerimientos de la vida laboral. Las herramientas y conocimientos no están concatenados a las actividades de trabajo. En una encuesta reciente que aplicó el Instituto Mexicano de la Juventud, en el estado de Coahuila se determinó un porcentaje alarmante: de los muchachos y muchachas entre 20 y 24 años que trabajan y estudian, el 80.90 por ciento y 73.10 por ciento respectivamente, señalan que sus estudios no tienen nada que ver con lo que hacen. De ahí que los trabajos y tareas no tengan el menor sentido para los estudiantes. Esto ha empezado a subsanarse en las universidades mexicanas con el enfoque de las “competencias”, que intenta poner un énfasis en las habilidades que se adquieren y no en los conocimientos que se pueden repetir.
3.- Por otro lado habría que pensar lo siguiente: ¿todos los jóvenes tienen vocación universitaria? En otros países esta pregunta se encuentra resuelta: unos tienen capacidad y voluntad para ser universitarios y otros para prepararse como técnicos, cuestión que no depende de la capacidad económica del estudiante. El problema en México, es que ser “licenciado” tiene un significado social, independientemente de los conocimientos y habilidades que se posean. De ahí que el título sea tan importante. En un estudio realizado por Muñoz Izquierdo, reconocido investigador educativo, se identifica que de cada tres egresados de enseñanza superior, sólo existe un puesto idóneo en el mercado laboral. Y eso, lo vemos todos los días.
4.- El último factor, aunque no el menos importante, es la tremenda presión que ha ejercido la televisión durante los últimos treinta años sobre los jóvenes. Hace unas cuatro o cinco décadas se apreciaba socialmente a los muchachos que estudiaban: eran orgullo de padres y maestros. Hoy son llamados peyorativamente “nerds” en las series de televisión, es decir: aburridos, aislados, feos y sin amigos. ¿Quién quiere ser un “nerd”? Claro, es un estereotipo extremo, pero el opuesto es muy atractivo: son los guapos o bonitas, divertidos, sociables, “buena onda”. Hace poco tiempo, unos amigos tuvieron un problema: frente a su casa viven un grupo de jóvenes que hacen bastante ruido diariamente hasta las dos o tres de la mañana. Una noche, ya molestos por tanto escándalo, fueron a callarlos. La respuesta, cínica, fue: ¿pero qué quieren?, somos estudiantes.