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Las laguneras opinan.../Para reescribir la independencia

Laura Orellana Trinidad

Si hay un día festivo en el calendario civil mexicano, casi equivalente a la Navidad en el católico, es el 15 de septiembre. Es una fecha en la que abundan las poesías alabando a los insurgentes y las paredes de las escuelas se cubren de cartulinas con estampitas de Hidalgo, Morelos, Allende. Pero la celebración en serio viene por la noche: hay luces de bengala, confeti, rehiletes, banderitas e incluso muchos jóvenes se pintan los cachetes de los colores nacionales, tocan trompetas y gritan a voz en cuello ¡Viva México! Niños y adultos por igual, casi a la medianoche, se juntan en las plazas tanto en los pueblitos como en las grandes ciudades, recordando la llamada del cura de Dolores y el sonar de su campana. El 15 no se vale comer pizzas ni hamburguesas, sino tacos, elotes, aguas frescas, semillas de calabaza, pozole, tostadas y demás. Todo muy mexicano, aunque sea sólo un día.

Pero no voy a hablar aquí de la falta de patriotismo, tema por demás recurrente, sino de la construcción de la “historia nacional” que se ha transformado muy poco, en casi dos siglos. Reconozco que no ha de ser fácil llegar a tener la categoría de “héroe”, sin embargo sus figuras han sostenido una historia acartonada que ya no nos dice mucho. Sus rostros se impusieron desde el siglo XIX a toda la nación y sus nombres son calles a lo largo del país, todo ello con el afán de conjuntar la gran diversidad regional y edificar un pasado común, pero se generó una historia de héroes mayúsculos y pueblos reducidos.

Parece que la historia es de pocos y siempre de sucesos extraordinarios: batallas, tratados, concilios, reinados, descubrimientos... entonces simplemente resulta imposible comprender que la historia es la que hacemos todos los días con nuestros actos y en el entorno: las formas en que nos relacionamos hombres y mujeres; la manera en que construimos nuestro hogar y los espacios que dedicamos a cada cuarto; los mitos sobre el mundo, las devociones religiosas, lo que comemos, la relación con la naturaleza, en fin, la vida.

La historia siempre se escribe desde el presente y este siglo XXI exige diversidad. No es posible hablar de una narración única, con los mismos temas y los clásicos personajes. Hasta el mismo cine ha captado este proceso social y ha sustituido las películas típicas de “indios y vaqueros” (en las que evidentemente los primeros eran los “malos”) por versiones nuevas como “Danza con lobos”.

Las historiadores de las últimas décadas, especialmente en Europa y Asia, han hecho emerger cuestiones que resultan fascinantes: se estudia la historia de los sentidos (el olfato, por ejemplo): ¿cómo transformaron las prácticas higiénicas nuestra forma de percibir el olor? ¿el olfato se volvió más intolerante?; se historiza la maternidad ¿será que las mujeres por naturaleza protegemos a nuestros hijos? No en todos los casos, dependerá de la época, de las clases sociales, de la mortalidad infantil... Se analizan los libros religiosos que acompañaron a los estudiantes de escuelas católicas en los sesentas y setentas: ¿recuerdan el diario de Ana María y el de Daniel? Pues hoy son estudiados como manuales de conducta que se impusieron a los adolescentes y conformaron un tipo de apropiación de su sexualidad. ¿Por qué se crearon los relojes? ¿Qué impacto tuvieron en el ámbito laboral? ¿Cómo se empezó a medir el trabajo por el tiempo? Son cuestiones esenciales para el entendimiento de nuestra propia actividad cotidiana...¿Cuáles y cómo han sido las representaciones femeninas en el cine? ¿Cuál fue el impacto de la novela “Santa” (que por cierto circulaba por capítulos en la prensa) y de sus versiones fílmicas? ¿Cómo afectaron las novelas románticas la vida de las mujeres en el siglo XIX? ¿Qué sensaciones produjeron las radionovelas en la vida familiar? ¿Por qué en la década de los veintes se fotografiaba a los fallecidos? ¿Cuál es la importancia política de ciertos carnavales?

No terminaría nunca de enumerar los miles de estudios que se están realizando y que encuentro fascinantes. Es una historia que deslumbra y seduce porque en ella nos descubrimos y por esto da la posibilidad de comprensión. Algunos estudiosos incluso afirman que la historia debería convertirse en un verdadero psicoanálisis social, ¿Cómo somos los mexicanos? ¿Por qué? ¿Qué factores han impedido que asumamos la colonización? ¿Por qué los españoles, después de ocho siglos de invasión árabe, no se torturan como nosotros? ¿Cómo abordar de otras formas la independencia?... quizá podríamos interrogarnos sobre las consecuencias para la gente, común y corriente, después del Grito de Dolores. ¿Cómo cambió la vida de los pueblos? ¿Dejó de haber esclavos de inmediato? A final de cuentas, ¿Cómo afectó la vida cotidiana el movimiento independentista? Ya existen acercamientos interesantes en México y no me cabe la menor duda de que si se incluyeran en la escuela, los niños y jóvenes estarían completamente subyugados ¿no lo creen?

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