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Las laguneras opinan/Siempre un libro

Mussy Urow

Hay épocas en que a fuerza de voluntad deben buscarse motivos para creer en la parte noble y creativa del ser humano y ahora estamos en una de ésas. En este momento abundan los ejemplos negativos: a nivel global, las incesantes declaraciones del presidente norteamericano y su eco, el primer ministro inglés, quienes a como dé lugar quieren una guerra contra Iraq, o las del director del FMI opinando que “una guerra corta (una guerrita, aunque sea chiquita) sería muy positiva para la economía”.

A nivel nacional la tónica es “ponerse a las patadas y topen chivas si no...” aunque el país se vaya “entre las patas”. Y a nivel local, si demostramos tener madurez ciudadana, saldremos a votar TODOS mañana y a ver qué pasa.

Lo cierto es que, con poquísimas excepciones, la conducta de los políticos actuales a cualquier nivel, obliga a creer que en sus cráneos se guarda alguna materia que no es precisamente gris... Mientras, y como no somos avestruces (que ganas no faltan) hay que buscar a alguien que nos rescate del pesimismo y nos ayude a recuperar la fe en las posibilidades del Ser Humano.

Como siempre, un libro es el salvavidas. En esta ocasión no se trata de una novela, sino de un relato científico narrado por el propio investigador, Bryan Sykes, profesor de genética de la Universidad de Oxford, en Inglaterra, quien ha sido reconocido por la comunidad científica como una de las mayores autoridades en los estudios sobre el ADN.

En este libro, el Profesor Sykes explica cómo descubrió que puede rastrearse un gen que se transmite de generación en generación por vía materna exclusivamente, hasta seguir la pista de nuestros antepasados genéticos a través del tiempo y del espacio: “...cada uno de nosotros lleva un mensaje de sus antepasados en todas las células de su cuerpo. Está en nuestro ADN, el material genético que se transmite de una generación a otra. En el ADN no sólo están escritas nuestras historias individuales, sino la historia de toda la especie humana. Con la ayuda de los recientes avances de la tecnología genética, dicha historia se está comenzando a revelar. Al fin somos capaces de empezar a descifrar los mensajes del pasado. Nuestro ADN no se deshace como un antiguo pergamino; no se oxida en la tierra como la espada de un guerrero muerto hace mucho tiempo; no lo erosionan el viento y la lluvia; no queda reducido a ruinas por incendios y terremotos. Es un viajero procedente de un país antiguo que vive dentro de todos nosotros. Este libro trata de la historia del mundo revelada por la genética”. ¿No es fascinante?

La narración se realiza con una claridad de lenguaje poco común en obras de carácter científico; ésta se asemeja a una historia de intriga, pues el autor maneja perfectamente la tensión del relato dosificando la información y mezclando los sentimientos y emociones que le provocaban los avances o retrocesos de su investigación. Un tema tan actual como el de la genética, tratado en una forma sencilla, clara y comprensible para un lector no especializado pero inquieto y curioso.

En este libro encontré que el investigador científico y el artista tienen más en común que las diferencias que se les atribuyen. Con frecuencia se escucha que “la ciencia y la tecnología son frías y metódicas” mientras que “el arte es una manifestación de la parte espiritual del hombre”. Nada más erróneo. Arte y ciencia son creaciones del hombre, provienen de su esencia humana: Mozart, Neruda y Picasso tuvieron la misma genialidad que Fleming, Mendel o Pascal Sin embargo, existe la tendencia a considerar a una como antagonista del otro. Desafortunadamente, a la ciencia y a la tecnología se les ha puesto un ropaje de pragmatismo, es decir, su función es hacer mejor la vida del hombre; y al arte, que tiene que ver con la expresión de la sensibilidad humana, ha ido perdiendo terreno porque no es “útil o práctico”. Hay que admitir que esta opinión es la dominante, por lo menos en los espacios educativos y desde el nivel de pre-escolar hasta preparatoria, los programas de estudio no contemplan a las artes como materias reglamentarias.

¿Tendrá esta carencia en la formación de los jóvenes algo qué ver con la pérdida de valores que tanto se lamenta en la actualidad? ¿Podría pensarse que una educación integral, en la que estuvieran contempladas las artes, sensibilizaría a los estudiantes? Definitivamente sí.

En este apasionante relato del Profesor Sykes se revela un investigador científico con el mismo fuego interior que el artista inspirado que trabaja incansablemente hasta concluir su obra. Ambos se aíslan del mundo y parece que no necesitan alimento ni descanso; el tiempo transcurre fuera de ellos hasta que logran aquello que se ha gestado en su imaginación. Unos ciertamente hacen mejor y más saludable la vida del hombre, los otros la embellecen y afinan nuestra sensibilidad, lo cual también nos hace mejores.

Ojalá se reconociera más el trabajo de los científicos y los artistas y se les diera menos importancia a los políticos; por lo menos no mientras la demagogia y las promesas vacías sigan siendo la materia de sus discursos y el resultado de sus acciones.

(El libro de Bryan Sykes se llama “Las siete hijas de Eva” y es de la editorial DEBATE, Madrid, España.)

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