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Las laguneras opinan.../¿Tendremos remedio los mexicanos?

Mussy Urow

Yo no sé mucho de leyes pero escucho y leo con frecuencia que “vivimos en un Estado de Derecho”. Es decir que la ley se aplica a todos por igual.

Recientemente se realizó un Consejo de Guerra para determinar la responsabilidad de dos generales del Ejército Mexicano en el tráfico de drogas y su protección a conocido narco; todos los medios de comunicación divulgaron los pormenores del juicio. Las acusaciones se basaron en el testimonio de testigos protegidos pero no todo lo que dijeron se pudo comprobar; es más, hubo contradicciones, inexactitudes y olvidos importantes. Sin embargo, se les encontró culpables y fueron sentenciados.

En opinión de los puristas de la ley, este resultado no se apegó a derecho; sin embargo, ¿quién podría dudar en su corazón de la estrecha relación entre los acusados y el narcotráfico? En el fondo, la sociedad comparte el sentimiento colectivo de que los generales recibieron su merecido y que este caso sienta un precedente. Pero resulta que en México, en los últimos sexenios ya se han sentado otros precedentes, no importa de qué color sea el presidente en turno: en el de Carlos Salinas de Gortari, fue “La Quina” Joaquín Hernández Galicia; en el de Ernesto Zedillo, Raúl Salinas de Gortari, “El Hermano Incómodo”; en cambio Carlos Efraín Cabal Peniche y “El Divino” Ángel Isidoro Rodríguez actualmente deambulan y prosperan en la impunidad. O sea (y disculpas por la redundancia) que el “precedente” se ha quedado en eso: Precedente, sin continuidad en la acción. ¿O será que la cuota es de un precedente por sexenio?

Se dice también que México es un país con leyes muy avanzadas, pero ¿de qué sirven si no se cumplen, o lo que es peor, no se hacen cumplir? El Estado de Derecho, como tantas otras promesas de campañas o de legítimas aspiraciones ciudadanas suena muy bien en teoría, pero en la práctica, difícilmente se concretan. Esto no significa que las leyes no sean buenas o que debemos renunciar a tener un país en el que se viva con orden, justicia y seguridad. La verdad es que las leyes, por excelentes y avanzadas, no son suficientes.

Hace poco más de un año leí un texto que circuló mucho por Internet, acerca de las diferencias entre los países pobres y ricos. En resumen, señalaba que ni la antigüedad, recursos naturales o tamaño territorial tenían que ver con su categoría de desarrollados o sub desarrollados. Tampoco influían la inteligencia o raza de sus habitantes. Lo que sí tenía que ver y se comprobó al estudiar la conducta de las personas en los países ricos fue que la diferencia radicaba en la ACTITUD; en los países desarrollados y ricos, la mayor parte de la población sigue las siguientes reglas:

1.- La moral como principio básico.

2.- El orden y la limpieza.

3.-La honradez.

4.-La puntualidad.

5.-La responsabilidad.

6.-El deseo de superación.

7.-El respeto a la ley y los reglamentos.

8.-El respeto por el derecho de los demás.

9.-Su amor al trabajo.

10.- Su afán por el ahorro y la inversión.

A primera vista se reconoce que en lo individual, muchos mexicanos, independientemente del nivel socio económico, siguen algunas de estas reglas; pero también es justo reconocer que en otras nos falta firmeza.

Si analizamos estas mismas reglas desde un punto de vista colectivo, aplicadas a organismos, instituciones o dependencias de gobierno, la diferencia se hace más grande, y entonces la caracterización de la sociedad mexicana en su conjunto se generaliza y hasta llegamos a tener una convicción íntima y colectiva que nos justifica: “los mexicanos no tenemos remedio”.

Todas las reglas mencionadas son valores de conducta. Se habla mucho de la pérdida de valores; en el sistema educativo nacional se han realizado diferentes campañas para enfatizar los valores, pero como ocurre con todas las teorías, en papel suenan excelente, donde fallan es en la práctica, porque ésta se relaciona directamente con el testimonio, el ejemplo vivo. Si los responsables de aplicar las leyes lo hacen a discreción o conveniencia sexenal, el ejemplo que se da es contrario a lo que se pretende lograr.

Tal vez esta actitud de conducta negativa que se transmite a la sociedad tenga un origen similar a lo que mencionó en esta columna hace algunas semanas la Lic. Laura Orellana Trinidad en su artículo. Ella hacía referencia al programa policíaco del ex alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani. Dicho programa, cuyo objetivo es revertir el proceso de violencia y deterioro de las grandes ciudades, se basa en una tesis muy sencilla, que va en espiral: “Los pequeños rasgos de desorden social (basura en las calles, un auto abandonado, pandillas de jóvenes en los parques, el graffiti, entre muchos otros) dan lugar al deterioro urbano; ante este deterioro, las personas toman decisiones individuales como protección: Abandonar el barrio, comprar armas y perros, no utilizar el servicio público, encerrarse en sus casas. Lo anterior lleva a una baja estima en la comunidad, a un desplome de los bienes raíces en ese lugar, a la caída del comercio en la zona, hasta que el barrio cae en picada a delitos graves”.

Así como los detalles físicos provocan la caída de zonas residenciales, el incumplimiento de 3 o 4 de las reglas expuestas, va deteriorando la conducta de las personas y modificando su actitud. Por mencionar el ejemplo más simple, llegar tarde a todas partes ya se considera “lo normal”.

Este proceso también podría revertirse: Así como el círculo vicioso se puede transformar en círculo virtuoso, una “manzana” limpia, honrada, puntual, responsable, respetuosa y todo lo demás, podría contagiar a las otras.

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