SUNAEE.-El consumo del tabaco, en su origen es una herencia prehispánica, que se extendió con amplitud desde tiempos coloniales y ejerció un particular atractivo entre las damas mexicanas.
A pesar de que el conquistador Hernán Cortés, en su momento despreció "el pestífero y vicioso veneno del diablo", hacia 1800 muchas mujeres fumaban desde la juventud hasta la vejez, y con tal insistencia que incluso lo practicaban durante y después de las comidas.
Una especie de finas tenacillas, -ahora piezas de museo- ayudaban a las damas a colocar el cigarro o el tabaco delgado y a evitar tocarlo para no manchar los dedos. En ocasiones estas tenazas contaban con un pequeño anillo por el cual se sujetaban con el dedo índice. Y así, principalmente las cubanas y mexicanas practicaban este arte del tabaco procedente de sus tierras, mientras que en Europa, a mediados del siglo XIX, aún no se ponía de moda entre las damas.
Solamente las innumerables viajeras extranjeras en tierras americanas reseñaban con cierta sorpresa el refinamiento que se practicaba en nuestras sociedades.
La condesa de Merlín, que había viajado a Cuba en 1840, refería la imagen de la mujer fumando: "Se podía verlas en grupo a la sombra de los portales, casi desnudas con sus hombros suaves y tersos- y un puro en los labios".
Sin embargo, la condescendencia de las sociedades tropicales se topaba con la rigidez victoriana de finales del XIX, ya que la misma reina Victoria de Inglaterra rechazaba los puros por considerarlos "repulsivos, largos y poco ingleses" y prohibió que incluso algunos miembros de la realeza fumaran en el palacio, entre ellos su hijo el Príncipe de Gales y futuro Eduardo VII. De ahí la costumbre inglesa que los caballeros abandonen la sala para evitar fumar frente a las damas.
Desde entonces, las mujeres se fueron limitando y a finales del siglo XIX, muy pocas se atrevían a fumar puros en público.
El siglo XX, característico por sus excesos, dio lugar a la preeminencia del cigarrillo que se extendió por el mundo y en particular en el gusto de las mujeres.
En la casa, en el trabajo y en la calle, las mujeres fuman con cierta altivez, algunas nacieron para fumar, mientras otras adquirieron el hábito como parte del proceso de socialización, o bien se trata de una demostración de independencia irreverente.
Sin embargo, fumar es también producto de nuestra cultura y parte de un refinamiento, siempre y cuando no se convierta en vicio y solamente lo aprecien aquellas que conocen el placer verdadero del tabaco.