1968, año en que el sistema presidencialista mexicano comienza a deteriorarse de manera lenta pero al mismo tiempo dramática. Tiempos difíciles, el despertar de la conciencia social. Sí, momento en que Julio Scherer García asume la dirección del diario Excélsior y desde ese instante inicia un periodismo audaz y combativo, polémico y francamente poco dispuesto a ceder ante gobiernos totalitarios ya bien descritos posteriormente por Mario Vargas Llosa como “la dictadura perfecta”.
Luis Echeverría y su ánimo no pueden tolerar verdades contundentes y como consecuencia expulsan al director del llamado “diario de la vida nacional” utilizando sofisticados y poco ortodoxos métodos. Scherer sin embargo, muestra audacia cuando funda la revista Proceso apoyado por las plumas más preclaras del país. A partir de 1976 esa publicación resiste embutes, vendavales e intentos de censura para de ahí en adelante convertirse en pulso, corazón o médula del sistema político y las redes poderosas.
Tildada en muchas ocasiones de amarillista, tendenciosa y posicionada en la izquierda de la geometría, al pasar de los años sigue vivita y coleando. Don Julio dejó la dirección en manos de un nuevo grupo de periodistas con ideas renovadoras que se ajusten a los esquemas democráticos, a una manera distinta de hacer política en donde la frase de Jesús Reyes Heroles “forma es fondo” pierde vigencia y se transita hacia esquemas semejantes al circo Atayde o la mera vulgarización a la hora de gobernar.
La explicación anterior viene al caso a partir de cierto libro que ha causado un revuelo impresionante dentro de los sectores sociales medio y alto. Se trata de “Ricas y Famosas”, la ópera prima de Daniela Rossell, joven fotógrafa que retrata los usos, costumbres y maneras de vivir de la llamada “realeza mexicana”. En dicha obra –carente de texto, por cierto- las fotografías hablan por sí solas: jóvenes herederas de las castas empresarial y política retratadas dentro de entornos donde salta a la vista la falta de gusto, la riqueza insultante o la exaltación superflua. Las modelos, en su mayoría güeras platinadas parecen no tener inhibición alguna a la hora de enseñar impúdicamente su entorno principesco. A pesar de ello el tiro les salió por la culata pues su decisión termina por posicionarlas dentro de lo vulgar, lo cursi, el oropel y los dorados propios de un nuevo riquismo que jamás podrá comprar el buen gusto, el refinamiento y discreción de los “old rich” cuya diferencia estriba en vivir bien, poseer ese “savoir faire” y entender el dinero como algo que en la medida de lo posible debe ocultarse sin que ello se transforme en volverse mezquinos. Es simple y sencillamente cuestión de comparar: consumidores compulsivos en busca de marcas que confieran estatus y escondan inseguridades versus buscadores de lo estético, aquello armonioso, bello y alejado de una intensa necesidad de aprobación social.
Hoy en día las revistas del corazón se venden como pan caliente. Primero fue el “Hola” mostrando a la realeza española y a todo tipo de personajes que venden sus fechorías e intimidades al mejor postor. Ya en nuestro país existen “Quién”, “Actual” y otras cuyo nombre no recuerdo. Son muy divertidas pues evidencian un círculo social vacío y con un afán que salta a la vista buscan posicionarse dentro de un mercado específico: aquél donde la competencia por dar las mejores fiestas, vestir las grandes marcas y lucir las alhajas se vuelve cuestión de vida o muerte. Retratarse, salir en primer plano, que mis amigos vean y la esfera donde me muevo sepa cuánto valgo a partir del número de veces que mi nombre sea mencionado.
Bueno, cada quién está en su derecho de comprarlas o aventarlas al bote de la basura. La situación que verdaderamente me preocupa es que este frenesí por lo relativo a la sociedad pudiente contamine a publicaciones serias, Proceso por ejemplo. Y es que en sus últimos ejemplares las portadas muestran asuntos que a mi modo de ver no merecen la atención de compradores en busca de asuntos de interés. En su número 1359, por ejemplo, viene un reportaje completo sobre la nueva residencia del ex presidente Zedillo donde en tono escandaloso se critica las dimensiones del inmueble. Si bien es cierto que se trata de una muy buena casa situada en una colonia exclusiva, si somos lo suficientemente justos caeremos en la cuenta que Don Ernesto no gastó un centavo proveniente de su bolsillo durante el sexenio y eso le permitió acrecentar el patrimonio, además, ahora trabaja para varias compañías y sus ingresos justifican perfectamente vivir bastante bien. La revista dedica varias planas al asunto y por ello me permito cuestionar si acaso está siendo tendenciosa.
Luego viene el siguiente número, en cuya portada aparece Ernesto Zedillo Jr. abrazando a una muchachota bastante guapa. Ya adentro una reseña de las actividades de los juniors hijos de políticos neoliberales. Desgraciadamente la revista falla de la misma manera que Guadalupe Loaeza, pseudo escritora que aparentemente critica las travesuras de los ricos pero nunca alcanza los niveles mordaces y sutiles de la ironía y el sarcasmo. Es por lo anterior que seriamente cuestiono si no existe material útil para el lector común o cierta parte de la prensa simple y sencillamente quedó hastiada de los asuntos políticos y ahora prefiere dedicar grandes espacios a la crítica hacia los pudientes y famosos. La intención es loable, sin embargo el producto final falla en su intento por desentrañar la maraña y penetrar hasta la médula para entender el cambio latente dentro del orden social o la manera en que las nuevas generaciones viven y se desarrollan, inventan una realidad distinta.
Es bonito tener dinero. María Félix –último bastión del jurásico- decía que poseer fortuna calmaba los nervios. Aquí no pretendo criticar la riqueza ni mucho menos satanizar; la cuestión va más allá e implica el no perder la responsabilidad periodística y capacidad de establecer una agenda mediática adecuada. También salta la cuestión de una juventud a la que pertenezco y que a veces me decepciona pues está perdiendo la brújula, olvidando la maravilla de ser y estar sin necesidad de poseer el oro, material daltónico que causa buenaventura y al igual hace que las almas se pierdan dentro del mundo de la superficialidad.
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