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Los días, Los Hombres, Las Ideas/Adentro de San Lázaro, todo es Cuautitlán

Francisco José Amparán

Hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia no tan lejana, los capitalinos solían mostrar su desdén hacia el resto del país con una frase contundente: “Fuera del DF, todo es Cuautitlán”; esto es, nada más pasando las Torres de Satélite (recién construidas entonces) acababa la civilización y empezaba un país (mentalmente) provinciano, rabón, ensotanado y gustoso de la siesta y el chocolatito en la tarde. El México moderno iba de Xochimilco a El Toreo; aunque con esos nombres...

Por supuesto, las cosas han cambiado. En muchos sentidos el Distrito Federal ha retornado a la era de la selva (incluso tiene un gobernante selvático) y ciertas regiones de “el interior de la República” (¿desde cuándo los chilangos viven sobre el Golfo o el Pacífico?) le dan un quién vive a muchas comarcas de tamaño similar en Europa, Gringoria o Canadá. El Norte entendió los beneficios aparejados con la cercanía a los Estados Unidos décadas antes que los geniecitos de entre los ejes viales empezaran a predicar las bondades del libre comercio. Los contactos internacionales se dan ahora tanto en la capital como en Monterrey, Guadalajara o León. Vaya, hasta Torreón tiene sus vuelos transfronterizos (infamemente caros, pero en fin), y Zacatecas-Fresnillo puede presumir de un vuelo directo a Chicago (por aquello del bracerismo, pero también en fin). Esta modernización de ciertas capas de la población y ámbitos económicos ha alcanzado niveles de sofisticación y complejidad que eran impensables hace apenas diez años.

Sin embargo, en México sigue existiendo un lugar donde se continúa creyendo que el planeta no ha cambiado en las últimas décadas; que se pueden defender las ideas de hace medio siglo como si estuviéramos a mediados del siglo XX; y donde se considera que el mundo puede seguir girando como le dé la gana, sin afectar a ese somnoliento rincón provinciano y petatero.

Si ese sitio fuera el Ejido El Consuelote, o San Vicente Tepaltitla, o un pueblo semejante, no habría bronca. El problema es que tal sitio es la Cámara de Diputados. Y esa gente en teoría representa a la nación. Qué nación representan es lo que podría discutirse: si la que quiere ingresar al siglo XXI para aprovecharlo (y no desperdiciarlo de la manera más tonta, como hicimos lamentablemente con el XX: hace cien años, el PIB per cápita de Canadá era semejante al de México) y desarrollar las potencialidades de un país que tiene todo para ser riquísimo; o el que quiere seguir enconchado en sus atavismos, traumas, prejuicios y complejos de inferioridad, pensando según patrones que hace décadas dejaron de funcionar, como resulta evidente para quien tenga ojos y quiera ver... y no esté cegado por esa venda oscurísima que es la ideología. ¿A qué México representan los muchos y básicamente inútiles ganapanes que vegetan en San Lázaro?

El simple hecho de debatir si se permite o no la entrada de miles de millones de dólares en inversión directa, sería tema para una película surrealista en países como Corea del Sur, que ha multiplicado por quince el ingreso de sus habitantes en el último medio siglo. El que un supuesto representante popular piense en dirigir el gasto hacia una actividad que podrían emprender otros, quitándole ese dinero a rubros como la educación y salud, sería considerado un acto de traición en cualquier otro país. El seguir pensando que la generación de riqueza, empleos y producción es obscena (si no la hace un estado que ha mostrado una y mil veces su ineficiencia) es no sólo un pensamiento de infinita estulticia, sino un crimen, dadas las condiciones de pobreza de amplias capas de la población. Pero ésas son las brillantes ideas que surgen de San Lázaro y Xicoténcatl. Evidentemente, esa gente no tiene que preocuparse de obtener ingresos. De hecho, muchos no han trabajado en algo productivo en su vida. Se les nota, en vista de su odio a lo que represente inversión generadora de riqueza.

En el siglo XXI, nos guste o no, para desarrollar niveles de vida apropiados se necesita industria mediana o avanzada, y educación. No hay de otra. Búsquenle por donde quieran. Háganle poemas al ejido improductivo o a los macheteros y pseudoecologistas que estorban todo lo que implique crear trabajos, pero al final se quedarán con la única evidencia: el progreso (el que tantos enemigos tiene entre quienes gozan de sus beneficios) sólo surge de la industrialización; y ésta no se puede dar sino a través de inversiones. De dónde provienen, eso no importa, como lo prueban Singapur, Malasia y otros países cuyos estados no tenían un cinco para arrancar hace tres décadas, y hoy son potencias económicas medianas.

Mientras hay países que suspiran, lloran y patalean porque entren inversiones frescas (pregúntenle a Argentina) e infraestructura y tecnología modernas (pregúntenle al 65% de la humanidad), aquí muchos de nuestros notables representantes se pelean por ser los más vociferantes oponentes al único camino probado y conocido que crea niveles de vida adecuados para las mayorías. Si estamos como estamos, ¿cómo se puede argumentar que sigamos como estamos? ¿Qué opciones presentan Bartlett y seguidores? Dicen estar defendiendo la soberanía. No sé cómo se puede ser soberano si se está a oscuras. No sé qué nacionalidad tienen los kilowatts. Y no sé a quién se le ocurriría invertir miles de millones de dólares en un país al que (según esta gente) se le quiere hacer fracasar. A quienes invierten en México les interesa que la población gane más (para que consuma más). Los extranjeros no quieren sacar látigos sino ganancias. A Estados Unidos le conviene un México próspero y estable, no uno pobre e inestable; eso es obvio. Quienes ven esos moros con tranchetes están anquilosados en un pensamiento nacido del rencor y las ideas preconcebidas, no de la evidencia objetiva acumulada. Es gente del siglo XIX estorbando en el XXI.

Tengo la teoría que la fobia que muchos le tienen a la inversión privada (extranjera o nacional) nace de un intolerable miedo a que México progrese y su población se haga mayoritariamente clasemediera. Porque entonces, ¿a quién dirigir los discursos de un nacionalismo que de tan rancio apesta? ¿A quién habría que redimir? ¿Cómo podrían seguir llevando una vida de parásito basada en quejarse de lo que no funciona en este país... porque los parásitos estorban todo lo posible?

Por supuesto que hay que discutir la reforma eléctrica... sus formas, no el hecho en sí. En gran medida perdimos el siglo XX por aferrarnos a paradigmas que no funcionaron nunca (el ejido, el Estado autárquico, el cierre de fronteras) mientras otros países nos rebasaron fácil y por la derecha. ¿Seguiremos en las mismas? Insistimos, ¿a qué nación representan los enemigos del progreso, esa gente que mentalmente sigue sumida en su Cuautitlán?

Ah, y a propósito: a votar todo el mundo; luego no hay por qué quejarse.

Correo: famparan@campus.lag.itesm.mx

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