Con la aparición el próximo mes de la película “Morir otro día” (“Die another day”), la franquicia de James Bond llegará a la friolera de veinte filmes. Dado que este año el veterano agente al servicio secreto de Su Majestad además cumple 40 años de andar en las pantallas de plata, resulta que, desde que tenemos memoria (me refiero a mi generación), cada dos años hemos sido testigos de una aventura entre chimistretas hechas por “Q”, cueros en bikini y malosos con dientes de acero, gatos sangrones y balas en el cerebro. No por nada el 007 ha formado una parte pequeña pero significativa de las vidas de muchos de nosotros. Y ello también explica por qué, ya sin Guerra Fría ni soviéticos perversos planeando desmán y medio, el hombre con permiso para matar sigue siendo taquillero: simple referente vivencial... y modelo imposible de imitar.
Porque, seamos francos, ¿quién no ha querido ser James Bond? ¿Quién no ha deseado andar siempre rodeado de bellezas impactantes, enfundado en esmokings que se ven como cosidos encima y que no se arrugan ni después de pelear a mano limpia con un cocodrilo? Señálenme un hombre que no ha querido manejar un Aston Martin con bazookas en los faros y radar que detecta hasta bordos torreonenses (que suelen ser invisibles) y les mostraré a un mentiroso redomado. Y díganme quién no se ha divertido, aunque sea un poquito, con algunas de las persecuciones más ingeniosas (y tiradas de los pelos) de la historia del cine: Bond se ha escapado en tanques soviéticos, autos partidos a la mitad, motonetas acuáticas, batiscafos de alta profundidad, transbordadores espaciales y hasta esquiando sobre nieve encima de un chelo. Lo han tratado de matar con tiburones, ametralladoras, bombas nucleares y de las otras, gases tóxicos, sombreros ribeteados de acero y los muslos de algunas mujeres por las que vale la pena morir, pero siempre ha salido más o menos indemne. Al contrario de lo que decía la publicidad de “Indiana Jones y el Templo de la Perdición”, si la aventura tiene nombre, ese nombre debe ser Bond, James Bond.
En torno al cuál, además, se han tejido una serie de leyendas, como no podía ser de otro modo con un icono que lleva cuatro décadas haciendo la ronda. Una de ellas es, precisamente, que su melódica, asertiva y redundante forma de presentarse la inventó el maestrazo Sean Connery (el primer actor de la serie) cuando descubrió que su personaje no tenía más de cien palabras de diálogo en todo el filme: así podía al menos hablar un vocablo más cada vez que tuviera que introducirse. Dicen que por la misma razón a Connery se le ocurrió cómo pedir la bebida favorita del 007: según el guión, sólo tenía que ordenar un vodka martini; pero para de perdido decir algo más se le ocurrió pedirlo “agitado, no revuelto” (shaken, not stirred). Y desde entonces y hasta la fecha, es lo único que ha pisteado el muchachón. Debe ser buena bebida, porque ¡ah qué bien se ha conservado!
Lo cuál, la verdad, no es ningún mérito, dado que la percha ha ido cambiando con el paso del tiempo. Hasta la fecha ha habido cinco Bonds: Connery, George Lazenby, Roger Moore, Timothy Dalton y el actual, Pierce Brosnan. De los cinco preferimos al primero y a este último. Roger Moore no se puede tomar en serio creo que en ningún papel (excepto en el de “El Santo” original). Timothy Dalton, con esos ojos y esas cejas parecía más bien el malo de la película, lo cuál era una desventaja cuando se enfrentaba a narcos colombianos y generalotes rusos rebeldes. De Lazenby mejor ni hablamos. Lo bueno fue que sólo hizo una película, dado que era malísimo. Y claro, quedó como prototipo del bruto que deja ir una oportunidad de oro.
Otra leyenda tiene qué ver con que “las chicas Bond” (esto es, las que le hacen comparsa en cada filme) quedan tocadas por la mala suerte y después de su aparición en la serie no vuelven a levantar cabeza. Es el caso de, por ejemplo, Lois Chiles, Carole Bouquet (una lástima, dado que ha sido la más hermosa para el gusto de un servidor), o Marianne D’Abo (a quien sólo hemos vuelto a ver en películas fa-ta-les). Para desmentir el mentado mal fario tenemos a Úrsula Anderss (quien más bien saltó a la fama luego de decirle sí, o bueno, tal vez, al Dr. No), Jane Seymour y Denisse Richards (bueno, ésta terminó casada con Charlie Sheen... interprétenlo como quieran). La próxima “chica Bond” es Hale Berry, quien recibió el Oscar a Mejor Actriz este año y por tanto no tiene de qué preocuparse. Además, después de las luchitas que se echó con Billy Bob Thornton en “Monster’s Ball”, no puede hacer nada más indigno, creo yo.
A lo largo de cuarenta años, Bond ha cobrado una vida propia y de repente pareciera que el personaje existe en realidad. Así, el domingo pasado en algunos periódicos canadienses apareció el anuncio de una compañía relojera suiza, con una foto de Pierce Brosnan, en donde Omega se precia de “haber construido una relación duradera (y que en ocasiones le ha salvado la vida) con el agente secreto 007”... como si éste fuera una persona de carne y hueso y como si quien le salvara la vida tantas veces hubiera sido esa compañía y no “Q” (inicial de “Quartermaster” o intendente del ejército), el viejito de cejas increíbles que inventara tantas tonterías divertidas e ingeniosas a lo largo de su extensa carrera junto a Bond (el actor original murió el año pasado; el genial John Cleese ocupó su lugar desde la última película).
Para que vean hasta dónde llega la fama de Bond y su mímesis con la vida real: hace unos años, el ejército americano andaba viendo si sustituía su arma de fuego portátil estándar, la venerable Colt .45, por otra. Un competidor puntero era la Beretta de nueve milímetros. Pues bien, una compañía armera rival hizo circular entre miembros del comité dictaminador del ejército un chisme terrible: ¿cómo confiar en un arma que (¡horror!) se le había encasquillado a James Bond (en “Moonraker”, si no mal recuerdo), poniendo en peligro su vida? Qué tanto pesó ese juicio a la hora de la hora, quién sabe. Pero como argumento, la verdad, no sabemos si es impecable o ridículo.
En esta última categoría se halla el último homenaje al 007: por su cuarenta aniversario, la muñeca Barbie va a disfrazarse de “chica Bond”, con un teléfono celular en el liguero; lo peor es que su cuatacho Ken es el que va a hacerla de espía. Me parece insultante. En fin. Lo importante es que ese personaje nos ha brindado algunos de los mejores ratos que hemos pasado en el cine y nos ha permitido ver (y suspirar por) algunos de los mejores especímenes femeninos de la humana especie. Todo ello a lo largo de cuarenta años. Se dice fácil, pero la verdad, no lo es tanto. ¡Salud, cero cero siete! Por supuesto, con un vodka martini... agitado o revuelto, que al cabo en México no hay fijón.
(Ah, y a propósito de México, ahí les va un torito: ¿cuál es la única pareja de actores, padre e hijo, que ha aparecido en dos películas distintas de Bond? Se los dejo de tarea).
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