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Los días, los hombres, las ideas/¡Daaaanzón dedicado a Jack el Destripador!

Francisco José Amparán

(y familia que lo acompaña)

Una primerísima aclaración: el título que engalana la columna de este domingo no es original de un servidor: lo tomé de un texto del insigne y nunca bien ponderado poeta Joel Plata, quien lo escribiera hace unos veinte o veinticinco años en el glorioso (e igualmente nunca bien ponderado) Taller Literario de La Laguna que coordinaba el heroico (e igualmente etcétera) José de Jesús Sampedro. Por el título ya se podrán dar una idea de cómo nos las gastábamos entonces y por qué duró tanto y fue tan provechoso aquel jocoso y muy serio experimento, que anduvo con las velas al pairo entre las Casas de la Cultura de Torreón y Gómez Palacio, con singular éxito y contento. Una segunda aclaración: el contento era para nosotros, porque ¡ah, cómo sudaron los funcionarios de esos centros por nuestra disoluta e impredecible conducta! Un saludo desde aquí a Tina, Alberto y Poncho, que tanto nos aguantaron.

Entrando al tema: la cuestión es que la frase (con entonación, por supuesto, propia del Cara ‘e Foca, Dámaso Pérez Prado) siempre se me viene a la mente cuando leo algo nuevo relacionado con el asesino en serie (discutiblemente) más famoso de la historia. Y estos días el viejo Jack vuelve a ser noticia: la semana pasada salió a la luz pública (al menos en los países de lengua inglesa) una nueva teoría sobre la identidad de quien aterrorizara a Londres en el verano-otoño de 1888. La escritora británica Patricia Cornwell, conocida como autora de novelas de intriga y suspenso, acaba de sacar “Portrait of a killer: Jack the Ripper, case closed” (Retrato de un asesino: Jack el Destripador, caso cerrado), una investigación en la que jura y perjura que tiene todas las evidencias necesarias para asegurar que Jack fue, ni más ni menos, que el pintor Walter Sickert. Si nunca lo habían oído mentar, no los culpo. Discípulo de Whistler (el del retrato de su mamá), fue conocidón en sus tiempos y latitudes y poco más. Según la señora Cornwell, Sickert tenía un trauma sexual bastante agudo (mutilación genital, para acabar pronto) y sus desazones las desquitaba en las pobres prostitutas del East End londinense. Según la autora (a quien pueden ver mañana por la mañana en NBC), algunas pinturas y bosquejos de Sickert apuntan a un conocimiento íntimo de cómo quedaron algunas de las víctimas del Destripador. Pues será. La cuestión es que Sickert no hace sino engrosar la ya muy robusta lista de sospechosos de ser el autor de las cartas que, con pedazos de riñón humano, le llegaban a la policía y prensa londinenses firmadas “From Hell” (Desde el infierno).

(Por cierto, no sé si ya se exhibió en México la película de ese título, con Johnny Depp como un investigador en el pasón perpetuo y ese ángel caído a la Tierra que es Heather Graham en el papel de Mary Kelly; si pueden, véanla... aunque la teoría ahí expuesta está bastante desacreditada, como les dirá cualquier destripadorólogo que se respete).

Efectivamente: en los últimos 114 años, cientos de personas se han devanado los sesos tratando de atinarle a la identidad de quien, según algunos autores, inauguró la era del criminal sexual en serie moderno. Los sospechosos son de todos los colores y sabores: desde un nieto de la reina Victoria, el duque de Clarence, hasta una mujer que ejecutaba abortos y se le botó la canica (conocida en el argot como “Jill la destripadora”); desde los francomasones de Londres hasta un estafador americano llamado Francis Tumblety; desde un maestro de escuela (Montague John Druitt) hasta un loquito escapado del manicomio (Aaron Kosminski). Vaya, uno de los últimos en entrar ignominiosamente a la lista fue Lewis Carroll, el autor de “Alicia en el País de las Maravillas”... aunque quien trató de embarrar a tan entrañable figura no logra convencer ni a su mamá. De hecho, de todos los sospechosos, según encuesta pública, el matemático niñero queda en último lugar.

¿Encuesta pública? En efecto: uno puede examinar prácticamente todo lo relacionado con el caso en el sitio Casebook: Jack the Ripper (www.casebook.org). Ahí uno puede ver las biografías de los sospechosos; los perfiles de las víctimas; lo que dijo la prensa y la policía en su tiempo; los últimos hallazgos (casi cada año aparece una carta o documento desconocido) y sí, se puede votar por quien uno considera que es el más probable autor de los crímenes de Whitechapel. En estos momentos va ganando James Maybrick, un comerciante de algodón de Liverpool, quien murió poco después de que cesara el terror en Londres. Pero la popularidad (¿?) de Maybrick se debe, creo, a que hace unos años apareció un diario de su supuesta autoría, en donde confesaba ser Jack. Luego resultó que el diario era una falsificación; pero mucha gente se sigue yendo en la finta. ¿Mi favorito? El ya citado Tumblety, quien además viene siendo tocayo.

Si le da curiosidad (o morbo) y entra a ese sitio, no se sienta culpable. El mismísimo Julio Cortázar confesaba su debilidad por este personaje sombrío y escribió un par de ensayos sencillamente geniales al respecto (“Jack the Ripper Blues” y “Encuentro con el mal”) en su colección “La vuelta al día en ochenta mundos”, textos que recomiendo sobradamente. La reciente película antes mencionada nos dice que, a pesar de que el centenario de los crímenes fue hace casi década y media, el tema sigue dando de qué hablar... y escribir... y filmar.

¿Por qué esta fascinación con Jack? Si a los números nos vamos, no fue particularmente prolífico: sólo cinco mujeres asesinadas... lo que, comparado con las andanzas de Ted Bundy o John Wayne Gacy o Bela Kiss o Peter Kürten (mejor conocido entre la raza como “El vampiro de Düsseldorf”), es una cantidad relativamente pequeña. Si es por el destazadero, esa franquicia en que se ha convertido el ficticio Hannibal Lecter le da punto y raya. No, como que hay algo más. Por supuesto, parte importante del atractivo del personaje es que nunca fue descubierto... al menos públicamente. Algunas cartas y memorandos de la policía londinense han revelado que los sabuesos de Scotland Yard creían saber quién era; pero para entonces Jack ya estaba o recluido en un manicomio (Kosminski), o ahogado en el Támesis (Druitt), o se les había escapado en América (Tumblety). En todo caso, como pasa con Kennedy y Oswald, el misterio es un aliciente para despertar al detective que duerme en lo recóndito de cada uno de nosotros. Por eso cada cierto tiempo aparece una teoría (al parecer cada vez más descabellada) y muchos (sí, soy uno de ellos, lo confieso) seguimos los acontecimientos con una mezcla de escepticismo y emoción: ¿se develará por fin el misterio?

En todo caso, Jack el mito sigue vivito y coleando, así sea por el afán detectivesco del cine y la literatura. Y por el Sherlock Holmes (su contemporáneo, por cierto) que, insisto, todos llevamos dentro.

A propósito, ayer fue el 114 aniversario de la muerte de Mary Kelly, quien los destripadorólogos consideran la última y definitiva (en varios sentidos) víctima de Jack.

Acuse de recibo: La querida ex alumna Dulce Ramos, desde Santiago de Chile y Mavisa Rodríguez Garza, desde Torreón (supongo), quisieron practicar una de las virtudes teologales (enseñar al que no sabe) y se tomaron el tiempo para sacarme de la supina ignorancia de que hice gala el domingo pasado con respecto a la palabra volován... que sí, así se escribe, como ambas me explicaron y como les paso al costo:

“El Vol-au-vent o volován se dice que fue creado por el chef francés Careme, a base de pasta de hojaldre cortada para parecer una cazuelita con tapa. El término quiere decir “volando al viento”, por lo ligero de la masa”.

Aunque, aclaro yo, en algunas bodas a esos bocadillos no les entra ni el diente de los consuegros. Y no vuelan ni pateándolos Morten Andersen.

Gracias a Dulce y a Mavisa. Y a ustedes por su atención. Nos leemos luego.

Correo: famparan@campus.lag.itesm.mx

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