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Los días, los hombres, las ideas/Las lecciones no aprendidas del 9/11

Francisco José Amparán

Todo aniversario debe tener el mérito de ayudarnos a enfrentar mejor el futuro. Si no, ¿qué chiste tiene? Si de algo sirve el pasado y su estudio, es aprender de él, no sólo para evitar los errores anteriormente cometidos, sino también para ser mejores: no hay peor ciego que el que no quiere ver, no hay peor tonto que el que no aprende en cabeza ajena (dice el dicho que nadie lo hace... por algo será). Así pues, en medio del blitz informativo sobre el 9/11 con motivo de su primer aniversario, no está de más preguntarnos qué lecciones se aprendieron a partir de ese acontecimiento. Más aún, qué lecciones aparentemente claras siguen sin ser aprovechadas. Creo que de ellas se puede hacer una extensa lista: aprender de las tragedias no es el fuerte de los seres humanos, y menos aún de los norteamericanos, que son bastante duros de cabeza en lo que a Historia se refiere. Nos remitiremos a las más obvias e importantes:

Lección desatendida # 1: Estados Unidos es detestado por buena parte del mundo debido a su soberbia y desdén hacia los demás: Claro que hay muchos otros motivos para detestar a los EUA, empezando por las películas de Stalone. De hecho, toda superpotencia que en el mundo ha habido ha sido odiada, temida y admirada por sus vecinos distantes y cercanos, en distintas dosis y básicamente por las mismas razones, entre las que sobresale la simple y cochina envidia. Aquí la cuestión es qué tanto la población como el gobierno de los Estados Unidos siguen sin entender que mucho del rencor acumulado en su contra podría abatirse con mínimos gestos de buena voluntad: por ejemplo, gastando más en ayuda humanitaria que en apoyo bélico; siendo más humildes ante las instancias internacionales, desde el Protocolo de Kyoto hasta la Corte Criminal Internacional; portándose menos parciales hacia Israel, un aliado cuyas políticas y régimen resultan cada vez más indefendibles; dejando de plantear las situaciones globales en términos de ?los buenos contra los malos?, cuando se sabe que entre ?los buenos? están las corruptísimas monarquías árabes, generalotes golpistas como Musharraf, y no pocos tiranos africanos. Quizá todo esto no baste para que los antiyankis de siempre (como Francisco Toledo, residente frecuente de Los Ángeles y quien vende el 95% de su obra allá) amainen su encono, pero serían pasos en la dirección correcta. Lo sucedido hasta ahora ha sido exactamente lo contrario.

Lección desatendida # 2: En el siglo XXI los EUA son tan vulnerables como cualquier otro país: Lo cuál es una absoluta novedad. Si algo había distinguido (y favorecido) a los EUA a lo largo de los últimos doscientos años, era su notoria ausencia de enemigos inmediatos. Si las monedas gringas dicen ?En Dios confiamos? es porque el Señor se ha ganado a pulso esa confianza: en la historia humana, EUA ha sido la única potencia rodeada por dos océanos y dos vecinos débiles, y que por tanto no tenía que defender sus extensas fronteras. Rusia siempre ha tenido a Europa Occidental (bajo mando napoléonico o hitleriano) por un lado y a los chinos por el otro; Inglaterra ha estado aislada en muchos momentos críticos. Alemania tiene que vivir con franceses al oeste y rusos al este. Los americanos se sentían seguros dentro de su capullito... hasta que los 767 se reventaron contra las Torres Gemelas.

¿Cómo reaccionaron los EUA? De maneras, la verdad, bastante incongruentes. Un ejemplo clásico es la ?incrementada? seguridad en los aeropuertos. Lo único que ello ha provocado son colas enormes, viejitas emocionadísimas que insisten en ser revisadas a conciencia, y no pocas escenas más bien bizarras. Hace unas semanas, en Dallas-Fort Worth, el maldito aparatejo negro que parece abatelenguas gigante insistía en sonar al pasar sobre mi abdomen. Patrióticamente le informé al guardia que, como buen mexicano, tenía estómago de hierro. No le hizo ninguna risa el comentario, y me hizo desabrochar la camisa. Siguieron los zumbidos. Entonces hizo ¡que me levantara la camiseta! Estuve a punto de decirle que por un dólar le movía la panzita, como niño acapulqueño. Digo, ya estando en ésas, siquiera sacarle provecho a la situación. Por fortuna el tiempo y las canas lo hacen a uno prudente. Lo que sí debí haberle preguntado es qué esperaba encontrar debajo de la camiseta: ¿una Uzi, una granada? Está bien que uno esté ombligón, pero... En todo caso, ningún terrorista va a pasar por esos apuros, así sea por simple dignidad. Los que sí tenemos que viajar y llegar vivos a nuestro destino somos los que sufrimos las consecuencias... aunque ello no impedirá el próximo atentado, dado que otras áreas vulnerables siguen igual o peor que hace un año. No sólo eso: un maestro mío, de visita en el centro neurálgico de NORAD en Cheyenne Mountain (donde ocurre buena parte de ?Juegos de Guerra?, con un jovencísimo Matthew Broderick, ¿se acuerdan?) fue informado fríamente que, en primeras, nadie esperaba una repetición exacta de los ataques de septiembre pasado; y en segundo, que otra versión de lo mismo (por ejemplo, que un piloto comercial decidiera de mottu propio ir a estrellarse contra la Torre Sears de Chicago) era imposible de evitar. Total, los Estados Unidos siguen básicamente en las mismas.

Lección desatendida # 3: Tratar de entender al resto del mundo es un asunto de simple supervivencia. Los americanos han sido históricamente un pueblo de un provincianismo exasperante: no saben ni les interesa saber qué ocurre en el resto del planeta... el cuál parece acabarse en los linderos de Peoria, Illinois, o Falfurrias, Texas. Lo cuál no es de extrañar: muchos americanos, pasados, presentes y futuros (polacos, irlandeses, mexicanos, nigerianos, salvadoreños, cubanos) arribaron ahí queriendo dejar atrás las miserias y penurias de su país o continente. Llegaron huyendo, precisamente, del resto del mundo. ¿Para qué ocuparse de aquello de lo que se viene escapando? Y claro, mientras funcionó la premisa que comentábamos en el anterior apartado (los de afuera no pueden dañar a Gringoria), esa actitud no sólo era explicable, sino hasta funcional. Pero ahora que se les apareció el chamuco en su patio trasero (¿patio trasero? ¡En la mera sala!), deben entender que las cosas son distintas. Como a los nacionalistas mexicanos petateros y nonacentistas tipo Bartlett, les tiene que caer el veinte que éste es el veintiuno (el siglo, no una cáscara de basket ni juego de azar) y que andar ignorando lo que ocurre fuera de las fronteras propias se paga mucho muy caro. Sin embargo, todas las evidencias apuntan a que el público americano mantiene su miopía secular, sin poder enfocar su entorno en toda su tremenda complejidad. Quizá ello explique por qué el presidente con más bajo nivel intelectual de los últimos cien años goza de tanta popularidad: después de todo, tiene la misma noción de dónde queda Afganistán (o Kazakhastán o Pakistán o Disneystán) que el resto de sus compatriotas... o sea, nula.

Total, muchas lecciones no aprovechadas, muchas oportunidades perdidas. Y para colmo, aquí viene la innecesaria guerra contra Iraq... nada más para echarle gasolina al fuego. Sabíamos que George W. era de lento aprendizaje. Pero, ¿y los demás?

Ah, y a propósito: un mundo con pavorosos vacíos de liderazgo acaba de perder uno de los mejores modelos de líder que un servidor ha tenido el privilegio de ver en acción: esta semana, Johnny Unitas llegó a la última zona de diagonales. Descanse en paz.

(Y ya para acabar: ¿recuerdan el caso de la niña Testigo de Jehová, motivo de una disputa legal sobre si podía o no recibir transfusiones, que comentamos hace unos domingos? Murió la semana pasada).

Correo: famparan@campus.lag.itesm.mx

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