Mario Espinoza nació en Aguascalientes, Ags., el 21 de febrero de 1954 siendo, por lo tanto, un pisciano hasta las cachas. Entre sus rasgos positivos está la integridad, y cuando ha llegado a tener alguna diferencia con alguien, de ello le ha venido; no podía ser sino idealista lo que hace que su espíritu de servicio permanezca siempre alerta. Su inteligencia y determinación, una gran fuerza de voluntad y una mente ágil y aguda le han ayudado para lograrse plenamente.
De todas maneras, si llegar a ser un hombre significa tener una lucha constante con uno mismo, hay que imaginar lo que será la decisión de llegar a ser dos al mismo tiempo. Y Mario desde muy chico sintió que dentro de él luchaba por vivir un otro yo que pretendía significarse tanto o más que el otro que era visible para todos.
Por lo pronto sus padres se vieron precisados a abandonar Aguascalientes para ir a radicarse en Ciudad Juárez. Para ello tuvieron que pasar por Torreón, al que le echaron un ojo, pero nada más. En Ciudad Juárez, Mario inicia, pues, su escuela primaria, en una que llevaba el extraño nombre, o a lo mejor mal recordado, de “Año 6 de Abril”. La cuestión es que a Mario, por aquellos años, comienza a atraerle irresistiblemente la calle. No la vagancia, la calle como sitio donde se desarrollaba otra escuela que ofrecía otras materias que la otra no daba, y que eran tanto o más importantes, en la que el que quería tomarlas debía comenzar por bastarse a sí mismo.
La vida de Mario es como las de los protagonistas de algunas películas o de algunas novelas las novelas, o la de García Márquez, en las que éstos las pasan negras para sobrevivir, pero que si en un momento dado, esa sobrevivencia necesita de algo, ese algo aparece, de una u otra manera, listo para usarse: Así vieron aparecer las calles de Juárez un día a Mario con un cajón para bolear, repartiendo sus horas entre eso, las de estudio y las de sólo grabarse en la memoria la vida dentro de la cual se iba moviendo, con la cual su otro yo parecía contento.
Cualquiera diría que viviendo tanto tiempo fuera de su casa Mario se echaría a perder. En mucho menos tiempo hemos visto a otros, contaminarse de todos los vicios; sin embargo, Mario pudo pasar por aquel pantano del que hablaba nuestro alto poeta Díaz Mirón sin manchar el plumaje de su alma, ni en aquella su niñez ni tampoco posteriormente, en su juventud.
Se desligaba, sí, de la familia y vivía su vida azarosa y callejera, a veces en soledad, a veces acompañado por otros muchachos de su edad que andaban en las mismas por orfandad o por otros misterios de sus vidas, que en ocasiones les hacían sentir los piquetes de hambres acumuladas por dos o tres días, que en ocasiones les hacían recurrir a algún familiar, o encontrarse a alguno que les convencía de regresar por un tiempo a casa. Sus padres volvieron a tener necesidad de moverse, y se vinieron a Torreón. Aquí proseguiría sus estudios, pues le faltaba concluir el último año de su primaria, que hizo en el Imex de los hermanos Bernal, Antonio y Juan, para continuar inmediatamente después los de secundaria, y más tarde terminar su bachillerato en la Venustiano Carranza.
En todo este tiempo su otro yo se había manifestado en ocasiones en que en las escuelas presentaban pantomimas, en las que participaba destacando su actuación.
Por aquellos años, teniendo él 12, una mañana, parte por curiosidad y parte buscando a quien bolear se acercó al circo que visitaba la ciudad. De pronto una persona vestida de traje y con buena apariencia le preguntó que cuánto cobraba por bolear unos zapatos. Él le contestó que cinco centavos. Su cliente quiso aclarar que si los de un niño no costaban menos por ser más chicos. Mario le dijo que, chicos o grandes, todos costaban igual; entonces su cliente fue y trajo unos de payaso y le dijo que estaba bien, que le boleara aquéllos. Mario tragó saliva, pero se mantuvo en lo que tan hábilmente le había sacado el payaso Bellini que era el payaso de aquel circo y, en cierta forma, acabaría siendo su maestro, pues lo integró al espectáculo con el nombre de “El centavito”, y cada vez que por aquí pasaba, dos veces al año, lo llamaba y así fue haciéndose posible, el personaje que su otro yo iba creando poco a poco.
Entre tanto, Mario seguía sus estudios, pues, los suyos, sus amigos y él mismo no descartaban la posibilidad de una carrera, no obstante que la mayor parte de su vida se desligó de los suyos y sólo a los trece volvió por una temporada con ellos, para separarse totalmente a los 16 por una total inadaptabilidad de caracteres, todos estaban de acuerdo en que debería convertirse en un profesional. Al principio él creía que le llamaba a la medicina, pero, al final cayó en Leyes, recibiéndose de abogado en el 95.
Pero, para llegar a ello tuvo que sudar de verdad. Su carácter agradable, la facilidad con la que se comunicaba con la gente, su fácil sonrisa y la facilidad con la que hacía florecer las sonrisas en las caras de sus amigos, eso hacía que todos estuvieran dispuesto a ayudarle para que fuera sacando adelante su carrera. Simón Vargas, por ejemplo, lo llevó a Leyes, donde el licenciado Daniel Villavicencio le ayudaría muchísimo; le consiguió que le dieran la conserjería y la limpieza de los uniformes del equipo de futbol americano, que le aseguraban entradas que le permitían seguir tirando. Por otra parte, sus condiscípulos fueron estudiantes que se distinguieron todos en su profesión, llegando algunos a altos puestos públicos.
Al mismo tiempo Mario participaba en todos los espectáculos teatrales que se realizaban en la universidad, y en uno de aquellas obras cortas que se usan para preparar a los espectadores resulta que él, que es bajito, salía en compañía de dos compañeros fortachones y altos cantando una canción de moda entonces llamada “La Mariposa” a la que acomodaron letra que afirmaba que los tres cantantes eran maricones, de lo que Mario se defendía diciendo que él no, que él era Tortillín, nombre que le sonó para nombre de el payaso que cada vez iba tomando más forma en su espíritu para liberar a su otro yo. El año 73 le fue creando rostro, maquillándose por primera vez como le parecía que debería ser. No fue fácil. Para maquillarse, en su ignorancia total del arte del maquillaje uso blankol una pintura que al irse secando le fue estirando la piel del rostro de una manera dolorosa. En fin, que no tenía a quién preguntar y tuvo que aprender a base de cometer errores. Así hasta llegar, ya hace tiempo, a su actual maquillaje.
Pero, al mismo tiempo que estudiaba su carrera e iba dando un estilo muy particular a Tortillín, su personaje, que comenzaba a tener demanda en piñatas y diversiones para niños, sus gastos aumentaban y necesita otro tipo de empleos. Así fue como llegó hasta el Banco Comermex, que dejó el año 88, después de 13 años de colaboración con frecuentes ascensos. A partir de entonces, mientras seguía estudiando abrió con Vita Uva, otro payaso, en la Facultad de Leyes de la UAC una dulcería con el nombre de Dulcería Tortillín.
En el 95, como hemos dicho se recibió de Abogado. Con gran satisfacción de su parte, meses después abrió su despacho, que dejaría más tarde como consecuencia de ciertas proposiciones que comenzaron a hacerle y que no se llevaban con el pisciano que, además de abogado, es.
Tortillín, su personaje, espiritual también iba desarrollándose y ampliando sus posibilidades, pues, independientemente del auditorio infantil, de improviso había encontrado otro adulto que le iba teniendo sumamente ocupado. De todas maneras no es Tribilín el que, por decirlo así, saca adelante y da un buen vivir a Mario y los suyos. En lo particular, a él le dio la oportunidad de sacar de muy dentro de sí a ese personaje inocente y cínico a la vez, que da gusto, separadamente, a niños y adultos, pero más que a nadie a sí mismo, evitando los conflictos que pudiera haberle creado si se le queda solitario y conflictivo allá dentro, reclamando a un psicólogo; contribuye, eso sí, con los cientos y miles de amigos y relaciones que su espectáculo le proporciona, a sustentar el verdadero negocio de Mario, que es el de ventas, cuyos clientes, en su mayor parte, se deben a las relaciones de Tribilín.
Mario se casó con María de Jesús García Palomino (su Tesoro) el 8 de octubre de 1977, que había sido su condiscípula. Por cierto, que se caían mal. Alguno de sus condiscípulos alguna vez les dijo, frente a otros, que acabarían casándose, y casi se arrebatan las palabras de la boca para decir, que ni locos. No tuvieron que llegar hasta allá. De pronto un día Mario se encontró con una flor en la mano pensando en lo bien que se vería en la mano de María de Jesús, se fue a dársela y ella no la rechazó. Han tenido tres hijos: Claudia Alejandra, que hoy es licenciada en comunicaciones; Mario Armando, que cursa la preparatoria, y Gladys Gabriela.
Si para llegar a ser el hombre que se pretende hay que luchar duro y tendido, imaginemos nomás lo que hay que empecinarse para realizar en una sola vida dos pretensiones. Pues aquí tenemos a Mario Espinoza, que tuvo que salir a buscar desde muy niño a la calle, porque intuía que sólo allí encontraría lo que buscaba: el ingenio, la respuesta rápida, la travesura, el chasco, la burla inocente, eso sin contaminarse de lo peor, que es lo que les sucede a muchos. El haber salido incólume de tan tremenda aventura le convierte en uno de LOS NUESTROS.