El 28 de noviembre de 1899 en Cuatán, Guerrero, en la hacienda de su padre, don Francisco Berdeja, nació un niño que, en pocos años se transformaría en todo un hombre de espíritu acerado, que jamás supo darse por vencido ante la vida no obstante que ésta le golpeó desde pequeño, cambiándola totalmente: primero, haciendo que en los movimientos bandoleros de 1903 sus padres perdieran todos sus bienes y, poco después, arrebatando la vida a su progenitor. A este niño lo bautizaron con el nombre de Sóstenes Berdeja, Aivar por parte de madre que lo fue doña Virginia Aivar, esposa de don Francisco.
Sus padres, cuando lo perdieron todo miraron hacia Tecpan de Galeana, del mismo Estado, a donde se fueron y su padre abrió una tienda. Sóstenes inicia allí en 1906 sus estudios primarios, de los que sólo termina el tercer año. Con esas pocas armas escolares y su carácter férreo, aparentemente seco, pero en realidad jovial; su buena memoria y su facilidad innata para las matemáticas; su inclinación a la lectura y una curiosidad abierta hacia todos los temas y una calidad humana que fue creciendo junto con la edad, supo salir adelante en la gran prueba que su destino le imponía. Aquello que para muchos sería nada iba en su “mochila” como el bastón de mariscal en la de los sargentos de Napoleón. Con eso se enfrentó a la vida.
En 1908 deja la escuela por la necesidad imperiosa de ayudar a los suyos. ¡Qué no habrá hecho, de qué no habrá trabajado el pequeño Sóstenes para ganarse unos centavos qué llevar a los suyos! Mandados, por supuesto, mandados, en aquellos tiempos, en aquellas latitudes y a su edad, seguramente era lo más que le salía; pero, esos “lleva a Fulano, o Zutano, o Mangano tal o cual cosa”, a veces sería en el rancho o el pueblo vecino, lo que quiere decir que, sin querer, pero sin oponerse, se fue convirtiendo en el gran caminador que llegó a ser, y ni siquiera por deporte, por placer, por el puro placer de caminar.
Por supuesto, eso no era porvenir para nadie, y menos para él, a quien esos mandados y otros trabajos por el estilo, no le quitaban tiempo para sus lecturas, que en todo caso hacía de noche y fueron haciendo de él un autodidacta, abriendo su mente hacia otros horizontes más prometedores. Así fue como en 1911, a los doce años, en plena Revolución, salió de su casa rumbo a Salina Cruz, donde hacía pocos años habían construido un puerto artificial que le había dado un comercio muy activo, que le permitió trabajar con gran lealtad y verdadera entrega para varias empresas, en cada una de las cuales obtuvo distintos conocimientos que le fueron dando a él más valor en el mercado de empleos. Enriquecido con ellos, ya de 18 ó 20 años volvió con su familia, a la que desde que recibió su primer salario siempre envió ayuda y nunca olvidó, pues en la lista de valores de Sóstenes Berdeja la familia ocupó siempre el primer lugar.
Sus padres habían procreado una familia de 10 hijos, 7 hombres y 3 mujeres. De las mujeres y de dos hermanos menores él se hizo cargo. A estos últimos, por cierto, les hizo realidad su sueño de estudiar leyes en México en la UNAM, y han sido profesionistas exitosos en la práctica de su carrera.
Se reunió, pues, con los suyos, que entonces vivían en Atlixco, Puebla, donde él pronto se colocó y, según se fue dando a conocer, comenzó a recibir ofertas de otras empresas mejorando su posición hasta llegar a las gerencias de algunas de ellas. Dada la circunstancia de que aquellas fábricas hacían frecuentes operaciones de algodón con la compañía algodonera Anderson y Clayton, los directores de esta compañía llegaron a conocerlo y lo contrataron para Acapulco, a donde se fue con toda la familia.
Como gerente de la Algodonera La Rosita llegó a Torreón en 1935. Apenas instalado, lo primero que aquí conoció fue a EMMA HERRERA OROZCO, de quien se quedó prendado en cuanto vio. Decía después que lo que le atrajo de ella era su seriedad y ese estar siempre en su lugar. En realidad, hubo una atracción mutua, pues a ella no le disgustaba el hombre, lo que al principio le disgustaba era el nombre. Eso de Sóstenes como que no, pero, al final acabó gustándole por lo que representaba: Un hombre cariñoso a su manera, con una visión optimista y positiva de la vida, siempre preocupado por el bienestar de la familia, y su familia era numerosa, pues para él la constituían ambos apellidos que eran los que ellos habían procreado, pero, también todos los que llevaban uno solo de ellos, extendiéndola más tarde a los que entraban a ella como esposas o esposos de sus hijos.
Se casaron en 1937, es decir, dos años después de haber llegado a Torreón. Tuvieron cuatro hijos: Emma, Cristina, Sóstenes y Margarita.
En cuanto se casó comenzó a pensar que, aunque vivía bien, no debía seguir sujeto a un sueldo, por bueno que éste fuera. Así que, sin pensarlo dos veces, o a lo mejor después de pensarlo muchas y muy bien, decidió independizarse. Y así fue como Emma, su esposa, comenzó a conocer cómo era el Sóstenes con quien se había casado.
Se inicia en los negocios algodoneros, que él conocía ya muy bien, abriendo la Algodonera Berdeja, que pronto llegó a ser muy conocida en todo el norte del país, pues en 1938 ésta abrió un despepite en Villa Ahumada, Chihuahua, y oficinas en Delicias, Juárez, Ojinaga. Después inauguraría la Algodonera del Valle de Juárez, con despachos en Ojinaga y San Buenaventura, Chih.
Sus constantes lecturas de los temas sobre todo lo que se refería al algodón, a su beneficio, a su compra y a su venta, su privilegiada memoria y aquella innata facilidad para las matemáticas, a la que ya nos referimos, lo habían convertido en una verdadera fiera para las finanzas algodoneras, particularmente en los que se refería a compras a futuro. Su contacto con los mercados extranjeros, particularmente de los de Gran Bretaña y Norteamérica extendieron su fama más allá de nuestras fronteras, y constantemente le visitaban gente de por allá que venía ex profeso a conocerlo. Él los recibía con sencillez, tal como era, y alguna vez, estando platicando de negocios en la sala de su casa, entró una de sus hijas, la más pequeña, interrumpiéndolos. Los mismos visitantes, se quedaron sorprendidos, Emma, su esposa, llamaba discretamente a la niña, entonces el señor Berdeja, dijo: “Déjenme hablar con mi hija; nada va a pasar a nadie porque yo le dé tres minutos a Mague”. Por supuesto todos se rieron y la tensón se acabó.
En 1956/58, la revista norteamericana “Cotton” especializada en los temas algodoneros le hizo una entrevista que, publicada, puso a Sóstenes Berdeja entre los hombres más importantes en el campo del algodón en el mundo.
Pero, él se daba su tiempo para ir de caza o a pescar con sus grandes amigos Federico Elizondo Saucedo y el doctor Manuel Medina, o sencillamente ir a tirar al blanco a la caseta de tiro, lo mismo que para ser Presidente del Club Rotario, en cuyo ejercicio la hermosa Margarita Willy fue reina del Club.
Entre sus hábitos estaba el fumar puro, entre sus pasatiempos el dominó que jugaba con Octavio Olvera Martínez, Carlos Monfort, Alberto Alarcón, Juan Abusaid Chaya, Fermín Luna, Remigio Jardón.
Con su esposa visitó Cuba, en tiempos de Fulgencio Batista, Colombia, Panamá y Norteamérica.
Entre sus grandes amigos estaban Ramón Ávila, el licenciado Felipe Sánchez de la Fuente, Víctor Sirgo, Nachito Valencia.
No desperdiciaba ocasión de jugar con los niños, lo mismo dentro de la casa que fuera; para ellos como para los adultos, cualesquiera que fuera su posición social siempre tenía una palabra cordial que darles, lo que contrastaba con su aparente sequedad.
En 1967 muere en un accidente Emmita, su esposa, y desde entonces Sóstenes Berdeja comienza a decaer. Con ella perdía el motor que le impulsaba a la creación de grandes empresas, al interés por ser el primero entre sus pares y vino aflojando el paso, así hasta que contrajo el cáncer que habría de dar fin a su vida el l4 de mayo de 1985, 18 años después que la compañera de su vida.
Así vivió entre nosotros este hombre que siempre guardó para los suyos, y para sus amigos, lo mejor de sí mismo; que se levantó de la nada, sin ayuda de nadie, y en su campo de acción llegó a la cúspide, llevando el nombre y renombre de nuestra región a todas las partes del mundo donde el algodón se cultivaba, se vendía o se compraba. Por eso SÓSTENES BERDEJA AIVAR es uno de LOS NUESTROS.