La mala: no habrá contrapeso en el Congreso de los Estados Unidos. La buena: las elecciones intermedias están atrás. El martes pasado los electores norteamericanos decidieron apelar a la excepción. Más de medio siglo ha transcurrido en ese país sin que el Ejecutivo y las dos cámaras quedaran en manos del mismo partido. Por lo pronto los estadounidenses consideraron que era necesario concentrar poder. La estrategia de guerra funcionó. Bush consiguió lo que quería. Es una victoria.
El grado de deformación al que hemos llegado permitió al presidente de ese país utilizar la “guerra contra el terrorismo” para incrementar la cohesión interna. Pero Bush no puede continuar con la misma tónica demasiado tiempo. ¿Hasta dónde se trata verdaderamente de una guerra? ¿Hasta dónde la situación interna le permite distraer la atención de la opinión pública interna? Por lo pronto el equilibrio fiscal se volvió a romper. Por razones excepcionales el Congreso ha autorizado al presidente Bush el ejercicio de 120,000 millones de dólares extras para estos fines. Pero, ¿puede el presidente de ese país brindar resultados con una guerra tradicional? ¿Qué decir de los atentados recientes? ¿La ruptura del equilibrio fiscal no tendrá efectos inmediatos, pero el problema está ahí, latente, poniendo presión a la economía del mundo. Sin embargo, de nuevo, la elección está atrás, el partido republicano que ganó espacio debería cobrar distancia y ocuparse del altísimo costo económico que los sucesos del 11 de septiembre tuvieron sobre la economía de los Estados Unidos.
Los cálculos moderados hablan de 5 trillones, los más altos de siete. Se trata del monto de dinero que auténticamente desapareció de la economía cotidiana de ese país. Hoy el ahorrador medio que pensaba cambiar auto o mejorar su vivienda o quizá lanzarse tras de una hipoteca o el empresario con ánimos de crecimiento o quien sea que haya tenido ahorros vinculados con el mercado de valores o, peor aún, los pensionados, todos ellos perdieron dinero, y mucho. ¿Y dónde quedó el impacto de esa catástrofe económica? Lentamente el brutal golpe está siendo absorbido. Pero es claro que no sabemos bien a bien los efectos finales. Algo sí no deja dudas, habrá un costo y en una economía globalizada esos costos no se quedarán dentro de la frontera de ese país. La victoria electoral puede ser la trampa mortal de Bush y del mundo.
La otra aparente gran victoria ha sido el voto unánime, incluida Siria, en el Consejo de Seguridad. Los Estados Unidos ha conseguido el apoyo formal del máximo órgano de gobierno internacional. Pero por el otro lado esa unanimidad también puede ser leída en el sentido de que ningún miembro permanente del Consejo de Seguridad se arrojó al vacío con Bush. Collin Powell crece frente a los halcones de la Casa Blanca. Nada más lejano que un voto incondicional. Se ha establecido un procedimiento y la máxima potencia del mundo deberá agotarlo. Hussein por su lado tiene una buena oportunidad temporal de poner las cosas en orden, si están en desorden.
El mundo no ha dejado de moverse después del voto en el Consejo. La manifestación de Florencia no deja duda. Hasta medio millón de personas pudieron haberse reunido. Un amplio frente plural de ciudadanos europeos no compra la persecución de Hussein como un acto racional contra la barbarie. Simplemente son cosas diferentes. Ellos ejercen ya una presión política sobre sus gobernantes y ellos no podrán ir en contra sin ningún costo. Por otro lado la liga panarabe que reúne a 22 estados reaccionó ante la histórica decisión plasmada en las quince manos en alto afirmando que se trataba del mejor camino para evitar la guerra. Lo que era un condicionamiento conocido en los corrillos se transformó en un bloque informal de resistencia. Bush ganó en las elecciones, pero por fortuna la conquista de esos votantes no sacrificó la mínima legalidad demandada para una acción de esta magnitud y trascendencia. Los reacomodos en el mundo continúan.
Absurdos de la vida, al convertirse América Latina en un continente sin guerras, sin armamentos nucleares que ha abrazado códigos regionales de desarme, el ser una zona predominantemente pacífica, la ha sacado del mapa de las negociaciones militares globales. El excanciller Bernardo Sepúlveda lo ha afirmado con toda claridad en el tercer Foro Iberoamérica: América Latina no está en la agenda, hemos sido incapaces de presentarnos al mundo con nuestras bondades, nuevas bondades si se quiere, pero bondades al fin. Lo increíble del caso, a decir de Felipe González, es que no hayamos logrado vender ese patrimonio. La zona de paz debería de transformarse en zona de seguridad, de certidumbres. Tan mal andaremos en otros asuntos como vida institucional que los inversionistas no se acuerdan de la guerra como la peor de las amenazas.
Y a México, ¿cómo le va en esta feria? Para aquellos que temen por la relación entre México y los Estados Unidos después de la tensión de la semana pasada, hoy es claro que nada hubiésemos ganado plegándonos. Ahora en cambio, la voz independiente crece en su atractivo. Nos ha ocurrido en otras ocasiones. La distancia por principios es la mejor fórmula para generar el interés del interlocutor. Recordemos la etapa del Grupo Contadora que se contrapuso a la idea de avasallamiento en Centroamérica por parte del presidente Reagan. El TLC se firmaría pocos años después. Pero la victoria electoral, la victoria en el Consejo de Seguridad, la victoria en el reacomodo internacional, todos esos triunfos pueden desmoronarse si no se ataja el gran tropiezo económico que podría estarse gestando. Si Bush sigue de campaña para reelegirse en el 2004 y el militarismo populista se instala, todos estaremos en riesgo de caer. La economía global no perdona y nuestra incipiente democracia, con Fox a la cabeza, podría ser una víctima más de esa irresponsabilidad.