El escepticismo es natural. ¿Cuántas fotografías oficiales similares hemos visto?. Una hilera de mandatarios muy serios escuchando la lectura solemne de una “declaración conjunta”, o sea un documento tan matizado que dice poco. Cuáles son los resultados concretos, se pregunta el ciudadano común sin recibir una respuesta clara. Si a ello agregamos que la ambientación y las curiosidades ocupan casi siempre mucho mayor espacio noticioso, pues resulta difícil tocar fondo. Pero más allá de las decenas de ayudantes del sultán y sus esposas, más allá de la frialdad de Bush y de la imagen del Primer Ministro japonés en guayabera, la reunión de Los Cabos es de una enorme relevancia.
Los equilibrios mundiales están cambiando aceleradamente.
Con el voto a favor de la convención de Niza por parte de Irlanda, la Unión Europea puede continuar su expansión. La nueva Europa corre así contra reloj para lograr cumplir con los plazos de la integración de los nuevos 10 miembros. Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría y Eslovenia en el 2004. Rumania y Bulgaria en el 2007. Turquía pelea su propia fecha. El canciller alemán y el presidente francés, las dos economías centrales, acordaron asumir de manera diferida los enormes costos que entre ayudas regionales, subsidios agrícolas y ayudas directas se acercarían a los 50,000 millones de dólares. Valery Giscard, el expresidente francés propuso ya al consejo europeo un borrador de la constitución de la entidad que, simplemente, no tiene precedente. Doble nacionalidad y nuevo congreso global son algunas de las novedades.
Todo indica que dentro de una década estaremos frente a un actor político que podría reunir a más de 600 millones de habitantes y consumidores. El decrecimiento poblacional de varias naciones europeas se verá compensado con la expansión real de los mercados y con nuevos flujos migratorios. Una gran Europa que al este incluye a Estambul supone una nueva geografía.
La historia de éxitos económicos, es decir de naciones que han sido capaces de dejar atrás la pobreza, como España y Portugal, muy probablemente se extienda a las nuevas naciones incorporadas, con poblaciones bastante estables y que necesitan poco impulso para salir adelante.
La normatividad común traerá avances concretos: en democracia, derechos humanos pero también en estabilidad monetaria y seriedad de las finanzas. No habrá sorpresas, lo habrán construido lenta pero sistemáticamente.
Frente a ello el futuro de África, sobre todo la subsahariana, pareciera una historia de horror: altísimo crecimiento poblacional, incapacidad estatal para satisfacer demandas sociales, alta inestabilidad política, poco ahorro, pandemias como el Sida y hambrunas generalizadas no son un ejercicio catastrofista sino una simple lectura de lo que viene. Una polarización de las condiciones mundiales se mira inevitable.
Pero si el vertiginoso cambio en Europa asombra, el mayor cambio se producirá con el traslado del centro de gravedad mundial hacia Asia.
Los 600 millones de consumidores de la Europa crecida, son pocos frente a los más de 2000 anunciados ya por los acuerdos de apertura económica firmados en el área. Incluso suponiendo que el Tratado de las Américas prosperara, —asunto no demasiado claro— todo el continente americano con Estados Unidos, Brasil y México incluidos con poblaciones importantes, todo el continente repito no llegaría ni siquiera a la mitad de lo que aparece ya en el horizonte asiático.
Hace casi diez años, cuando México se lanzó a la firma del TLC, el escepticismo sobre los beneficios de los mercados globales fortalecía versiones nacionalistas trasnochadas.
Hoy, convertidos en el segundo socio comercial de la mayor potencia del orbe, pocos argumentan en ese sentido. Las ventajas de la apertura no sólo han sido económicas.
Parte de la modernización política y social del país ha cruzado por allí. Eso se quedará.
Los acuerdos comerciales sólo brindan ventajas temporales, nunca permanentes. Con la entrada de nuevos actores al comercio internacional como China, se desnuda que el verdadero éxito, la verdadera conquista de un mercado se logra con productividad. La mano de obra barata es un incentivo pasajero. Al voltear hacia la Cuenca del Pacífico México busca un nuevo equilibrio en la comunidad internacional. Pero también ha aprendido en el camino algunas lecciones. Las ventajas comparativas básicas —mano de obra barata, algunas materias primas, cercanía geográfica, etc.— son sólo el inicio.
Las inversiones, la competencia descarnada exige muchas otras condiciones: seguridad, certidumbre jurídica, control de la corrupción, inversión en educación y tecnología.
La lectura se invierte: las condiciones básicas, a la larga, son menos importantes que aquellas que son generadas o construidas por la propia sociedad. Como lo ha planteado Paul Kennedy los recursos naturales cada vez juegan un papel menos importante en el éxito o fracaso económico de las naciones. Allí están Venezuela y Argentina, naciones con poca población proporcionalmente hablando y muy ricas en recursos y que sin embargo siguen atrapadas por sus propios torbellinos políticos y sociales. En contraste Chile no deja de provocar asombros. ¿Qué México es el que podemos ofrecer ante los nuevos socios comerciales de la Cuenca del Pacífico? Los desplantes de antaño ya no funcionan. O logramos elevar los niveles generales de educación y de productividad o no seremos atractivos. Si no garantizamos la seriedad en las inversiones en infraestructura básica, energía, comunicaciones, transportes, etc., de poco valdrán otros incentivos. Si somos incapaces de asentar al estado de derecho reduciendo la inseguridad y la corrupción, México tendrá poco que ofrecer y otras naciones harán uso de las oportunidades.
Hace diez años abiertamente me incliné a favor de la firma del TLC. Mi argumentación en aquel entonces era que, más allá de los beneficios económicos, la apertura nos ayudaría a modernizar al país. Los avances en democracia, derechos humanos y otras áreas, tuvieron un aliado en lo que parecía un paso meramente comercial. Hoy es un acierto voltear hacia la Cuenca del Pacífico.
Los equilibrios mundiales nos obligan. Pero de nuevo, quizá los logros comerciales sean lo menos importante. La competencia descarnada nos puede ayudar a paliar muchas de nuestras ineficiencias y desviaciones.
Eso sería permanente. Sólo seremos exitosos con un país educado, eficiente, sin máculas. Si fracasamos habrán de arroyarnos y lo tendremos bien merecido.
Pero, también podríamos dar otro salto. Veremos.