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Mi abuela en bicicleta

Adela Celorio

Hijo de familia acomodada al cumplir dieciocho años mi abuelo recibió de regalo una bicicleta. Desperdicio total porque el joven nunca pudo guardar el equilibrio y después de varias caídas desistió. Algunos años después mi abuela rescató aquella bicicleta enmohecida y vieja del cuarto de los trebejos. En tiempo de lluvias los caminos eran un fangal intransitable pero el resto del año con aquella cara larga que recordaba a Fernandel, el cutis ajado por la intemperie y un cuerpo flaco y enlutado por su condición de viuda, mi abuela que era entonces una joven mujer, pedaleaba por los pueblos llevando en una cesta frente al manubrio manzanas y castañas de su huerto para vender en los mercadillos de los pueblos más cercanos. Cuando volvía por las tardes, sus hijos encontraban en la cesta frente al manubrio pan, manteca, cosillas para comer. Pasados los años el pavimento convirtió aquellos caminos en flamantes carreteras y los supermercados desplazaron a los mercadillos. Ahora los nietos de mi abuela tenemos auto pero ella nunca renunció a su bici -pienso morir de niñez- aseguraba y siguió pedaleando hasta que a los noventa y seis años, una mañana le dijo a mamá -Ay hija mía, ya me cansé- y unas horas después, en pleno uso de sus facultades y sin que nadie recordara haberla visto nunca enferma, mi abuela murió.

Debe ser por ese recuerdo que siempre he echado de menos la posibilidad de pedalear por la ciudad y estoy convencida de que igual que yo muchos capitalinos optaríamos por la bici si se nos ofrecieran los espacios propicios para ello. No es por falta de voluntad por lo que aún reconociendo que es el medio de transporte más barato y saludable con que contamos y el único que en lugar de encapsularnos y mantenernos incomunicados promueve la relación humana y nos hace sensibles al entorno, hemos renunciado al uso de la bicicleta.

Los amigos del pedal sabemos bien que mantener el equilibrio sobre dos ruedas es una magnífica práctica para llegar a dominar el equilibrio sobre esa cuerda floja que es la vida, pero desgraciadamente además de baches, vidrios, basura y alcantarillas abiertas, tenemos en contra el instinto asesino de los minibuseros y algunos automovilistas que manejan con ánimo vengativo. Ante la falta total de ciclopistas, hasta el día de hoy el uso urbano de la bicicleta no ofrece ninguna posibilidad de sobrevivencia. Si con una carrocería de por medio ya resulta todo un reto sobrevivir, sin lámina que nos proteja acabaríamos como esos perros planchados que encontramos eventualmente en el periférico.

Quienes creemos que el uso de la bici es el mejor medio de bajarle los humos a la ciudad, estamos de plácemes porque con motivo de la celebración del quinto Día Nacional de la Bicicleta, nuestro Jefe de Gobierno se comprometió a habilitar como ciclorruta el antiguo paso de ferrocarril de Cuernavaca que atraviesa esta capital de norte a sur. Se van a sorprender de la cantidad de personas que estamos más que dispuestas a pedalear. Ojalá que la Fumfubu -suena chistoso ¿no?- siga trabajando en favor de quienes creemos que el uso de la bicicleta es una magnifica opción para los capitalinos. El pasado domingo esta ciudad fue un gozo porque los ciclonautas pudimos pedalear libres y felices, saludadores y sensibles a la mañana soleada y a la presencia del prójimo. La verdad estuvo padrísimo.

ace@mx.inter.net.

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