EDITORIAL Columnas Editorial Caricatura editorial

Milagro ¿milagro?.../Hora Cero

Roberto Orozco Melo

Solicité una nueva cuenta bancaria, mas no por haberme sacado la lotería, sino por estrategia fiscal. El señor Secretario de Hacienda me presionó, como a todos los mexicanos, para que pagara los impuestos por vía electrónica y con ese fin tuve que obtener en mi Banco una clave secreta, llamada NIP, cuya característica elemental es que debe ser inaccesible, urbi et orbi. Nadie, sino el dueño, debe conocerla: ni las esposas, ni las secretarias, ni los contadores y mucho menos los segundos frentes, (si es que en estos tiempos de crisis alguien tiene alguno). De propagarse el NIP, estaría en riesgo el capital del propietario de la cuenta de cheques.

No fue tan fácil seguir las instrucciones: en el Banco me pidieron que memorizara tan misteriosa clave, junto a otra que yo mismo podría determinar, combinada con números y letras, para anotarse en el espacio que el software del Banco señalara en su página electrónica...Si me equivocaba, el trámite iría para atrás y habría que intentarlo otra vez. Si me volvía a equivocar, me diría: “¡Aguas! ya nada más te queda una oportunidad”. Y si por desgracia olvidaba algún número, o la posición de otro, en las malditas claves secretas, entonces sí,... la computadora se chuparía la página y había que empezar nuevamente.

Hice tales intentos en más o menos 45 ocasiones. La señora que me ayuda con la contabilidad se hizo cargo de otros 100 asedios. Invadido de un sentimiento de frustración llegué al extremo de cubrirme el rostro con ambas manos y empecé a imaginar cosas terribles: Sentía que el Secretario de Hacienda colocaba en mis muñecas un par de esposas de acero, como si fuera un implicado en el “Pemexgate” y luego me aventaba a las mazmorras de Alomoloya. Escuché mi voz suplicando al señor Gil Díaz: “Piedad don Paco, soy un viejo de xrwztenta años. Padezco amnesia aguda combinada con Alzhaimer galopante. Mi pensión es más ridícula que una boda juvenil en Los Pinos... Mis editores se rehúsan a aumentarme los honorarios porque olvido enviar mis colaboraciones. Perdóneme don Paco Díaz: perdón e indulgencia, perdón y clemencia, mil veces perdón...”.

Padecía tan angustioso y patético estado de ánimo cuando apareció en el despacho contable una persona desconocida, vestida de negro: “No sufra, dijo con voz ronca y etérea, haga lo siguiente: Permita que su contador cargue con la bronca, que él afane con la bendita computadora; confíele los números secretos de su cuenta, póngala en ceros y sólo deposite en ella lo que vaya a pagar mensualmente. Si usted insiste en hacerlo por sí mismo, va a acabar por suicidarse”. “Gracias, santo varón”, musité con humildad. Estaba atribulado, agotado y creo que tuve la impresión de dialogar con un ser sobrenatural.

“No dé las gracias, -repuso en tono imperativo-, mejor relate en un papel cuál era su problema y la solución que sugerí... imprima 500 copias y atribuya el hecho a un milagro de San Chema, patrono de las causas de los acaudalados, guía y protector de millonarios, tutor espiritual de los beneficiarios del Fobaproa, amparo y conductor de rescatados constructores de supercarreteras. Pida a cada destinatario que reproduzca el mensaje en 500 copias y que mande con igual solicitud. Así, todos resolverán sus problemas, principalmente los banqueros que seguramente duplicarán la cantidad de cuentas de depósito y sus ingresos por este rubro”.

Al terminar de escuchar este parlamento me apercibí de que la contadora y yo estábamos solos en la oficina. No había nadie más. Ella me explicaba un procedimiento similar al que había sugerido aquel señor inexistente. Me quedé pasmado, friolento y patitieso.

Al salir de la institución de ahorro y depósito (créditos nunca hay) tenía una flamante chequera, una bellísima tarjeta (de débito) y un contrato lleno de letras chiquitas, pero ya se me había olvidado la desgraciada clave confidencial. Sucede ahora que no puedo dormir con el “sucirio” de que llegue el día en que tenga que cumplir mis obligaciones fiscales ante la Secretaría de Hacienda y tenga que sentarme a la computadora, otra vez, para intentar “accesar” la página del Banco mediante la digitalización del maldito NIP....

La verdad, se me figura que mi contador va a cambiar de actividad, si es que sus otros clientes son tan pazguatos con la computadora como éste que escribe...No tendrá tiempo ni para comer...

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 4827

elsiglo.mx