Llega el viajero a Waterloo y sube al montecillo desde donde se mira el campo de batalla. En este sitio la historia universal estuvo en vilo. Corrió la sangre por aquella hondonada que se ve, y atronó los espacios el cañón. Ahora los turistas van y vienen por este campo de muerte.
¿De muerte? Lo fue una vez, quizá, pero volvió la vida. Ahí pequeños pueblos de sonorosos nombres; allá los árboles oscuros; en la tierra los niños y en el cielo esta ave que cruza con majestuosa indiferencia el alto cielo donde no hay sangre ni cañones.
El viajero lo mira todo desde la atalaya coronada por un enorme león de piedra, y aprende que las batallas de los hombres son peleas de hormigas. ¡Es tan pequeña la Historia, y es tan grande la vida cotidiana! Se aleja de Waterloo. Atrás quedan las sombras de las sombras. De regreso a Bruselas va pensando el viajero que el trueno de los cañones dura menos que el canto de la golondrina.
¡Hasta mañana!...