El padre Soárez charlaba con el Cristo de su iglesia.
-Señor -le preguntó-. ¿Te hieren las blasfemias de los hombres?
-No -dijo el Señor-. Los que blasfeman creen en mí. Si no creyeran no blasfemarían. Hay dos poetas, uno de mi tiempo, otro del tuyo, que dudaron de la misericordia divina y me lanzaron, violentos, sus preguntas. Uno fue Job; el otro fue Miguel Hernández. Los dos parecían hablar en contra mía; en verdad ambos tenían sed de mí. No me hieren las blasfemias. Me hiere, sí, la indiferencia. Los blasfemos oran a su manera. Los indiferentes ni siquiera tienen la fe que se necesita para blasfemar.
El padre Soárez entendió lo que decía Jesús, y supo entonces que a veces son extrañas las formas en que se manifiesta la fe en Dios.
¡Hasta mañana!...